Es el 1° de abril de este año. Recién desembarcó en el puerto de Ushuaia, luego de cambiar el sistema lumínico del Faro de San Juan de Salvamento en una travesía que le costó la vida al único tripulante argentino de la expedición, el artista plástico fueguino Fernando «Cany» Soto, y que había partido desde Ushuaia el 16 de marzo.
«El sueño de «Cany» era pisar la isla; por suerte pudo hacerlo», dice André, de 65 años, nacido en Reims, Francia, y responsable de que el faro que inspiró a Julio Verne para crear su inmortal novela El faro del fin del Mundo esté iluminado y guíe a los no pocos románticos marineros que se acercan a este confín solitario. Llevaron al artista para que pudiera pintar el momento en el que se modificara la iluminación del faro y retratara la travesía.
Cany empezó a sentir un dolor en el pecho muy fuerte, cuenta André. La médica a bordo del velero «Podorange» decidió que el pintor no estaba en condiciones de continuar con la aventura en un clima tan hostil, donde es posible pasar de un cielo sin nubes a un temporal de viento de 100 km/h de un momento a otro. La expedición regresó a la Isla de Tierra del Fuego tan rápido como pudo desde la bahía donde está el faro hasta el fondeadero de la Estancia Harberton (85 kilómetros al este de Ushuaia), donde desembarcaron a «Cany». Para logralo se necesita de una navegación de 30 horas en condiciones extremas.
El cambio del sistema lumínico del faro Crédito: Martine Perdrieau
«Lo dejamos en tierra. Estaba bien, lo fue a buscar su esposa. Cuando desembarcamos en Ushuaia al otro día supimos de su muerte -cuenta André-. Perdimos un gran aventurero, y Tierra del Fuego, a un gran artista». El pintor llegó a hacer algunos bocetos que se publicarán en un libro sobre esta expedición, que Bronner editará en el año 2020, con el apoyo del gobierno fueguino.
La relación de André con la isla es larga. En 1993 emprendió su primer viaje en velero hacia estos confines australes. A bordo, leyó la novela de Verne y se hizo la idea de que debía hacer lo imposible por conocer ese faro que está deshabitado desde hace más de un siglo (vivían seis solitarios torreros), pero que desde 1884 hasta 1902 fue la última luz al sur del mundo. La novela de Verne se lee en las escuelas francesas. «Nuestros bisabuelos pasaban por aquí para llegar hasta el Pacífico -cuenta-. Sentimos como parte de nuestro patrimonio la isla y el faro».
Al llegar a la Isla de los Estados, desembarcó solo para conocerla y rápidamente el clima cambió y se perdió: «De pronto me vi en las nubes». Esa es una de las características inquietantes de la isla: las nubes se presentan en el mismo nivel que el mar.
El artista plástico Fernando «Cany» Soto murió durante el viaje Crédito: Claire Montenay
Regresar a la isla
Dice que durante cinco días anduvo vagando por la costa, sin comer ni beber, caminando para no morir congelado hasta que encontró en Puerto Parry el Apostadero Naval Comandante Luis Piedrabuena, donde viven cuatro miembros de la Armada, solos, durante 45 días, y que representan los únicos habitantes de la isla. «Prometí que si vivía, regresaría a la isla para conocer el faro», dice. Volvió al otro año: se quedó solo, durante tres meses, con un arco, flechas y una red de pesca.
André fue deportista y marinero. Conoce muy bien la dinámica del mar. Compitió alrededor del mundo en trimarán (embarcación con un casco central y dos laterales, a vela), hoy está jubilado y, junto a su esposa Claire Montenay, se dedican a recorrer países con aventuras no convencionales. En bicicleta unieron Punta Arenas y Bolivia; también en bicicleta dieron la vuelta por la isla de Cuba y de Nueva Zelanda; en kayak bajaron todo el río Irrawaddy, un curso de 1650 km en Birmania. «En total hemos recorrido en bicicleta alrededor de 15.000 km», completa.
En 1994 regresó a la Isla de los Estados. Estuvo tres meses solo recorriéndola. Como el suelo tiene mucha turba, o rocas salientes, decidió hacerse una casa arriba de un árbol, cerca de una pequeña playa. Un sueño que tuvo desde niño. Comió lo que pudo cazar, algunos cormoranes y cauquenes. «El arco es muy romántico, pero poco práctico», reconoce. La red de pesca le dio alimento.
