Mariano Frassa tiene 46 años, es médico generalista y trabaja en zonas rurales. En su camioneta maneja alrededor de 6000 kilómetros por mes para acercarse a las tres localidades del partido bonaerense de Chacabuco donde atiende a sus pacientes. Conoce no solamente el nombre y apellido de cada uno, sino también sus historias de vida y las de sus familiares. Con el método que le gusta llamar “escuchatorio” deduce posibles factores de riesgo y antecedentes para llegar a un diagnóstico. Sabe de qué trabajan los integrantes de cada casa, a qué hora ir para encontrar siempre a alguien, y cada vez que aplaude para anunciarse lo reciben con una sonrisa y los brazos abiertos. Cuenta el episodio que despertó su vocación durante la infancia, las veces que asistió partos en situaciones inesperadas, y las valiosas satisfacciones que le brinda la profesión que abraza con el alma.
Es de las personas que sonríe con los ojos, con una mirada que evoca carisma y templanza. Y así también es su entrega, genuina y transparente. “Nací en el medio del campo, en una casa que queda a dos kilómetros de la localidad Ramón Biaus, de aproximadamente 100 habitantes en el partido de Chivilcoy, y ahí no había médico; entonces frente una emergencia había que hacer 30 kilómetros de tierra y barro para hacerse atender”, comenta. Por eso, no se olvida más la preocupación que sintió cuando su madre sufrió un desmayo repentino luego de sentir un hormigueo en el brazo.
“Fue una situación que parecía una emergencia, que afortunadamente después no fue así, pero sentí que estábamos desprotegidos, sentí la necesidad en carne propia y ahí nació mi deseo de ejercer la medicina rural; aunque nunca pude hacerlo en ese pueblo por cuestiones de la vida, sí lo hago en otras localidades como Rawson , O’Higgins y Castilla, con 2500 habitantes, 1000, y 800, respectivamente”, cuenta. La suma total da más de 4300 personas que pueden requerir de su servicio, y con muchos de ellos chatea diariamente para seguir de cerca sus tratamientos o recibir consultas hasta que los reencuentra personalmente.
Formó parte del programa «RCP Chacabuco», en el marco de la iniciativa de Chacabuco cardioprotegido, junto al doctor Walter Muñoz
Mariano recorre aproximadamente 300 kilómetros por día -algunos más, otros menos, dependiendo de la demanda- y por eso su camioneta es una herramienta esencial de trabajo. “Invierto en el combustible y en que al vehículo no le falte nada porque es tan importante como el estetoscopio y el tensiómetro; la falta de accesibilidad genera mucha impotencia, y juega un rol fundamental”, explica. “Hace poco hubo un accidente en la ruta, no podía avanzar y me metí por otro camino de tierra y gracias a eso pude llegar. Tenía un paciente con falta de aire y dolor de pecho que me estaba esperando, y en ese trayecto ya iba pensando adónde podría derivarlo después de evaluar el cuadro, y en avisar al hospital más cercano para que tuviera preparada la ambulancia de ser necesario”, revela.
Siempre le gustaron los paisajes donde el horizonte pueda verse, que el verde predomine y la tranquilidad acompañe para tomar unos mates después de una larga jornada. Fue la forma en que creció, y a los 12 años vivió el primer gran cambio cuando se mudó a Chivilcoy después de terminar la primaria. “No había secundario en la localidad donde yo nací, así que tuve que dejar mi querencia, y de ahí me fui por seis años a La Matanza, Ciudad Evita, para ir a la universidad”, relata sobre el comienzo de su eximia trayectoria.
Otra de sus tareas es la concientización en los colegios secundarios de las localidades: brinda charlas sobre la importancia de la donación de órganos
Se quedó en casa de sus tíos mientras cursó la carrera, quienes lo recibieron con mucho cariño y lo acompañaron en la nueva rutina. “Tomaba dos colectivos para llegar a Capital federal, que tiene una dinámica muy lejana a donde yo provengo, pero lo hice hasta el día que di la última materia, y decidí hacer la residencia de médico de familia en el Hospital del Carmen de Chacabuco, ya preparándome para ser médico rural, que era mi sueño”, expresa. En menos de un año asistió 60 partos, además de cirugías, y una incontable cantidad de horas de guardia en las que atendió a niños, embarazadas y adultos.
Durante su época como estudiante también hizo una pasantía en Los Piletones de Margarita Barrientos. “Me iba muy temprano en colectivo, y ella siempre me decía que yo entrara tranquilo con el guardapolvo blanco, porque por más problema que hubiera en la periferia, me iban a respetar; ‘Ellos saben que al doctor que viene desinteresadamente a ayudarnos hay que cuidarlo, así que nadie le va a hacer nada’, me decía, y así fue los seis meses que fui”, relata. Aprendió muchísimo y lo considera otra pieza fundamental de su vocación. “Me llené de satisfacciones, la veía a ella con toda la polenta que le ponía, y eso me fue nutriendo las ganas de colaborar que siempre sentí”, destaca.
