De mis años como editor de libros de psicoanálisis, recuerdo que alguna vez me tomé el trabajo de contar cuántos ensayos se dedicaban a temas de feminidad; en comparación con los libros sobre masculinidades, la desproporción fue asombrosa: cada 20 libros sobre cuestiones relativas al goce femenino, el amor en las mujeres y demás, había quizás algún que otro breve opúsculo sobre los varones.
La conclusión que se sigue de esta desproporción es más o menos inmediata: ser un varón es algo (que se cree) evidente; mientras que las mujeres –al menos en psicoanálisis– representan un enigma. Después de todo, ya en su momento Sigmund Freud habló del “continente negro” femenino y, por su parte, Jacques Lacan se refirió a la mujer como el Otro absoluto. Es cierto que hoy podríamos relativizar estas afirmaciones; incluso reconocer su deuda con cierto aire romántico –de la misma manera que podría criticarse el binarismo que presuponen. Sin embargo, no es de esto que quiero escribir. Me remito a los hechos: muy pocos psicoanalistas escriben sobre masculinidades, ¿cuál puede ser la causa? ¿Qué dicen?
Porque cuando pregunto qué dicen los psicoanalistas sobre las masculinidades, creo que la cuestión está en situar la especificidad de esta disciplina respecto del movimiento que en el último tiempo comenzó a hablar de “nuevas masculinidades”, como una forma de tomar parte ante la llamada masculinidad “hegemónica”, “machista” o “tóxica” –sin que estos términos sean equivalentes o quieran decir lo mismo, pero aquí los agrupo solamente para ir un poco más rápido.
Sin duda en la Argentina hay libros clásicos sobre masculinidades que fueron escritos por psicoanalistas. Quizás el más emblemático sea Pollerudos. Destinos de la sexualidad masculina, de Sergio Rodríguez y Ricardo Estacolchic, de 1993. Tampoco podría dejar de mencionar el de Mabel Burin e Irene Meler, de 1998, Varones. Género y subjetividad masculina. Estos dos títulos bastarían para decir que la masculinidad fue un interés para los psicoanalistas desde la década del ‘90, pero creo que hasta después del cambio de siglo las referencias solo fueron esporádicas.
Asimismo, cabe trazar una distinción que toma como bisagra los dos libros que mencioné: el segundo da cuenta de la recepción de la perspectiva de género, mientras que el primero piensa en la matriz concreta del psicoanálisis –es decir, no realiza una explicación socio-histórica de los procesos psíquicos, sino que problematiza ciertas características del psiquismo viril para quien se reconoce como varón. En estas líneas me quedaré con esta vía, porque creo que responde mejor a la situación de quienes consultan y eventualmente sufren su condición masculina. Hoy tenemos la costumbre de decir de todo “es una construcción social”, pero esta mirada de sobrevuelo no cancela la realidad de quien vive un deseo. Como recientemente dijo Geoffroy de Lagasnerie: “Pensar que la reconstrucción sociológica del nacimiento del deseo equivale a la anulación de este, está tan desprovisto de sentido como afirmar que el hecho de que un fenómeno esté construido socialmente significaría que no existe”.
Una de las preguntas que dejó planteadas: la cuestión no es por qué algunos varones son homosexuales, sino más bien por qué no lo son todos (Getty Images)
Por motivos de extensión, pero no tan arbitrarios, seleccionaré tres libros que considero fundamentales para pensar las masculinidades desde la perspectiva del psicoanálisis.
La paradoja viril
En 2006, Silvia Bleichmar publicó Paradojas de la sexualidad masculina. Se trata de un libro complejo y con múltiples aristas, basado en la concepción crítica respecto de la teoría psicoanalítica; pero si tuviera que resumir su planteo, lo haría con la pregunta que Simone de Beauvoir propuso para la mujer: ¿cómo se deviene varón? Dicho de otra manera, el telón de fondo de los argumentos de Bleichmar es la masculinización.
En este punto, una de las consideraciones clínicas que nacen de su práctica analítica es la aparición frecuente de fantasías homosexuales en tratamiento de varones. ¿Quiere decir esto que, entonces debe hablarse –como alguna vez se propuso en la teoría– de homosexuales “latentes”? Sin duda es muy extraña la metapsicología que plantearía algo que somos “en el fondo”, pero sin saberlo. En realidad, la cuestión está más bien en elucidar cuál es la función de esta fantasía en lugar tomarla literalmente.
