Por: Adriana Muscillo.
Con olor a campo y pastito mullido, la artista plástica Gaby Grobo inaugura Nuevos Horizontes. Una muestra telúrica que apela a los sentidos y a la lejanía de la llanura.
Estás en el barrio de Retiro, en pleno corazón de la city porteña. Más exactamente, en el Centro Cultural Borges, instalado en el Edificio de Galerías Pacífico, con sus maravillosos murales de Berni, Spilimbergo y tantos otros. Pero, cuando entrás a la sala 22 del segundo nivel, enseguida pisás un colchoncito de hojas secas y te envuelve un aire fresco que huele a campo. Afuera es de día pero adentro, como diría el propio Borges, reina una “penumbra cancina que avejenta la llanura”. Las paredes, de un terracota oscuro, desaparecen al ojo humano y todo es, de pronto, espacio abierto al atardecer, “cuando confiesan su abatimiento los campos”, diría el poeta.
Se trata de Nuevos Horizontes, la muestra de Gaby Grobo, la artista oriunda de Carlos Casares que va llevando su arte, impregnado de aromas y texturas campestres, por donde va. Así, ya recorrió los Estados Unidos y Europa: Londres, Bruselas, Madrid, París y, desde este viernes, desembarca en nuestras pampas. Su nombre completo, claro, es Gabriela Grobocopatel, miembro de una de las familias más conocidas en la industria agropecuaria de nuestro país.
Curada por el fundador y alma mater de la Galería Argentina (GA) en París, Eduardo Carballido, la exposición consta de treinta obras de técnica mixta, quince esculturas y una instalación. Todas ellas remiten a los orígenes de la artista, Carlos Casares, el lugar donde nació y se crió y donde formó su familia.
Toda la sala está intervenida, desde la alfalfa en el piso, que confiere al ambiente ese olor tan característico del campo, hasta la iluminación que asemeja la penumbra del atardecer, en la llanura y los colores terracota de las paredes que imprimen a la retina la sensación de espacio abierto y hondura.
“Hicimos traer del campo unos fardos naturales y los abrimos el mismo día de su colocación para que conservara ese olor, revela Gaby Grobo en diálogo con Revista Ñ. Los comienzos de mi padre fueron como enfardador y él siempre me hacía oler el fardo en el momento en que las enfardadoras andaban. Me quedó ese déjà vu del olor. Y siempre, durante estos años, tuve un poco del olor adentro en una bolsa. Yo venía pintando mis horizontes y dije: ‘quiero intervenir mis obras, quiero que haya materia, pero además, quiero que ese homenaje, esa conexión que tengo, se refleje de alguna forma’ y, por eso, decidí intervenir el cemento de la sala, con la paja de los rollos de alfalfa”, explica.
De hecho, hasta algunas de sus pinturas de técnica mixta, como Esperando que pisen la parva y El Legado, han sido intervenidas por la propia artista con briznas de paja, pasto y ramitas de árboles.
Sus acrílicos sobre tela impactan por el uso de colores puros. En Siguiendo la huella, por ejemplo, predominan los marrones y negros; en Desafiando caminos, los amarillos y terracotas; en Nostalgias del pasado, distintos tonos de verde; en Silencios eternos, aparece el rosa, en Tiempos de cambios, el azul petróleo; en Sueño lejano, el rojo y, en todos, irrumpe -al menos- un trazo blanco.
“Ella siempre usa colores puros. Los va trabajando a partir del fondo y de toda la evolución de la obra. Y trabaja en el piso con pinceles, por ahí con una esponja, por ahí con un lampazo, por ahí con una escoba, distribuye los colores de manera más integrada”, explica el curador Eduardo Carballido, quien vino especialmente de Francia para la muestra. “Él conoce mucho mi obra, me ha acompañado en todas mis giras”, señala Grobo.
Por otro lado, están las esculturas. Son piezas de maquinarias agrícolas pintadas con esos mismos colores que utiliza en las telas y ensambladas de manera planificada.
“Cada obra tiene varias piezas ensambladas que arman un conjunto, todas ellas están intervenidas pero, además, han tenido algún contacto con la profundidad de la tierra o han sido parte de alguna maquinaria. Estaban ya olvidadas y yo las recuperé y les dí vida, las fui juntando durante los últimos años, las dejé mucho tiempo al aire libre para que la naturaleza las interviniera, tienen moho, herrumbre y me empecé a apropiar de ellas, haciéndoles líneas de horizontes, pintándolas. Las hice a la intemperie, en el campo. Es algo en lo que vengo trabajando desde hace muchos años y, esta vez, me animé a presentar”, cuenta la artista.
Pero lo más llamativo de la muestra es una instalación que ocupa el espacio central de la sala. Es una enorme raíz de árbol natural que ya estaba muerto y que ha sido arrancada y colocada sobre un espejo ahumado, de modo tal que, cuando te acercás y mirás hacia abajo, la ves allí reflejada, como si estuviera dentro de la tierra.
“Estuvimos con Eduardo (Carballido) sacando una raíz del campo, de un árbol que ya estaba muerto. Nos dio mucho trabajo para lograr que mostrara toda su profundidad. Hicimos esta gran instalación con raíces, porque mi obra, en realidad, habla de las raíces, habla de la profundidad de la tierra. Cuanto más larga es la raíz, más alto es el árbol. La raíz también está pintada porque pienso que, plásticamente, todo tiene un sentido y una conexión entre sí. Y, además, la raíz habla de muchas cosas. Pusimos un espejo en el fondo para dar esa sensación de sumergirse en las profundidades de la tierra”, relata Gaby.
Toda la muestra encierra una gran simbología. “El árbol podrías ser vos, podría ser yo”, dice la artista, las raíces representan de dónde venimos y, el horizonte, hacia dónde vamos.
“Agradezco esta oportunidad que me da la pintura y el arte de poder honrar mis raíces, el lugar de mis ancestros, de donde soy; el que me vio crecer y en el que nacieron mis hijas. La Argentina tiene esos lugares únicos como la pampa, ese infinito, esa llanura que, por ahí, se ondula porque hay un árbol o un molino. Ese mirar a lo lejos, los amaneceres, los atardeceres, esas lluvias, esos ruidos… Por eso, el hecho de intervenir este espacio y que sea también algo sensorial tiene que ver con eso, con tratar de que el espectador un poco se sumerja en esa evidencia”, concluye.
“La patria es la infancia”, dijo el enorme poeta Rainer María Rilke. Gaby Grobo, en esta muestra, entreabre esa puerta, la de “su patria personal” en múltiples sentidos y lo hace como saben hacerlo los artistas; mostrándote, acaso, un poquito el alma.
Fuente: Revista Ñ, de Clarín. Edición en papel.