Además participó de la presentación del Programa Salud y Adolescencia del partido de Chacabuco
Luego se formó en el Hospital Ramos Mejía y más adelante en el Hospital Finochietto. “En la Argentina tenemos una fábrica de médicos increíbles, que envidia toda la región de Latinoamérica y muy respetado en el mundo. A lo largo de mi educación no vi más que muestras de vocación, todos mis maestros me han enseñado que la medicina se practica de este modo y que el dinero es una circunstancia en la que te puede ir mal o bien, que depende de los avatares de la economía del país y de tu especialidad, pero que nunca iba a pasar necesidades haciendo la medicina como corresponde”, sentencia.
Cuando todavía no había cumplido 30 años llegó la posibilidad de cumplir su gran anhelo, cuando le ofrecieron ser el director del hospital de la localidad bonaerense de Rawson. “Había renunciado la directora y me hice cargo porque no había servicio de emergencia; iba con mi camionetita a la casa de la gente, y al mismo tiempo atendía en el consultorio hospitalario, manejaba el personal, y ahí tuve muchas vivencias que me forjaron como profesional”, asegura.
Un día de lluvia lo llamaron para un parto domiciliario porque la paciente no iba a llegar al hospital, y fue en camino para traer a un niño al mundo. “Una vez que lo tuvo, subimos a la mamá y al bebé a la ambulancia bien calentita, le sacamos la placenta y los llevamos al servicio de neonatología del hospital de Chacabuco”, rememora. Confiesa que por más que sabía que formaba parte de su labor, sintió “una responsabilidad enorme”, y con cada desafío fue ganando más seguridad para reaccionar con velocidad frente a circunstancias que no son las habituales.
Mariano Frassa también fue director de la Hospital del Carmen de Chacabuco en el área de emergencias médicas, que fue inaugurado tras su llegada
“Otra vez me pasó que estaba llevando una embarazada a Chacabuco y rompió la bolsa en la ruta, entonces tuve que poner la ambulancia en la banquina, prender las luces y hacer el parto ahí, que no es lo mismo que hacerlo en una sala de parto de un hospital donde está todo preparado, donde la enfermera que asiste es especialista y lo podría hacer sola, más otro ginecólogo que acompaña”, indica. Al igual que en la experiencia anterior, calefaccionó el vehículo y llevó a la madre y el recién nacido a un establecimiento que contara con los recursos necesarios para monitorearlos.
“Ni ella ni yo nos olvidamos más de ese día, que fue tan fuerte, porque el mismo miedo y la inseguridad que tenía, también lo tenía yo por no poder resolverlo en el contexto adecuado, pero pudimos sacarlo adelante y hasta el día de hoy tengo relación con la mamá y el nene: hoy su hijo tiene 18 años, es más alto que yo, y nos comunicamos siempre”, revela con alegría.
Junto a autoridades del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires durante una charla sobre el funcionamiento de la medicina rural vs la medicina urbana
El deber cumplido
Para Mariano hay muchas diferencias entre la medicina rural y la medicina urbana. La relación médico-paciente se caracteriza por la confianza, y a veces le sucede que incluso cuando hay otro profesional de guardia lo llaman para que evalúe el cuadro para ver si coincide con el diagnóstico. Le ha pasado también de ir un domingo a controlar la presión de una vecina y después de revisar que esté todo bien, quedarse a comer un domingo con toda la familia. “Los pacientes depositan en nuestras manos lo más preciado que tienen, que son sus vidas, y yo fui formado para para que la persona esté por encima de todo, no puedo considerarlo un número porque con el correr de los años los conozco y capaz atiendo al abuelo, al nieto y a algunos hasta los vi nacer”, dice conmovido.
Además de los elementos esenciales para realizar su tarea, también destaca la importancia del acompañamiento de un equipo de salud que funcione como respaldo con buena voluntad para resolver las adversidades. “Los médicos rurales no seríamos nada sin las enfermeras rurales, sin los administrativos que nos proveen los medicamentos, que hacen gestiones porque a veces no hay lo que necesitamos, las secretarias de los consultorios, de los hospitales; todos esos grupos humanos importantes que se ayudan con las herramientas que tengan a mano, y en caso de no poder darle una solución lo encaminamos y lo derivamos a un lugar de mayor complejidad donde está la tecnología adecuada”.
La distinción que le entregó el Gobierno del partido de Chacabuco por su loable trabajo en el Hospital Municipal Nuestra Señora del Carmen
«Por su compromiso y dedicación», la medalla que le entregaron por su labor en las áreas rurales
Así como tiene una lista de anécdotas con finales felices, también hubo momentos dolorosos en los que ni la ciencia ni los conocimientos que pudiera aplicar fueron suficientes. “Hay cosas muy duras que pasan de repente, como la vez que un paciente falleció de muerte súbita, y no hay nada más angustiante tanto para la familia como para el profesional, porque no hay un por qué, una explicación que pueda brindarles”, lamenta. La forma que encuentra para volver a empezar sus rondas después de que algo así sucede, es lo que denomina “el premio del deber cumplido”.