De este modo, Bleichmar es una autora increíblemente actual –porque, como analista, pone en entredicho la vocación literal que caracteriza a nuestra sociedad e incluso al sentido común de los psicoanalistas. ¡Qué tentación hubiera sido la de decirle a alguien que relata una fantasía homosexual que, en realidad, ese es su deseo! Bleichmar nunca fue ingenua y supo bien que la fantasía le da apoyo al deseo, pero también lo disfraza.
“Reubicar en nuestra teoría y en nuestra práctica los fantasmas que el yo considera homosexuales y que en muchos casos representan, como ocurre a lo largo del proceso de constitución cultural, formas de masculinización, despojándolos de la cualificación etnocéntrica que los vela, amplía nuestra perspectiva y genera nuevas condiciones en el proceso clínico”.
La interpretación que nuestra autora realiza es mucho más sutil y avanza en la vía de repensar la relación de un varón con otro varón como constitutiva de la virilidad. De manera tradicional se creía que un varón se hacía tal a partir de “debutar” con una mujer, pero esto si olvidamos que, por lo general, quien acompañaba era otro varón –padre o algún sustituto. Por lo tanto, esta escena con una mujer tiene un único fin: velar el erotismo entre varones y dar fe de que no fue con otro varón la iniciación sexual. No obstante, ¿no lo fue? Por lo tanto, ¿a dónde van a parar todas esas situaciones de masturbación colectiva entre pares, alguna que otra anécdota de un encuentro furtivo con un mejor amigo que, después de un episodio, tomó distancia?
Por esta vía, la distinción entre pasividad y actividad deja de ser tan taxativa e incluso la heterosexualidad deja de ser lo opuesto de la homosexualidad, para que aquella muestre el modo en que hunde sus raíces en esta. Después de todo, no son pocos los varones que en análisis descubren que el rasgo que más los atrae y excita de una mujer es uno que puede reconducirse a su padre (el de ella). En este sentido, Bleichmar se mantiene en el espectro de la pregunta freudiana: la cuestión no es por qué algunos varones son homosexuales, sino más bien por qué no lo son todos. Y quizá lo sean, por otros medios.
A contrapelo del sentido común, que hizo de la homosexualidad una patología, habría que reconocer que –desde el punto de vista de la constitución sexual– el verdadero desvío es la heterosexualidad.
¿Todos perversos?
En 2020, el psicoanalista Marcelo Barros publicó La condición perversa. Tres ensayos sobre la sexualidad masculina. En consonancia con el libro de Bleichmar quisiera destacar que Barros no habla de la “identidad”, sino de sexualidad. Esta es una primera vía para pensar lo que diferencia el aporte del psicoanálisis respecto de otras perspectivas.
El subtítulo del libro de Barros recrea el famoso título de Freud Tres ensayos de teoría sexual. Barros es un ensayista, eso está claro: conoce el uso del fragmento, la prosa delicada, el párrafo abierto. Es hoy uno de los mejores escritores del psicoanálisis, cabe decirlo. Y de este libro en particular quiero destacar cómo deconstruye el fantasma social de nuestra época que puso al varón en el lugar del “malo”. Los varones –se escucha decir– son todos malos o narcisistas o perversos, como si ellos se relamieran en un goce que, a decir verdad, también padecen. Barros lo llama “el goce del idiota”.
[”La condición perversa” puede conseguirse en formato digital en Bajalibros clickeando acá]
“…idiotas, en tanto eso significa desconectados del Otro. […] hay que tener en cuenta que un fenómeno propio de la sociedad post-patriarcal es el del terrorismo sin discurso, sin propósito, impredecible, el del ‘lobo solitario’. Algunos responden, de modo delirante o no, a una ideología. En otros no hay razón. Lo cierto es que son varones. La modernidad permite que un gris y superfluo individuo –para el capitalismo todos lo somos– acceda sin dificultad a técnicas masivas de destrucción”.
¿Qué hace que un varón sea capaz de perder la vida en una hazaña estúpida? ¿Por qué sus conquistas se pueden volver compulsivas y arrastrarlo a un donjuanismo irreflexivo? ¿Por qué el encuentro con el otro es a veces lo que más teme un varón, incapaz de asumir una pose receptiva, al punto de declararse “impenetrable”?
