Pedro Jaureguiberry fue postulado por la Academia Nacional de Ciencias para el galardón Frontiers Planet; fue elegido por su trabajo sobre los factores humanos que impactan en la naturaleza Gentileza
En junio del año pasado, el biólogo argentino Pedro Jaureguiberry recibió uno de los premios más prestigiosos en el universo de la ecología, una suerte de “Nobel de la sostenibilidad”: el Frontiers Planet, que significó también 1,1 millones de dólares para continuar sus investigaciones. La razón fue un estudio que identificó las causas principales de la alarmante pérdida de biodiversidad que sufre el planeta.
Junto a su equipo, el investigador del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Universidad Nacional de Córdoba se dedicó a compilar 45.162 estudios científicos de todo el mundo que identificaron los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad a nivel global. Según distintos reportes, tanto de organizaciones conservacionistas como de la Organización de las Naciones Unidas, esta pérdida es considerada como la más reciente extinción masiva. Y, sin duda alguna, es la primera en la que las actividades humanas desempeñan un rol preponderante.
De acuerdo con el estudio, los principales motores de esta pérdida de vida en el mundo son: el cambio de uso de suelo y mar, que se refiere a las actividades humanas que transforman una zona natural en productiva o urbana; la explotación directa, que incluye todo tipo de extracción de recursos naturales; la contaminación; el cambio climático; y, en último lugar, las especies invasoras. Este trabajo fue trascendental, en especial por el enfoque y la escala en que se desarrolló. Sin embargo, la trayectoria de Jaureguiberry va más allá de eso. Su área de especialidad es, en realidad, el fuego y su efecto en los ecosistemas, en especial en la región chaqueña, donde desarrolló varias de sus investigaciones.
En diálogo con LA NACIÓN, el biólogo cordobés habló sobre el fuego y su impacto en la Argentina, sobre la crisis de biodiversidad y los retos que enfrenta la región en cuanto al rol de la ciencia para atender este problema global.
–¿Por qué trabajar sobre el fuego?
–Pienso que el fuego es atractivo de por sí como fenómeno para el ser humano. Es parte de la evolución de la especie humana. Dado que en Córdoba el fuego es un factor que todos los años lo estamos hablando entre colegas, me parece que una de las cosas importantes para que haya avances es investigarlo, y esto es algo que no sucede mucho ni acá ni en el país. Hablar sobre la gestión del fuego es algo desconocido en general, y entender la dinámica de los incendios puede ser incluso benéfico.
–¿Benéfico?
–Es bastante antiintuitivo para nosotros verlo como algo positivo. Pero desde el punto de vista ecológico, el fuego tiene un rol en los ecosistemas. En casi todas las regiones donde hay vegetación y ciertas condiciones climáticas, en una época del año hay incendios y hablo de históricamente en el planeta, esté o no esté el ser humano. Hay causas naturales de los incendios, principalmente rayos. Ese régimen que existe naturalmente en una región, por ejemplo, Córdoba, que en las sierras ocurren incendios. Aunque es verdad que ese régimen ha sido alterado por el ser humano… drásticamente alterado.
–¿Qué impactos pueden traer los incendios?
–Depende mucho del caso. Si un lugar se incendia en un intervalo de 30 años, por ejemplo, su aspecto puede ser similar al que no se quemó hace 100 años, porque los bosques se recuperan. Incluso permite que nuevas especies llegan al bosque. Ahora, si ese mismo lugar se quema cada cinco años, es muy probable que termine cambiando la vegetación. Cambian las especies y la estructura de la vegetación por completo. Tampoco es lo mismo un incendio en julio que en diciembre. Cuando la vegetación ya empezó a brotar y vos la quemás, pierde en esa temporada de crecimiento. Es mucho más grave el impacto en febrero que si el incendio ocurre en agosto, por ejemplo.
–¿Y estamos viendo muchos incendios en verano?
–Llegan hasta las primeras lluvias, cuando ya es muy difícil por una cuestión física generar un incendio de gran escala. Pero sí, cada vez vemos más incidencia y en el país este es un importante motor del cambio de uso de suelo, que según nuestro estudio es el mayor factor de pérdida de biodiversidad.
–¿Cómo dimensionar lo que significa la situación que vivimos hoy en materia de pérdida de biodiversidad?
–Pienso que hoy damos por sentado que uno va a una tienda y consigue lo que necesita, ya sea comida, ropa o cualquier otra cosa. Pero todo lo que tenemos y consumimos, lo que se nos ocurra, si lo rastreamos para atrás en la cadena de producción, llega a la naturaleza en algún momento. Tener presente eso para mí es fundamental a nivel individual. Y si queremos seguir teniendo ese servicio o cosa, que nos brinda la naturaleza, la biodiversidad es fundamental. Justamente este factor hace a la naturaleza más resiliente, que resista mejor las amenazas.
–¿A qué se refiere?
–Los ecosistemas no funcionan igual con una especie, con dos, con 100, o con las que tienen que tener originalmente o naturalmente. Cada modificación que nosotros le hacemos tiene un impacto. Cualquiera que sea el estilo de vida al que aspiramos, aunque sea muy austero, requiere que sigamos extrayendo cosas de la naturaleza. El punto clave es qué sacamos y de qué manera lo sacamos para que sea sostenible, para que ese recurso siga existiendo en el tiempo. Pensar a largo plazo es la clave en ese sentido.
–¿Qué es lo que se debería estar debatiendo sobre el conflicto entre el desarrollo económico y la biodiversidad?
–Ese equilibrio o ese manejo es algo que hay que hacer y con un seguimiento permanente, porque eso es dinámico, cambia, depende de factores abióticos como el clima o la región. No es lo mismo explotar una cosa de una manera en una región determinada que en otra, la respuesta del ecosistema es diferente. Entonces eso debería estar muy presente a la hora de establecer planes de manejo y políticas de producción y de conservación. En especial en las regiones más amenazadas como en América, en Asia y en África. Es por eso que necesitamos estudiar estos factores en nuestro territorio.
–Muchas veces, en temas tan amplios como los de su estudio, existen diferencias en cuanto a la información que se puede obtener. Unos países tienen más producción científica que otros. ¿Qué pasa en esta materia en el caso sudamericano?
–Uno de los sesgos grandes que nosotros identificamos y mencionamos en parte en la discusión de nuestra investigación es la brecha de conocimiento que existe entre el sur y el norte global… En casi todos los temas. Hay mucha más información del hemisferio norte que del sur.
–¿Qué lugar ocupa América del Sur en la producción de información en relación con Europa o países como Estados Unidos?
–Es muy bajo, aunque creo que es más grave, es más bajo en África. Hay más deficiencia de información. Y me parece que son varios los factores que influyen entre el financiamiento y la relevancia que se le da a la producción científica, en especial con estos temas.
–¿Qué lugar se le está poniendo a la ciencia en la Argentina?
–Sin duda que la inversión en ciencia es una de las herramientas que podría ayudar a abordar, a manejar este problema o crisis de biodiversidad. Es superimportante que haya un interés por desarrollar ese conocimiento que está faltando. Pero no solamente desde el sector público. En la Argentina, por lo menos, el 80 por ciento de los fondos para investigación vienen del sector público y solo el 20%, del sector privado. Cuando ese balance en Europa, por ejemplo, es al revés: 60 por ciento privado, 40 público. En Estados Unidos es más grande la diferencia. A lo que apunto es que el sector público tiene que darle prioridad. Eso es muy importante, pero también promover que otros sectores también aporten fondos para investigación porque estamos muy rezagados en eso también.
Fuente: Matías Avramow, La Nacion