A dos siglos de la muerte de Manuel Belgrano la investigadora y académica del Conicet Laura Malosetti Costa se pregunta en cuál de todos los retratos del héroe está la verdadera cara, o la más parecida. «Nada más que hipótesis podemos construir acerca del significativo misterio alrededor de los retratos europeos de Belgrano. Ninguno está firmado ni fechado, ni fue exhibido ni se habló de ellos en vida de Belgrano. Todos los retratos conocidos, menos uno, hicieron su aparición después de la muerte del prócer», dice.
En una investigación escrita a pedido de Guillermo Scarabino, presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes, y realizada en estos días sin poder visitar hemerotecas ni archivos ni museos, hace una pesquisa para resolver el enigma Belgrano. Parte de lo ya planteado por el historiador Tulio Halperin Donghi en su último ensayo, publicado en 2014, donde lo llama «héroe sin rostro» : «Las conjeturas de pintores e ilustradores se multiplican en retratos, láminas conmemorativas y estampillas. Solo tres de ellos fueron realizados en vida de Belgrano; sin embargo, presentan rasgos completamente distintos entre sí».Ads by
Entonces, ¿qué hay de «verdad» en los retratos que se vuelven símbolos colectivos de las naciones y de las ideas?, se pregunta Malosetti. De la iconografía belgraniana a lo largo del tiempo, que alimenta no solamente la imaginación escolar sino también documentos oficiales, papel moneda, estampillas y monumentos, hay varios trabajos revisados por la autora que documentan quiénes fueron sus autores, qué de su fisonomía puede conocerse a través de ellos, cuáles fueron hechos en vida del retratado, y muchos más textos que los comentan: «De qué color eran sus ojos, cuán refinadas eran sus facciones, qué tipo étnico podía adivinarse en ellas, si su refinamiento era una pose de dandy o revela algo de afeminamiento. en fin – explica Malosetti-. Muchas elucubraciones alrededor de una fisonomía esquiva, en busca saber algo más». Y, claro, hay más: «He leído decenas de conjeturas sobre sus retratos. Si efectivamente los encargó y posó, algo debió ocurrir por lo cual el artista no los firmó ni Belgrano los retiró ni se refirió a ellos nunca en su correspondencia o sus memorias».
Sin embargo, Belgrano fue, sin duda, un activo «fabricante de emblemas»: hay evidencias de la importancia que le otorgaba a lucir escarapelas y enarbolar banderas. Pero a diferencia de otros líderes, hasta donde se sabe, no encargó ningún retrato luego de sus victorias en Salta y Tucumán. «Cada retrato de Belgrano encierra un enigma difícil de resolver hoy. Cada uno es fruto de un pacto entre quien lo encarga (a menudo el propio retratado) y el retratista en cuanto a tamaño, precio, apariencia, vestimenta, ambiente, inscripciones, y, sobre todo, respecto del logro de un parecido». Y ahí podría estar el problema: «Quién sabe qué inadecuación imaginó Belgrano en su figura o en su desempeño en el rol militar que tuvo que asumir tras su adhesión a la causa revolucionaria, para este silencio documental que se nos aparece como una evidente decisión de nuestro héroe de no exhibir, de no escribir, de no encargar o – al menos – no traer a su regreso de Londres ningún retrato suyo», dice Malosetti.
La autora es decana del Taller Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural -TAREA y por ahí parece que continuará la búsqueda. «Tal vez el único camino sería interrogar a las obras mismas: hacer estudios de sus pigmentos y de sus soportes, reflectografías para analizar las pinceladas y repintes, radiografías para encontrar rastros de su proceso de ejecución o firmas ocultas. trazar nuevas conjeturas». Continuará después del confinamiento. Por lo pronto, propone un recorrido por lo que se sabe de cinco imágenes que llegaron hasta hoy, y luego dejar el enigma en paz: «Tal vez deba pensarse como el resultado de una eficaz y discreta construcción de la memoria visual del prócer por parte de sucesivas generaciones de la familia Belgrano, que mantuvieron un celoso cuidado de su memoria, hasta llegar a Manuel Belgrano, su chozno nieto, quien dirige hoy el Instituto Nacional Belgraniano».
1. La extraña miniatura de Joseph Alexandre Boichard
Este retrato en miniatura sobre marfil, de 6.3 cm. de diámetro, está firmado a la derecha por J.A. Boichard, sin fecha. Al dorso tiene una leyenda: «Retrato del General Don Manuel Belgrano pintado en Europa en 1793 por J. A. Boichard». «No sabemos quién ni cuándo agregó ese texto al dorso del retrato, escrito, con toda evidencia, mucho más tarde ya que en 1793 el joven Manuel, de apenas 23 años, estaba muy lejos de ser General. Esa fecha, además, resulta altamente improbable», dice Malosetti, ya que Boichard solo estuvo activo entre 1808 y 1814, y el peinado y la vestimenta, por otra parte, no condicen con la fecha atribuida, según varios investigadores. «No podemos tener certeza, de hecho, de que el retratado sea en efecto Manuel Belgrano, salvo por la atribución de la familia», dice.