En los ensayos de Barros no se trata de la integración de la homosexualidad al esquema de la constitución viril, sino de interrogar esta virilidad en función de ese concepto central del psicoanálisis que es el de “castración”. Por supuesto, la castración no tiene que confundirse con la amenaza de que a alguien le van a cortar algo; la castración es más bien el encuentro de un varón con ese deseo ante el que descubre que su masculinidad es apenas una máscara.
¿Cuántos varones pueden salir de la trampa de tener que demostrar que son machos? Lo interesante es que más que pensar que se trataría de buscar modelos alternativos a la llamada “masculinidad hegemónica”, la cuestión estaría en situar que los machos no son tan machos como dicen –porque verdadero macho es el que “castrado” no deja de desear. Si no fuera así, ¿por qué tantos varones huyen de la impotencia, como si fuese un déficit –esa impotencia que no les ocurre ni en la masturbación ni cuando están con alguien que no les importa mucho– si no fuera porque esta impotencia representa una castración intolerable? El varón que se quiere siempre potente, es el menos deseante.
Nadie puede negar que la impotencia se volvió uno de los motivos de consulta cada vez más comunes hoy en día y que la pastilla azul encuentra sus principales consumidores entre jóvenes –que no tienen ninguna dificultad orgánica.
Una nueva virilidad
Asimismo, no por criticar el machismo se va a terminar con la misoginia. Porque si algo muestra la sociedad contemporánea es que los varones ya no se identifican con los varones de antaño, ya nada quieren de esos hombres (padres) que hacían un asado, lavaban el auto en la vereda, podían hacer cualquier cosa por el sí de una mujer. Los varones de hoy ya no se quieren “Raúles”.
Ahora bien, ¿cómo plantear una tercera posición, cuando la deconstrucción empieza a mostrar su carácter aspiracional y bajo el velo de “aliado” puede esconderse quien no quiere ningún compromiso con su virilidad? En esta línea es que avanza el tercer libro que quisiera comentar: Ni machirulo ni varón deconstruido. Una explicación psicoanalítica a partir de series, canciones y películas, de Gabriel Artaza Saade.
Este libro demuestra cómo el psicoanálisis es un método de interpretación de la cultura. Esta es una idea de Freud que siempre me resultó atractiva; no sólo porque –como él decía– subordinaba los efectos terapéuticos a una misión más amplia, sino porque esta última no dejaba de estar relacionada con el fin más propio de esta práctica: la lectura de las huellas de una vida, sea en la palabra de un paciente, pero también en las formaciones que nos ofrece el arte.
En los capítulos de este libro no se usan canciones, películas y/o referencias literarias para inyectarles un supuesto saber analítico, sino para tomarlas como hilo conductor para establecer una condición particular de la estructura social que nos constituye y eventuales respuestas singulares. Los conflictos son típicos, cada época tiene los suyos, como también produce arte de acuerdo con ciertos criterios. La ventaja del arte –ese punto en que Freud decía que el artista lleva un poco la delantera– es que también incluye los rastros del modo específico en que alguien se hizo cargo de una pregunta común y se ocupó de responderla con su estilo.
Artaza Saade avanza en esta dirección, la del desciframiento y la puesta a punto de coordenadas personales, con un método de lectura de las obras tratadas como síntomas que esconden conflictos que, hoy, nos interpelan culturalmente: ya nadie sabe qué es un varón y la masculinidad exhibe su carácter de artificio. Si durante mucho tiempo se habló del enorme trabajo que requiere devenir mujer, en psicoanálisis siempre se tomó por algo obvio que lo masculino es equivalente a lo fálico, que los varones son todos iguales, que su deseo queda atrapado en la fantasía (que hace del Otro un objeto más o menos degradado) y así. Estas páginas tienen, en primer lugar, el resultado balsámico de recuperar la ambigüedad. Un buen libro de psicoanálisis comienza a partir de contrarrestar lo obvio. Este es un buen libro entonces.
En segundo lugar, a partir de los casos-obras que tematiza, nos introduce con tacto, humor e inteligencia, en vericuetos de la cultura popular para desestabilizar las dos grandes identificaciones que, en estos días, se apropian la voz viril: el machirulo y el deconstruido. Y así es que, como si de una intervención respecto de un síntoma se tratara, deshace la elección forzada y dice: ni uno ni lo otro; mejor interrogar las condiciones que llevaron a semejante trampa, a esa división alienante.