“Apoyar la cabeza en la almohada, cansado por haber dejado todo, saber que realmente diste todo de vos y que hay cosas que no se pueden manejar porque escapan de uno, es algo que nadie nos puede quitar, junto a la tranquilidad de ejercer la vocación dignamente”, sentencia. En 2015 le ofrecieron ser director del hospital de Chacabuco por su eximio desempeño en las tres localidades, con un combo de 1000 pacientes asegurados por parte de una obra social, lo que le representaba una mejora económica, pero no pudo aceptar. “Sentirse seguro, feliz y realizado en esta vida, no hay plata que lo pague, y eso es lo que hace que yo no pueda abandonar, no los puedo dejar porque ellos me necesitan y yo lo necesito a ellos”, confiesa.
En su momento había tenido la posibilidad de ejercer cardiología y tampoco quiso tomar esa opción, porque iba a desplazar su labor diaria en las áreas rurales. “Me generaba temor encontrarme con pacientes con un paro en medio del campo, y por eso hice la especialización en cardiología, para complementar mi formación y poder controlar arritmias, insuficiencia cardíaca, intubar, y ventilar frente a una emergencia”, explica. Menciona al doctor René Favaloro como un exponente indiscutible a nivel mundial, y lo considera un referente por sus inquebrantables valores. “Es nuestro Maradona, nuestro Messi de la medicina, que explica por qué todo el mundo se viene a formar como cardiólogo acá, por su legado con el bypass, uno de los inventos más importantes de la humanidad”, resalta.
En una de las actividades del programa «RCP Protegido», junto a bomberos voluntarios y autoridades
La misión de ayudar
Aunque está consciente de que faltan más médicos rurales en las localidades, conserva la ilusión de que su testimonio sea la punta de una lanza que llegue lo más lejos posible. “Hay muchos más que lo hacen con la misma dedicación, que entregan su tiempo y su profesión en terrenos rurales, y a todos los que tengan ganas de hacer esto mismo, me gustaría decirles que se puede vivir sin pasar miseria, con tranquilidad, una buena calidad de vida, dignidad, y que el reconocimiento también llega”, asegura. En este sentido, apoya su fe en el pensamiento de que la ética y la pasión también rinden frutos, algo que comprobó más de una vez.
“Tenemos que buscar la manera de que la salida no sea Ezeiza. Soy un convencido de que ese no es el camino, y mucho menos el único. Me parece que en el lugar donde uno esté tiene generar el microambiente necesario para demostrar que se pueden hacer las cosas bien, que se puede salir adelante desde el servicio, que la gente te brinda toda su gratitud, y que se puede realizar perfectamente”, indica. Lo inspiran las historias de vida que escucha de sus propios pacientes, en muchos casos abuelos que han trabajado en el campo toda la vida, lo que define como “una generación noble que le ha dado todo a este bendito país”, y por eso cree que el mínimo gesto que se merecen es el compromiso de cuidar su salud como prioridad.
Mariano en la actualidad, a punto de salir a una de sus tradicionales rondas por el campo (Fotos: Gentileza Mariano Frassa)
“Cuando se sienten acompañados, cuando hay un equipo de salud que acompaña, la tasa de éxito es enorme. La satisfacción personal, la riqueza de valores, la empatía que se genera, y la relación con ellos, es para toda la vida”, proyecta. Cuenta que no tiene pendientes en su vida, que se siente “dichoso” con lo que hace, pero a nivel personal, como padre de tres hijos, sí hay un objetivo que no quiere postergar por nada del mundo: brindarles la mayor cantidad posible de tiempo de calidad, porque su profesión le insume gran parte del día. “Los llevo a jugar sus deportes, trato de estar en lo que ellos necesitan, darles asistencia en el colegio, llevarlos de vacaciones, ser lo más presente que pueda en sus vidas”, expresa.
Sobre sus próximos pasos, no tiene dudas de que seguirá ejerciendo su vocación en las áreas rurales. “No voy a vender la dignidad ni la vocación por nada del mundo, voy a seguir así”, manifiesta. El optimismo que se refleja en su rostro también está presente en su forma de ver la vida, pero deja de ser solo una actitud cuando lo sustenta con su propia experiencia de vida. “Este es un país hermoso donde yo me he cruzado con muy buenas personas: conozco policías honestos, maestras honestas, profesionales de distintas especialidades que buscan hacer las cosas bien; tenemos universidades, facultades, y escuelas extraordinarias. Y más allá de que sabemos que también existen los que hacen las cosas mal, es importante que todo lo negativo no borre las acciones de quienes se levantan cada mañana con el objetivo de retribuir todo lo lindo que ha recibido”, concluye.
Fuente: Infobae