Pero la ciencia lo hizo otra vez. En la actualidad, no solo la expectativa de vida global promedio se expandió 20 años, sino que la proporción de personas que cruzan el nuevo umbral y llegan a los 80 años o más no para de crecer.
El afán por ganarle años de vida a la muerte transformó la vejez en un universo superpoblado y heterogéneo, plagado de interrogantes que desafiarán a las sociedades a lo largo de este siglo.
Mientras tanto, los avances en materia de ciencia y salud -cada vez más veloces y disruptivos- siguen empujando los límites. Es razonable pensar que quienes hoy están naciendo tendrán un horizonte de vida que superará sin duda los 80, quizá los 90 años y hasta los 100, sobre todo en los países más desarrollados.
Al mismo tiempo, sigue aumentando en el mundo la proporción de personas que atraviesan el umbral de los 60 años con un inmejorable estado de salud. Un logro indudable, que está cambiando la composición de las sociedades en el mundo. Según estimaciones recientes de la ONU, para el año próximo una de cada diez personas en el mundo será mayor de 60 años. Para mediados de este siglo se espera que esta proporción se duplique. Dentro de ese universo, los hombres podrían vivir razonablemente unos 18 años más, en tanto que, para las mujeres, la expectativa es de 21 años más.
«Lo logramos, vivimos más. ¿Y ahora, qué?», es lo que, de una u otra manera, se están preguntando por igual países desarrollados y en vías de desarrollo. Las mejoras sanitarias de las últimas décadas se han combinado con otros factores, especialmente con la progresiva baja de la tasa de natalidad en gran parte del mundo. El resultado son las sociedades envejecidas, en donde la clásica imagen triangular de la pirámide poblacional estándar está dando lugar a figuras con bases más angostas que se van ensanchando notablemente a medida que se avanza en la edad.
Abordajes constructivos
El aumento de la proporción de personas mayores de 60 es un destino inexorable para la mayor parte de las sociedades del mundo, pero que ya en la actualidad se siente con más fuerza en las naciones más desarrolladas. Sin embargo, la necesidad de adaptar las prestaciones en materia de salud, oferta educativa y hasta en lo relativo al diseño del entorno parece haber tomado por sorpresa a todos por igual, pese a que las proyecciones que anticipaban este fenómeno están sobre la mesa desde hace mucho tiempo.
Menos niños y más población anciana = catástrofe económica, fue -y tal vez lo siga siendo- una de las interpretaciones más extendidas y simplistas que disparó esta nueva realidad.
Sin embargo, en los últimos años, van cobrando mayor consistencia los abordajes más constructivos. Se basan, en primera instancia, en un dato evidente: cada vez son más las personas mayores de 60 que no encuadran en el estereotipo del anciano que todavía permanece instalado en el imaginario popular.
Lejos de ser una población desvalida que constituye una carga para el Estado y las familias, se trata, en gran medida, de personas activas, emprendedoras y con proyectos por delante. La trayectoria y capital intelectual de estas personas son cada vez mejor ponderados por empresas y organismos que, incluso, comienzan a incidir para que se revierta otra falsa creencia, aquella que dice que los trabajadores se van volviendo «obsoletos» a partir de los 50. Por el contrario, hoy se aboga cada vez más por modificaciones en las leyes laborales que contemplen el atraso de la edad jubilatoria.
En cualquier caso, y más allá de que carguen con connotaciones positivas o negativas, es claro que las sociedades «envejecidas» imponen grandes desafíos a Estados, empresas y familias. ¿Cómo hacer para que esa etapa ahora prolongada sea lo más plena posible para quienes la transitan? En otras palabras, ¿de qué modo lograr que ese plus arrebatado a la muerte tenga verdadera razón de ser?
Un hombre mayor en la pulpería La Protegida, de Navarro Crédito: Guille Llamos.
«Las sociedades con una estructura demográfica en proceso avanzado de envejecimiento deben tener en cuenta los cambios a efectuar en las políticas sociales, sanitarias y económicas. Por ejemplo, en educación habría que pensar en nuevas capacitaciones y en formación para carreras tardías, para el uso del tiempo libre, universidades de la tercera edad, o plantear objetivos para la formación de especialistas en la atención de una mayor cantidad de personas mayores, entre otras posibilidades», reflexiona la socióloga y doctora en Antropología (UBA) Julieta Oddone, también investigadora principal del Conicet y de Flacso.
