«Karoshi» es una palabra japonesa que significa algo así como «muerte por exceso de trabajo». Y define a un síndrome que cada año se cobra la vida de alrededor de 10.000 personas en el país del Sol Naciente, casi las mismas que los accidentes de tránsito.
El «karoshi» es un fenómeno íntimamente relacionado con la cultura laboral nipona, donde las huelgas por mejoras salariales se basan en trabajar el doble de lo habitual y -desde que se comenzó a mensurar, tras la Segunda Guerra Mundial– las jornadas de trabajo compiten por ser las más extensas del mundo.
Uno podría culpar de esto al capitalismo salvaje -que seguramente lleva su parte- pero se explica sobre todo a partir de elementos profundamente instalados en la idiosincrasia japonesa, como la propensión al sacrificio, la lealtad hacia las instituciones (desde el Estado hasta las empresas) y a una clase de prestigio social que se obtiene anteponiendo la búsqueda de la excelencia a cualquier apetencia personal.
Según la información que se dispone hasta ahora, el «karoshi» fue la razón del prematuro adiós de Kentaro Miura, uno de los más grandes «mangakas» -autores de historieta japonesa- de la Historia, quién falleció el 6 de mayo -aunque se supo el 20- a los 54 años, tras una disección aórtica aguda.
Despedida. Kentaro Miura, víctima del «karoshi»
Autor de historietas desde los 10 años, en 1988 dio vida a la monumental saga Berserk, una fábula fantástico-medieval que lleva vendidos 50 millones de volúmenes a lo largo y lo ancho del mundo, una cifra similar a la que ostentan mitos de la literatura universal como Cien años de soledad o Lolita.
Es probable que este dato sorprenda a los no iniciados, pero la influencia de Kentaro Miura sobre la cultura y el entretenimiento global es mayúscula, y se expresa en territorios como el manga, el animé, el cine y los videojuegos.
Berserk, sin lugar a dudas, pasará a la posteridad como una las obras cumbres del manga, la inabarcable historieta nipona. Exceptuando algunas que otras tiras sueltas, Kentaro Miura dedicó enteramente su vida y su carrera a crear y expandir este universo, compuesto por 40 “tankobon” (volúmenes compilatorios).
Según su propio autor, estaba recién comenzando a rondar el final de la historia que tenía en mente.
Ojos grandes
Formado en el prestigioso instituto de arte de la Universidad de Nihon, Miura se lanzó a la escena siguiendo la estela marcada por grandes maestros como Osamu Tezuka, el Santo Patrono del manga y el animé.
Padre de iconos como Astroboy, Osamu Tezuka sentó las bases del lenguaje moderno de la ancestral narración gráfica nipona, incorporando técnicas de su admirado Walt Disney, como la de dotar a los personajes de ojos grandes (no, no se trataba de un complejo de inferioridad oriental sino de contar con mayores posibilidades expresivas).
Astroboy. Un personaje de Osamu Tezuka
Gracias al camino trazado por Tezuka, a partir de la década de 1960 tanto el manga como el animé se convirtieron en fenómenos masivamente globales y, desde entonces, la fabulosa factoría nipona ha lanzado al mundo incontables obras, cada vez más sofisticadas y orientadas a públicos de distintas edades y sensibilidades.
En los albores de la década de 1980, con el manga en pleno estado de expansión y ebullición creativa, Kentaro Miura comenzó a dar sus primeros pasos dentro de la profesión de “mangaka”).
Eran los tiempos en los que Katsuhiro Otomo sacudía al universo del cómic con Akira, una tremenda fábula de ciencia ficción que capturaba el mismo espíritu de época que filmes como Blade Runner y Mad Max; un manga hoy mítico que consiguió la cuadratura del círculo: ser tremendamente popular y de culto al mismo tiempo.
Akira, el manga de Katsuhiro Otomo
Por aquellos tiempos, Jyoji Morikawa, otro gran mangaka, tuvo brevemente a Kentaro Miura como aprendiz, pero lo empujó casi de inmediato a seguir su camino: “Era poco lo que yo podía enseñarle, la mayor parte de las cosas ya las sabía de antemano, por propia intuición”.
Y Miura siguió nomás. En 1988 lanzó Berserk Prototype, una historieta que fue el puntapié inicial de la que iba a ser la obra de su vida, que se publicó por entregas primero en la revista “Animal House” y luego en su continuadora, “Young Animal”.
La gran obra
Berserk se convirtió con los años en la pieza central del género épico medieval, uno de los predilectos por los fanáticos del manga y de la llamada “literatura de fantasía” (o “fantasy”), en la que se inscriben clásicos modernos como la saga Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin, inspiradora de la serie Juego de tronos.
Ambientada en un imaginario medioevo de aires europeos, la saga Berserk narra el devenir de Guts, un pequeño huérfano que se convierte en feroz mercenario y vaga por el mundo entre bandas de maleantes, enfrentamientos con monstruos y seres extraordinarios de diversa calaña, peleas en tabernas y venganzas.
Tuerto de un ojo, amante de las largas capas y con un porte que recuerda a nuestro Nippur de Lagash, Guts tiene como contraparte femenina a Casca, una guerrera bellísima de pelo cortito, con la que combate espalda contra espalda.
Lucha, dolor, amor. Berserk, el manga de Kentaro Miura
El amor que crece entre ambos a lo largo de la historia es descomunal y tortuoso -uno de los ámbitos de la saga en los que mejor se expresa la sensibilidad “emo” de Miura-, y acabará por llevarlos hasta el borde de la locura (incluso un poco más allá).
Al igual que en “Juego de tronos, en Berserk no hay contemplación por los personajes principales, que pueden morir en cualquier momento, ya sea de un hachazo, un sablazo o un encantamiento.
Sin dudas, uno de los puntos más fuertes de Berserk es su fabulosa imaginería gráfica, tanto en la concepción de los personajes como de los entornos fantásticos en los que habitan.
El detallismo de Kentaro Miura es infernal, en prácticamente todos los sentidos de la palabra. Admirado y profusamente copiado por un sinfín de otros creadores de historietas, el estilo de Miura se expresa con especial maestría en lo apocalíptico y lo dantesco. En este sentido, sus dibujos eran habitualmente comparados con las visiones infernales de El Bosco, el maestro renacentista holandés.
Como tantos otros grandes artistas, Kentaro Miura lidiaba con una compulsión obsesiva. Durante buena parte de su carrera sus jornadas de trabajo promediaban unas 16 horas diarias, desde las 2 de la tarde a las 6 de la mañana.
Comenzó dibujando con lapicera y tinta china y cuando vio obligado a pasar al formato digital, solía detenerse en cada pixel.
A su equipo de colaboradores solamente le permitía intervenir en los fondos. Tras 30 años -7 días por semana- esta incontrolable pulsión creativa devino en extenuación física y emocional y, finalmente, en “karioshi”.
Lo dijo alguna vez Truman Capote: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”.
Fuente: Clarín