Este libro produce una intervención y consigue un lúcido efecto de separación, de esas separaciones virtuosas que, antes que dejarnos caer (en una identificación melancólica), más bien restituyen la pregunta por el deseo: ¿qué quiere un varón? Después leer estas páginas, se tiene la impresión de haber salido de una encrucijada, pero no de haber perdido el camino.
Esta es la etimología de la palabra “método”: camino. Con Gabriel Artaza Saade, uno siente que pasea, se divierte, piensa y, entre rodeos, advierte que fue conducido con maestría y elegancia, más allá del lugar común, a lo inesperado. Este libro es una excelente manera de entrar en la experiencia del inconsciente. Leamos un pasaje:
“Normal People es una serie irlandesa basada en una novela homónima de Sally Rooney. Su argumento quizás lo podemos presentar a partir de dos canciones de géneros bien disímiles pero que plantean el mismo conflicto, por un lado ‘840′ de Rodrigo, pero quizás sería más justo presentarla con ‘Common Peopl de Pulp, ya que además el título es casi una paráfrasis de esa canción. Es decir que el argumento de esta serie parte del enamoramiento entre un joven de clase social media baja con una compañera de secundaria perteneciente a una acaudalada familia.
Una escena de la serie irlandesa «Normal people».
Ahora bien, esta relación se mantiene en secreto para sus compañeros de secundaria por un acuerdo entre ambos no muy conversado. ¿Y por qué es necesario mantener bajo llave esta relación? Debido a que nuestro protagonista, Connell, es un líder casi sin querer entre sus compañeros de secundaria. Porta un cuerpo hegemónico y privilegiado, juega bien al fútbol, y además mantiene otro secreto, le fascina la literatura, pero lo esconde de sus compañeros porque quizás ese ‘gusto’ no garpa bien para lo que Connell representa para sus compañeros.
Si bien esta pareja constituida desde el secreto muestra una ardiente relación erótica –podemos tentarnos a pensar que para el deseo no hay nada más propicio que lo oculto ya que se relaciona con lo prohibido– voy a dar otra vuelta sobre esto, pero para eso es necesario situar antes otros elementos. Elegí esta serie debido a que habla del camino de búsqueda de un varón que se encuentra totalmente desorientado. No es acorde el ‘cuerpo’ que tiene para sobrellevar una vida de machirulo, lugar en el cual su entorno lo ubica y él muy tímidamente ocupa. Mientras que su pareja oculta, Marianne, es decidida en su deseo, pero no muy popular para sus compañeros de secundaria, el cliché que utiliza esta historia es aquella disputa entre los populares (porristas, deportistas, etc.) vs. los losers, ligado a los nerds y freakys para el otro discurso que se impone como dominante.
Adentrándonos un poco más en detalle en la vida de estos jóvenes me interesa marcar algunos aspectos centrales que en la serie están dichos rápidamente o pasan inadvertidos frente a la novela. Sabemos que Connell es producto de una relación fortuita y pasajera de su madre, lo interesante es que no presenta ningún interés en conocer quién es su padre. Y fuera de su madre, el otro familiar de importancia es su abuela materna que casualmente coincide en edad con la madre de Marianne, es decir, 58 años. Por lo que la madre de Connell fue una prematura y no así Marianne, a quien su madre la tuvo en avanzada edad. ¿Qué nos interesa de todo este relato biográfico? Que nuestro protagonista presenta una ‘carencia’ a nivel paterno –desde el lado de la biología–, pero no así desde el lado simbólico, el cual pareciera, una vez más, ocupar la abuela materna”.
Nuestra época ya no es la de los padres “ausentes”, quizá simbólicamente muy eficaces (por ejemplo, la foto de un padre muerto en la guerra podía ser un ideal que organizara la vida de un niño), sino la de la declinación de lo paterno. Muchos de los “nuevos” padres son más bien sucursales de las madres y pierden de vista su función propiamente dicha. Por eso el conflicto actual los varones está mucho más en aprender a decirle que no a la madre, que en asumir una posición viril. Quizá por este motivo en alguna ocasión Jacques Lacan comparó al varón de nuestro tiempo con el niño fóbico de cinco años que fuera paciente de Freud.
En otra ocasión, Jacques Lacan dijo: “Después de setenta años de psicoanálisis aún no se ha formulado nada sobre lo que es el hombre, el sexo masculino”. A más de 40 años de la muerte de Lacan, podemos decir que algunos psicoanalistas argentinos levantaron el guante y se ocuparon de un tema pendiente.
Fuente: Infobae