La especialista cita a Malcolm Johnson, director del Instituto Internacional del Envejecimiento Saludable, que definió la vejez como una estación en búsqueda de su propósito. «Se observa una preocupación o un interés por el logro de una esperanza de vida que alcance el tope máximo de la vida humana, 120 años -dice Oddone-. Paradójicamente, cuando se focaliza sobre el sentido de la vejez, la integración social y los proyectos de las personas mayores, estas dicen en una proporción mayoritaria de los casos que no saben cuál es o sería su lugar en la sociedad; manifiestan no tener proyectos y visualizan la falta de reconocimiento social en la comunidad en la que viven. Podríamos reflexionar, entonces, sobre las sociedades que están evolucionando en su proceso de envejecimiento pero que aún no han encontrado cuál es el lugar y el sentido de la vejez en ellas».
Los adultos mayores son un colectivo amplio, heterogéneo, en el que las condiciones de vida que se hayan tenido durante la juventud y la adultez son determinantes. Las ventajas o desventajas que se hayan tenido a lo largo de la vida se suelen acentuar en este punto del trayecto.
Nuevas oportunidades
«Muchas personas mayores encuentran en esta edad nuevas oportunidades de seguir activas, integradas a la sociedad y contribuyendo a sus familias -dice Silvia Gascón, directora del Centro de Envejecimiento de la Universidad Isalud-. Una etapa dorada para viajar, hacer nuevas relaciones y disfrutar el merecido descanso. También, una segunda oportunidad de concretar asignaturas pendientes: una vocación, un nuevo empleo, nuevos roles sociales. En general estas personas han tenido acceso a un nivel educativo medio o alto, han logrado percibir una buena jubilación y cuentan con acceso a la salud y redes de apoyo social. Siguen practicando algún deporte o realizan algún tipo de actividad física o recreativa. No participan de los centros de jubilados, sino que habitan otros espacios socio culturales intergeneracionales. Y la mayoría de ellos vive en hogares unigeneracionales». Por eso, Gascón afirma que no hay que hablar de vejez, sino de vejeces. «La mala noticia es que un grupo cada vez más significativo de la población mayor se encuentra en la situación contraria -continúa-. No le alcanzan sus ingresos jubilatorios, no accede a servicios de salud de calidad, no realiza actividades físicas ni recreativas, y es más frecuente que vivan en familias extendidas, compartiendo vivienda con hijos y nietos».
Como puede apreciarse, agrupar a todos dentro de la misma categoría impide apreciar matices y abordar con políticas más certeras esa diversidad. Es por eso que las ciencias sociales están en la búsqueda de nuevas categorías que ayuden a desentrañar cuáles son las lógicas y las necesidades de cada grupo social.
Correr los umbrales
«Cuando se espera que la mayor parte de una generación fallezca alrededor de los 90 años, que es lo que sucede en las sociedades longevas de hoy, se corren todos los umbrales de edad en el curso de la vida: los jóvenes permanecen más tiempo en el sistema educativo, las uniones conyugales y el nacimiento de los hijos se dan a edades cada vez más tardías, y la adultez pasa a ser una única edad que se mantiene hasta la pérdida de la capacidad funcional, si es que esa pérdida existe. Muchas personas transitan todo su curso de vida sin pérdida de autovalimiento», explica la socióloga Nélida Redondo, que confirma: «Hay mundos de diferencia en la experiencia de la vejez en el siglo XXI». Redondo añade que la edad cronológica ya no es, en sí misma, un buen indicador y que, por esa razón, se están desarrollando y probando otras formas de medición más adecuadas.
En paralelo, esta nueva configuración social también invita a repensar ciertas verdades cristalizadas en relación con la vejez. Especialmente la que sostiene que el envejecimiento de una sociedad trae aparejada una crisis en el sistema jubilatorio.
Sol Minoldo, doctora en Ciencias Sociales e investigadora de CIECS-Conicet, afirma: «Que haya más personas mayores y menos trabajadores en proporción no significa que no se produzca suficiente para que las personas de cada edad sigan consumiendo en los mismos niveles de la actualidad, e incluso más. Ahora bien, una cosa es que la riqueza ?alcance’, es decir que se verifique sostenibilidad macroeconómica, y otra que llegue eficazmente a los sistemas de jubilaciones», explica.
Luego de trabajar por años en esta temática, Minoldo ha llegado a la conclusión de que el cambio de composición etaria de las sociedades no implica, en sí mismo, un problema. De hecho, asegura, la evolución de la demanda global de consumo se explica principalmente por el incremento vegetativo de la población. Y a nivel local, al analizar las cuentas de la Anses de las últimas décadas, la experta concluye que el factor demográfico no es una variable de peso para explicar los problemas contemporáneos de sostenibilidad. «Los problemas tienen mucho más que ver con una expansión de los gastos relacionada con mayor cobertura y mayor nivel de las prestaciones medias, mientras el financiamiento se ha reducido en los últimos años», explica Minoldo.