El francés André Bronner tiene una larga relación con la Isla de los Estados Crédito: Daniel Nouraud
«Hablas solo todo el día, a veces muy fuerte», cuenta. En esos monólogos se encontró sentado en las ruinas del faro San Juan de Salvamento y allí tuvo la idea de poder reconstruirlo y darle nuevamente luz. Hasta ese momento estaba en desuso y sin mantenimiento. «Tuve la necesidad de que guiara nuevamente a los navegantes», afirma.
En 1998 reunió fondos privados en Francia para la reconstrucción y se embarcó en velero hasta la isla, donde permaneció 45 días junto a un equipo de diez aventureros, con el apoyo logístico de la Armada. En aquel año y, luego de más de un siglo sin prestar ese servicio, se volvió a iluminar el faro. Ese mismo año, en el puerto de La Rochelle, construyó una réplica que se transformó en un ícono de esta ciudad francesa.
La Isla de los Estados está separada apenas 24 kilómetros de la costa este de Tierra del Fuego, por el Estrecho de Le Maire. El ancho mínimo de la isla es de 500 metros y máximo de 16 kilómetros, y la longitud de este a oeste es de 65 kilómetros. Tiene una geografía muy accidentada, con la presencia de fiordos, promontorios y bahías. El monte Bove de 823 metros de altura es su máxima elevación.
El Faro del fin del mundo Crédito: Martine Perdrieau
Presencia argentina
Desde 1832 hay presencia argentina de forma irregular. En 1884 el Comodoro Augusto Lasserre inaugura el faro de San Juan de Salvamento. En 1902 fue reemplazado por el faro de Año Nuevo de la Isla Observatorio. Y ese mismo año se clausuró el presidio militar, llevándolo a Ushuaia. Así la isla quedó deshabitada, luego de tener alrededor de 150 habitantes.
«El sistema lumínico que pusimos en el 98 estaba obsoleto y decidimos cambiarlo», comenta André. En 2018 creó la Asociación del Faro del Fin del Mundo, con sede en Lagord, para conseguir fondos para la expedición que salió de Ushuaia el 16 de marzo. «No fue difícil. Los franceses estamos interesados en la preservación del faro», asume el aventurero. Las donaciones ascendieron a 50.000 euros. Aquel día zarparon a bordo del «Podorange», un velero de 20 metros de eslora que en 1996 dio la vuelta al mundo y hace viajes a la Antártida. Embarcaron doce tripulantes, «Cany» Soto fue el único argentino. A la manera de los viajes de la época dorada de los descubrimientos, Bronner eligió un pintor para que pudiera retratar la travesía.
«Fue increíble volver a la isla y ver el faro», dice. Durante dos semanas estuvieron trabajando en su modernización. Desmontaron los ocho viejos paneles solares y su lámpara, y los reemplazaron por dos paneles de última generación que generan hasta 21,6 V. Ambos producen energía para encender una potente lámpara Led, de muy bajo consumo, que puede alcanzar una distancia de diez millas. Los nuevos paneles alimentan dos baterías de gel que pueden mantener la luz del faro activa por 75 días sin luz solar.
El grupo que integró la expedición para cambiar el sistema lumínico del faro Crédito: Claire Montenay
«Dejamos dos viejos paneles, una luz y dos baterías para el interior del faro», explica André. Este lugar es usado de refugio por los solitarios navegantes que se acercan. De esta manera instalaron dos sistemas independientes de luz. También llevaron, a modo de memorial, una placa de madera Douglas, resistente al clima insular para que las distintas expediciones tengan un lugar donde dejar sus placas evocativas. «Nuestro objetivo era volver a iluminar el faro del fin del mundo», resume André.
Los últimos días, la salud de «Cany» Soto obligó a acelerar la vuelta. «Pudimos dormir todos juntos en el faro la última noche en la isla», agrega y el recuerdo lo alegra. Soto siempre pintó motivos fueguinos y marítimos pero jamás había navegado. «Para él fue maravilloso hacer este viaje», confiesa André.
En el 2020 se cumplen 20 años de la puesta en funcionamiento de la réplica del faro San Juan de Salvamento en la Rochelle. «Mi sueño es que los dos brillen en un puente cultural con la Argentina», concluye el francés.