Es noviembre de 2019. Rick Deckard, cazador de recompensas, sale a perseguir a un grupo de androides. Dice que va a “retirarlos”. Es un eufemismo de “matarlos”. Porque los Nexus-6, creados por Tyrell Corporation, son casi indistinguibles de los seres humanos y están infiltrados en la Tierra. Tienen una duración de cuatro años, pero se rebelan a su condición de máquina. Son replicantes. Quieren vivir. Así comienza Blade Runner, la película tan de culto como popular que estrenó Ridley Scott en 1982. Está basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela corta de Philip K. Dick publicada en 1968, que en principio situaba la historia en 1992, pero en ediciones subsiguientes, y más difundidas, sucede en 2021. El director partió la diferencia al medio y ubicó esa Los Ángeles distópica a fines de la segunda década del siglo XXI. Ahora.
El 19 de julio falleció Rutger Hauer. Este año. Igual que Roy Batty, el androide existencialista que se deja caer de un edificio en su lucha final con Deckard, interpretado por Harrison Ford. “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”, dice el replicante en palabras del actor, una improvisación que terminó siendo uno de los monólogos más recordados de la historia del cine.
Ese momento. Rutger Hauer como Roy Batty en «Blade Runner».
“Harrison Ford es más parecido a Rick Deckard de lo que podía haber imaginado”, dijo Dick, que murió en marzo de 1982, tres meses antes del estreno de Blade Runner. Un halago del autor, pero también una verdad inquietante. Porque esas no son las únicas coincidencias entre el universo creado por el escritor y recreado por Ridley Scott con la realidad.
Hace rato que no es ficción el paisaje de las grandes ciudades con carteles publicitarios luminosos cortando los horizontes. Como están descriptos en la novela, y del mismo modo que los filmó el cineasta, ahora están ahí, acá, en Times Square, en Picadilly Circus, en el centro de Tokio, alrededor del Obelisco de Buenos Aires.
Reconocimiento facial: tecnología de punta y control. / The New York Times.
El Test de Turing es una prueba para medir la habilidad de una máquina y que pone en evidencia si tiene un comportamiento inteligente similar, o indistinguible, al de un ser humano. Lo creó el precursor de la informática moderna Alan Turing en 1950. Dick por ahí se inspiró en eso para inventar su Prueba Voight-Kampff, el examen que permite comprobar si alguien es humano o replicante. Muchos Nexus-6 pasan el test. En esa duda se planta el conflicto moral de Deckard. Y sobre ese dilema se construye la novela, y la película, que plantean: si la imitación y lo real son tan similares, ¿hay acaso una diferencia? O sea, ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas? Blade Runner y la novela en la que se basa narran una versión distópica de Los Ángeles, y el mundo, que ya no lo es tanto. El reconocimiento digital facial y de voz, la realidad virtual, los algoritmos que proponen justo lo que cada usuario busca. Esas herramientas tecnológicas están en la historia de ficción, pero también ya son parte de la vida cotidiana.
En la película hay unas cabinas telefónicas con pantalla, una versión rústica, pero acertada, de las videollamadas que ya ni siquiera suenan a futuro cuando las hacemos. ¿Es tan similar la distopía de Dick a la realidad como para, tal vez, preguntarse, si hay una diferencia? En su descripción realista de un futuro en decadencia, el autor soltó su creatividad, pero en su juego de imaginación acertó bastante. ¿Cuánto hay ahora de aquel 2019 que puso en pantalla Ridley Scott?
El juego de las diferencias: no existen androides que se puedan confundir con humanos, y menos que tengan sentimientos o pensamientos propios. Pero hay aproximaciones. “Tengo 22 años, pero nací con 22 años”, bromea Erica, una robot humanoide con inteligencia artificial capaz de imitar gestos humanos, interpretar tonos de voz, mantener conversaciones sencillas sobre temas predefinidos y hasta hacer chistes. Tiene proyectos, según diseñaron sus programadores, de ser presentadora de un programa de televisión online en el portal de videos Niconico. No es una Nexus como en la ficción. Erica es un Androidol U, la última versión hiperrealista de androides que está desarrollando el profesor de la Universidad de Osaka Hiroshi Ishiguro. El científico no trabaja para la Tyrell Corporation, si no para los más que reales Agencia de Ciencia y Tecnología de Japón y el Instituto Internacional de Investigación Avanzada en Telecomunicaciones (ATR). El director del Laboratorio de Robótica Inteligente, parte del Departamento de Innovación de Sistemas en la Escuela de Graduados de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de Osaka, saltó a la fama cuando creó su androide gemelo en 2006 y está llenando el mundo de inteligencias artificiales. Chihira Junco es una humanoide que se desempeña como anfitriona turística en un centro comercial de Tokio. En Nagasaki está el Henn na Hotel (“hotel extraño”), manejado completamente por robots. Matsukoloid es el doble del celebrity japonés Matsuko Deluxe y hacen juntos un programa de televisión. En pantalla grande está Geminoid F, androide que protagoniza la película Sayonara, que se estrenó en 2015. Rachel, la enigmática Nexus-7 que desconoce que no es humana, si no se hubiera enamorado de Deckard tal vez también podría haber perseguido un destino de actriz.
Erica, una robot hecha en Japón con habilidades humanas. / AFP
Los spinner son unos coches que suben al cielo lluvioso de Blade Runner. No existen. Aún. Lo que hay, en la vida real, son los eVOLT (Electric Vertical Take Off Landing), que Uber Elevate quiere probar en Francia, Australia, India, Japón y Brasil. La empresa que conecta conductores con pasajeros propone hacer, simple y corto, “viajes aéreos compartidos urbanos”. Autos voladores. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es una novela de ciencia ficción que habla, más allá de su anécdota de cazador en busca de androides rebeldes, de lo impreciso que es el límite entre lo natural y lo artificial. Y lo cuenta en el marco de la decadencia de una sociedad atravesada por la tecnología, que se vuelve omnipresente en un mundo que se cae a pedazos. Podría ser casi la descripción de un documental sobre la actualidad. ¿Estamos en ese futuro cyberpunk de polvo radiactivo que contamina gran parte de la Tierra? ¿Cuánta distancia hay entre lo que ideó Philip K. Dick y el accidente nuclear de Chernobyl en 1986? ¿Y de la crisis ambiental y ecológica actual? ¿Ya llegamos a la distopía que retrató Scott en Blade Runner? Habrá que tener preparada la Prueba Voight-Kampff para distinguir quién nació humano y quién androide. O no. Mejor empatizar. Si no, no aprendimos nada.
Fuente: Clarín