De todas maneras, sostiene, los cambios en el sistema previsional serán inevitables, aunque las únicas salidas no son bajar las jubilaciones o aumentar la edad jubilatoria. También podrían introducirse modificaciones en el diseño de las fuentes de financiamiento, a fin de expandir los recursos previsionales. «Esas reformas podrían acercar nuestros sistemas a los derechos de la vejez que comienzan a reconocerse de manera internacional -agrega la experta-, ya no supeditados a la figura exclusiva del trabajador, sino dirigidas a las personas mayores como titulares de derechos».
Mujeres en una colonia de vacaciones del PAMI, en el club Argentinos Juniors Crédito: PATRICIO PIDAL/AFV.
Iniciativas internacionales como, Age-Friendly World, Agewatch, Aging 2.0 o el Centro Internacional sobre el Envejecimiento promueven, de diversas maneras, cambios que impacten en políticas concretas en materia habitacional, de diseño de ciudades, de empoderamiento, de movilidad, etc. También lo hacen las universidades, como la Universidad de Valencia, que en un estudio reciente señala que, así como en su momento se marcó la necesidad de que los hombres se involucraran más en el cuidado de los hijos, se hace necesario replicar esa actitud para el cuidado de la población mayor, que hoy recae especialmente sobre las mujeres.
Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo, titulado «El futuro del trabajo en América latina y el Caribe», destaca que la región requerirá como nunca antes de la pericia de los Estados para atravesar adecuadamente el desafío del envejecimiento poblacional en un mundo que se irá volviendo cada vez más tecnológico.
«La región no solo verá un incremento del número de adultos mayores -señala el informe-. También crecerá el porcentaje de personas que alcanzan la cuarta edad. Ante este escenario, parece probable que las personas deban prolongar sus vidas activas. [?] El envejecimiento provocará cambios en la demanda de bienes y servicios. Se modificará el tipo de ocupaciones más demandadas: servicios médicos, de cuidados y de atención personal para mayores. Entre 2002 y 2016, la profesión que más creció en Japón fue la de servicios de cuidados de la salud».
En nuestro país, en tanto, en 2016 la esperanza de vida se ubicaba en los 76,6 años. «Entre los censos nacionales de 2001 y 2010, la esperanza de vida aumentó tres años en todas las provincias argentinas. Sin embargo, es necesario hacerse la pregunta: ¿el aumento de tres años está asociado a una mejora similar en las condiciones de salud de todas las provincias? El indicador de Esperanza de Vida Saludable elaborado con datos del censo de 2010 mostró que la ciudad de Buenos Aires tenía la población más longeva del país, con mayor cantidad de años de esperanza de vida saludable y menor cantidad de años esperados con limitaciones permanentes», explica Redondo, que fue asesora especializada del Indec entre 2002 y 2015 en materia de envejecimiento y población de adultos mayores.
Otras realidades
«En el polo opuesto -añade-, la provincia de Chaco observaba la menor cantidad de años de Esperanza de Vida Saludable y la provincia de La Rioja tenía la mayor cantidad de años esperados con limitaciones permanentes. El indicador permitió responder la pregunta: los tres años que se agregaron en todas las provincias no significaron condiciones de salud similares».
Silvia Gascón aporta otros datos: según las estadísticas, casi el 90% de las personas mayores posee una jubilación o pensión, pero casi la mitad de ellos afirma que no les alcanza para vivir. Por otro lado, según diversos informes, los ingresos medios de los jubilados y pensionados cubrían apenas el 60% del valor de la canasta básica para un adulto mayor en 2016. Asimismo, un informe de la Universidad Católica Argentina (UCA) y la Fundación Navarro Viola indica que más del 60% mostró condiciones habitacionales inadecuadas, con malas condiciones sanitarias, hacinamiento o régimen de tenencia irregular.
Hay quienes señalan, sin embargo, que los principales obstáculos son los invisibles. «Se advierten concepciones que piensan a las personas mayores como cargas, como no útiles y vinculadas con la decadencia -dice Minoldo-. Incluso las personas que aún no son mayores piensan en su vejez con reparos. En gran medida, esto tiene que ver con preconceptos que piensan la utilidad social ligada exclusivamente a la capacidad de generar riqueza económica. En ocasiones, se invisibiliza el aporte de las personas mayores en tareas de cuidados de niños o de otras personas mayores, o simplemente su contribución en dimensiones que no tienen que ver con la utilidad, por ejemplo, la dimensión afectiva. También se suele pasar por alto el legado que las personas mayores han dejado a su paso, y en cierto modo la deuda que las nuevas generaciones tienen con ellas».
Claro que, en este punto, el flagelo es global y alcanza incluso a los países con procesos de envejecimiento más avanzados, como es el caso de Japón, en donde casi el 30% de su población supera los 65 años. En los últimos años, crecieron notablemente en ese país los delitos menores cometidos por mayores de 60. ¿La causa? Dicen sentirse más cuidados en la cárcel. Allí, al menos, tienen con quien hablar y ya no pasan hambre.