Luego de haber sido uno de los pilares de la Primera de Rugby en el San Isidro Club (SIC) durante doce años, Martín Rospide comenzó el juego más difícil de su vida: unir 5093 kilómetros de la Argentina, de Jujuy a Santa Cruz, a trote por la Ruta Nacional 40.
A los siete años, después de criarse viendo a su hermano entrenar en el Club Atlético San Isidro (CASI), Martín (40) fue de la mano de su padre a anotarse en rugby. Aunque a los pocos meses y fiel a su espíritu aventurero decidió dar un giro de 180 grados y cambiarse a la contra zanjera para estar con sus amigos del colegio.
Veinticinco años de su vida los dedicó a estar dentro de la cancha manteniendo el scrum y tackleando al adversario. Pero a los 32, cuando se retiró del rugby, se encontró con mucho tiempo libre. “El deporte siempre me acompañó -explica el vecino de San Isidro-. Comencé a andar en bici y a correr por el Hipódromo y el Bajo”.
Asistido. Un equipo de apoyo rotativo lo sigue desde una camioneta.
Aunque salía a trotar para no perder la condición física, día a día se fue dando cuenta de que el running empezaba a ocupar un lugar importante en su rutina. “Me fui enganchando y me anoté en maratones de calle de 10, 21 y 42 kilómetros, y después pasé a las de aventura de hasta mil millas en el volcán Lanín y el cerro Catedral, en Río Negro”.
Después de adentrarse en las alturas y los deportes extremos, el ex rugbier sintió la necesidad de planear un viaje de aventura. “No sabía si hacer algún recorrido en bicicleta por la Patagonia o el Camino de Santiago, en España”, reconoce.
Aventura. Luego de atravesar Jujuy, la primera provincia del itinerario que finalizará en Cabo Vírgenes.
En ese mismo momento, sus amigos le presentaron a Rodolfo Rossi, un maratonista que en el 2015 corrió la Ruta 40 de Norte a Sur. “Me pareció una experiencia espectacular -admite-. La charla con él fue el empujón que me motivó a llevarlo adelante y tomarlo como un desafío personal”.
Durante dos años, además de entrenar tres horas diarias con la atleta Chiara Mainetti, destinó su cabeza a pensar la logística y el minuto a minuto del viaje, que empezó el 1 de septiembre y prevé terminar el 14 de enero del próximo año. “Se me ocurrió incluir a mis amigos para que funcionen como equipo de sostén. Además, sabía que iba a necesitar la contención de mis afectos”.
Solidaridad. Junto a la fundación Ruta 40, Martín juntó donaciones para llevar a nueve escuelas rurales del país.
Así es como, desde que arrancó el mes pasado en La Quiaca, dos personas de su entorno -que se van turnando durante el viaje- van en una camioneta con un camper haciendo el mismo recorrido y le preparan la comida, lo asisten y buscan un lugar para pasar la noche. “A veces dormimos en la chata, que es como una casa rodante, pero también paramos en hosterías para tener una cama cómoda, comida elaborada y una ducha caliente”.
Antes de emprender la travesía, la ONG Ruta 40, de San Isidro, se unió a su proyecto y juntos comenzaron a recolectar donaciones para que Martín llevara a nueve escuelas rurales en el trayecto de las 11 provincias que recorrerá hasta el kilómetro cero en Cabo Vírgenes.
Recorrido. Aún le faltan 103 días, pero sus amigos ya sacaron pasajes para verlo llegar a Cabo Vírgenes.
Lleva 33 días de andanzas y unos 1155 kilómetros a su favor (corre casi 40 al día). Amanece con el primer rayo de Sol, desayuna, sale a la ruta, almuerza, duerme siesta y continúa con el trayecto hasta que comienza a oscurecer. Y los días de mucho dolor muscular, se divide el ejercicio en tres partes para descansar más.
Si bien todavía no quiere pensar cómo va a ser el día en que llegue a Santa Cruz dice: “No quiero volar, ni distraerme. Todavía quedan 103 días y tengo que estar concentrado”. Pero su familia y sus amigos sí lo piensan y ya sacaron pasajes para esperarlo en el Sur. “Lo único que sé es que me voy a quedar unos días a descansar en Ushuaia”.
Fuente: Clarín