Es una casona clásica color arena, cargada de curvas, con granito y molduras, y un balcón con baranda de hierro labrado. Su fachada está protegida, pero no mucho más: detrás se le adosó otro edificio, del que asoman cuatro pisos. La nueva construcción tiene frente oscuro, ventanas rectas y una reja en forma de malla. Un contraste que los vendedores califican de “atractivo”. No todos piensan igual.
Queda en Thames al 2400, a metros de Plaza Italia, pero podría estar en cualquier otro punto de la Ciudad. Este híbrido arquitectónico es sólo un ejemplo de las cruzas de edificio viejo con construcción nueva, que se ven cada vez más en las calles porteñas. Adiciones que pueden ir delante, detrás o encima de antiguas propiedades, algunas protegidas.
“Arquitectura parasitaria” la llaman algunos. El elefante en la habitación que empuja a enfrentar un dilema: tolerar las adiciones para preservar lo que ya existe, o dejar que caiga todo con tal de no romper la armonía del conjunto. Los patrimonialistas sostienen que puede haber una tercera opción, que es conservar todo el edificio en la mayor cantidad de casos posible.
En Thames al 2400 hay un ejemplo de esta amalgama entre una construcción antigua y un edificio moderno. Foto: Lucía Merle
La agrupación Basta de Demoler registra en su sitio Web ejemplos de esa “arquitectura parasitaria”. Hay ejemplos resonantes como el hotel Plaza en Retiro, Villa Roccatagliata en Coghlan o el Palacio Terry en Caballito. Otros más cotidianos, como las casas chorizo recicladas esparcidas por toda la Ciudad o los proyectos en esas esquinas “enanas” donde solía haber gastronomía.
Es el caso del edificio de tres plantas de Salguero y Charcas, frente a la plaza Güemes. Es una casona clásica protegida por la ley 3.056 por haber sido construida antes de 1941. Allí hubo primero hubo un bar y luego una pizzería. Ahora sobre ella se edifica Palais, una torre de 14 pisos. La piel vidriada del nuevo proyecto poco tiene que ver con el estilo de donde se asienta.
Sobre una casona clásica se edifica una torre de 14 pisos, en Salguero y Charcas. Foto: Lucía Merle
La lista de estos cruces creció en los últimos años, pero los primeros registros se remontan a décadas atrás. Uno de ellos es el Palacio Costaguta, más conocido como Mirador Massue, en Tribunales. A principios de los noventa iba ser demolido en su totalidad para levantar uno nuevo, pero el proyecto generó tanta polémica que su torre fue conservada y el edificio vidriado se construyó a su alrededor.
“Se analiza caso por caso. No hay parámetros fijos para estas intervenciones: hay lineamientos y luego se aplican los criterios de la ley 6.361, que modifica el Código Urbanístico (CUr). Lo que está claro es que normativamente se admite el crecimiento en la capacidad constructiva”, resalta Sandra Tuya, directora general de Interpretación Urbanística de la Ciudad.
El Palacio Costaguta o Mirador Massue, uno de los primeros casos controversiales.
Aceptar lo nuevo o tirar abajo
“Las escalas y los programas cambiaron. La expectativa de vida aumentó. La presión por cumplir con mayores densidades lleva a la disyuntiva: o se demuelen edificios de valor patrimonial, opción a la que nos oponemos, o bien se los mantiene, pero rodeados de una masa construida mucho más importante o que se integre”, plantea Emilio Rivoira, presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU).
Ese organismo es uno de los que integran el Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales, el órgano de consulta del Gobierno porteño en materia de protección y patrimonio. El CAAP está presidido por la Dirección General de Interpretación Urbanística y de él también participan la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, y la Sociedad Central de Arquitectos (SCA), entre otros actores.
El Reichstag de Berlín es considerado un buen ejemplo de una estructura nueva que complementa a otra existente. Foto: EFE/Hayoung Jeon
A criterio de Rivoira, debe analizarse caso por caso y observar “con qué grado de armonía lo nuevo complementa y potencia lo existente. El viejo edificio tiene que ser considerado, no para que se lo imite necesariamente sino para no quitarle protagonismo”.
