Ni la adolescencia con sus cambios hormonales, su puente hacia la madurez y sus conflictos de pertenencia, ni los primeros años de adultez con su salto a las responsabilidades y a una interacción más madura con el mundo que nos rodea. Tampoco los años de retiro, cuando la actividad laboral cesa y la relación con el afuera nos deja un poco al costado del camino. Según una extendida investigación que abarcó 132 países, la peor edad para ser feliz se posiciona poco después de la mitad de la vida: exactamente a los 47 años.
Para arribar a esta conclusión unánime en la «curva de la felicidad», el estudio realizado por el profesor de la Universidad Dartmouth College y ex miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, David Blanchflower, abarcó naciones muy disímiles entre sí en lo que a salud, condiciones económicas y contexto social se refiere. En la lista se cuentan 98 países en desarrollo, con un escenario más adverso para los habitantes, pero que mantienen un sentimiento de insatisfacción similar durante el mismo momento de la vida, que los de naciones desarrolladas.
El trabajo refiere que nos sentimos mejor en la adolescencia, somos más infelices hacia finales de los 40y luego valoramos el sentido del bienestar cuando nos acercamos a la vejez. Es decir que los picos de bienestar se encuentran, precisamente, en los extremos de nuestra existencia: la etapa inicial de la vida y después de los 50.
Las encuestas realizadas midieron el bienestar de los ciudadanos utilizando diferentes métricas y recursos, pero obteniendo los mismos resultados. En promedio, la edad en la que los individuos de países más desarrollados se sienten más infelices es a los 47,2 años, mientras que en las naciones en desarrollo este número asciende a los 48,2. «Es algo que los humanos tenemos profundamente arraigado en los genes», mencionó a BBC Mundo el autor del estudio. «Los monos también tienen una curva de de la felicidad en forma de U«, sumó.
Somos más infelices hacia finales de los 40, afirma la investigación.
Para Blanchflower, esto se debe a que «a los 47 la gente se vuelve más realista, ya se dieron cuenta que no van a ser el presidente del país. Pasados los 50, en cambio, ya te volvés más agradecido por lo que tenés. Entonces, a los 50 ya podés decirle a una persona que tenés buenas noticias porque de aquí en adelante las cosas van a mejorar», apunta.
Con esto, el profesor no se refiere a una mejora en las condiciones de vida, como más salud o mejor pasar económico, lo que cambia es la percepción de bienestar. «Hay personas que a los 70 están sanas y felices de tener trabajo, mientras que en la mitad de la vida es cuando tienes más responsabilidades», menciona.
Con los años el grueso de las personas muta sus prioridades, aprende a aceptar lo que ya no podrá ser, abandonan aspiraciones imposibles y se adaptan a sus fortalezas y debilidades. Incluso suelen volverse más optimistas, bajo el lema de que quienes son más felices viven más tiempo (la teoría de la felicidad con forma de U).
El factor económico también hace de las suyas para que la cuarta década de la vida sea la más ardua de atravesar. En efecto, hacia finales de los 40′ es precisamente cuando aumenta la sensación de vulnerabilidad frente a contextos de economía adversos. En personas desempleadas, individuos en situación de pobreza, con bajos niveles de educación o carentes de una red de contención frente a un panorama de crisis, es en quien más se exacerba esta infelicidad.
«Estar en la mitad de la vida es estar en un momento de vulnerabilidad, que hace más difícil lidiar con los desafíos de la vida en general», resume el autor.
En el libro «La curva de la felicidad: por qué la vida mejora después de los 50», Jonathan Rauch, investigador del centro de estudios Brookings Institution en Washington, también aborda el tema haciendo foco en cómo el cerebro va experimentando los cambios a medida que envejecemos. En ese camino, cada vez se enfoca menos en la ambición y más en las conexiones personales.
«Es un cambio saludable, pero hay una transición desagradable en el medio», define Rauch, y nombra a la crisis de los 40 como una «brecha de expectativas», una especie de decantación autoimpuesta para no seguir apostando a lo inviable. De ese balance, lo que queda tiene destino de ir en aumento, en sintonía con los años que vamos sumando.
Fuente: Clarín