El arquitecto cita un ejemplo de lo que para él son soluciones felices, como el Reichstag en Berlín, y otras que no lo son tanto, como el Puerto de Amberes, al cual “le pusieron encima una obra de Zaha Hadid que parece una nave interplanetaria y no tiene nada que ver”.
Una vista del Puerto de Amberes, con el edificio de Zaha Hadid a la izquierda.
Otros especialistas tienen más críticas que elogios. Como el arquitecto Marcelo Magadán, para quien estas adiciones representan un problema en relación al impacto visual y la destrucción de la escala. “En muchísimos casos, el sombrero es ridículamente más grande que la cabeza y así el edificio histórico pasa a convertirse en anécdota, en una suerte de recorte escenográfico”, observa.
“El planteo de demoler un edificio dejando en pie su fachada adolece de la falla de pensar que manteniendo ese fragmento se conserva un edificio. Más aún, que a través de esa acción se está salvaguardando el patrimonio de un barrio o de la propia Ciudad de Buenos Aires”, analiza Magadán, el ex vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos.
En Basta de Demoler critican cómo se derriba y qué se edifica. “Hay una demolición simbólica, porque sólo queda la fachada. Se pierde todo lo que sucedía adentro, la disposición, los usos sociales del inmueble, que también hacen al patrimonio”, observa Mauro Sbarbati, voluntario de la agrupación. Y señala que, con estos proyectos, “absorben el valor de marca del edificio parasitado para vender metros cuadrados”.
Un ejemplo en Caseros y Piedras, donde el proyecto es construir sobre un edificio patrimonial. Foto Lucía Merle
Además del valor patrimonial, Sbarbati pone el foco en la sustentabilidad. “Se construye en lugar de aprovechar lo que ya está y renovarlo, lo cual demandaría menos recursos. Además, se edifica sobre los pulmones de manzana, por lo que no hay buena ventilación ni luz solar -destaca-. Así, se contribuye a la ‘isla de calor urbana’ y aumenta la población y, por lo tanto, la demanda de servicios”.
Arriba, adelante o detrás
El Código de Planeamiento Urbano porteño prevé tres niveles de protección edilicia en la Ciudad de Buenos Aires: integral, que incluye todas sus características y formas de ocupación del espacio; estructural, que protege su exterior y tipología, y permite cambios que no alteren su volumen; y cautelar, que considera solo su imagen característica, especialmente la fachada.
Son los edificios de esa última categoría los que admiten una ampliación de volumen, es decir, un aumento de la capacidad constructiva. Son, por ello, los únicos a los que pueden hacerse adiciones que den lugar a estos híbridos. La Dirección General de Interpretación Urbanística porteña es la que tiene la última palabra.
En los edificios con una protección cautelar se permite una ampliación de volumen. Foto Lucía Merle
Para saber si puede sumarse obra nueva a un edificio protegido, hay condiciones propias y de contexto para analizar: la tipología del inmueble original, su estado de conservación, y las características de las edificaciones linderas y la manzana donde se ubica.
“Con ese análisis hecho, se establece una posibilidad de crecimiento, que no suele ser una sola, sino varias. Como estos casos son complejos, la Gerencia de Patrimonio a través de la Dirección de Interpretación Urbanística ofrece el servicio de análisis de prefactibilidad, para el cual no hace falta que se haya planteado un anteproyecto”, precisa Tuya, desde la Dirección de Interpretación Urbanística de la Ciudad.
De ese análisis de contexto depende si se construye adelante, arriba o atrás. “A veces el bien está impecable y tiene tantos elementos internos valiosos, que la obra se hace atrás -explica la funcionaria-. Otras, no se carga nada encima y se retira del frente. Después hay casos muy particulares en los que se edifica al costado, como ex casas quinta que quizás tiene un espacio lateral libre”.
Fuente: Infobae