2. El retrato de manuales y billetes
El retrato más difundido de Manuel Belgrano, reproducido, copiado por numerosos pintores y aceptado como el «verdadero rostro» del prócer, incluso utilizado en el papel moneda, «es un bello cuadro en el que Belgrano aparece elegante y en actitud meditativa, sentado en una silla estilo imperio, en un ambiente refinado y austero, con cortinados de terciopelo rojo y con sus piernas cruzadas enfundadas en pantalones amarillos, sosteniendo un objeto casi oculto en su mano (que ha sido identificado como un pastillero), sobre el muslo. A través de una ventana ubicada a su izquierda se despliega -en un cuadro dentro del cuadro- una escena de batalla en la que, además de la consabida palmera para indicar el ámbito sudamericano, se advierte muy pequeña una bandera argentina de solo dos bandas: una celeste y una blanca», describe Malosetti. Es una pintura al óleo sobre tela, de 130 x 110 cm., sin firma ni fecha, que perteneció a la familia Belgrano y fue adquirida a su bisnieto Néstor Belgrano en 1978 por el Banco de Olavarría. Actualmente se encuentra en el Museo Municipal de Artes Plásticas Dámaso Arce de esa ciudad y fue declarado patrimonio municipal en 1996. «Durante mucho tiempo se consideró obra de un retratista inglés anónimo, pero Adolfo Ribera encontró en el diario Argos de Buenos Aires la noticia de la llegada al puerto, desde Londres, de dos retratos de Manuel Belgrano el 10 de abril de 1822, uno de los cuales, indudablemente, es éste». Más de un siglo más tarde, fue atribuido por Mario Belgrano, descendiente e historiador del prócer, a un artista francés muy poco conocido, Casimir Carbonnier (1787-1873), a partir de un soneto anónimo que encontró en el archivo belgraniano del Museo Mitre, y que ha sido desde entonces transcripto innumerables veces para demostrar una autoría incierta. Son las facciones de Belgrano mismo,/ De aquel finado en la memoria vivo./ De mira allí la lid, al patriotismo,/ Y del General parece su esplendor/ Que brilla por Carbonier mucho mayor, rezan los versos finales. «En el retrato de nuestro prócer no hay atributo alguno que lo vincule con la actividad intelectual, la escena de la batalla de Salta a través de la ventana lo vincula sólo a su rol como militar, el cual contrasta no sólo con su vestimenta elegante sino -sobre todo- su enigmático gesto: su mirada no se dirige al espectador sino que, baja y sombría, podría interpretarse como de introspección o melancolía», analiza Malosetti.
3. El dibujo de Rugendas
Aquellos cuadros de los que hablaba el diario fueron discretamente atesorados. El mayor de ellos, por la hija de Belgrano, en cuya casa el pintor bávaro Johann Moritz Rugendas pudo verlo en 1845 y realizar a lápiz un dibujo del rostro que firmó y fechó en Buenos Aires, 30 de junio de 1845. Este extraordinario dibujo sobre papel, de 26,5 x 20,5 cm, pertenece al acervo del Museo Histórico Provincial de Rosario «Julio Marc».
4. Mirando al espectador
El otro cuadro, más pequeño, llegado a Buenos Aires según el Argos en 1822, es un retrato de medio cuerpo en el que la pose aparece casi idéntica al anterior, aunque la mirada se dirige al espectador y se puede ver en la Sala Guerrico del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). «Sabemos que perteneció a Bernardino Rivadavia y fue donado al MNBA en 1938. Puestos uno junto a otro, sin embargo, podría ponerse en duda que sean de la misma mano. El cuadro pequeño parece de mejor factura y el tratamiento del cabello, por ejemplo, difiere mucho en ambas telas. Esto también puede deberse a posibles repintes y diferentes condiciones de conservación», dice Malosetti. Por extensión también se le atribuyó este cuadro a Carbonnier. «Resulta probable que haya sido Bernardino Rivadavia quien persuadiera a Belgrano de la conveniencia o la necesidad de encargar un retrato suyo a un buen artista en Londres». Rivadavia había encargado el suyo y es probable que también haya sido él quien se ocupara de traerlos a Buenos Aires. «Prilidiano Pueyrredón, muchos años más tarde, hizo sendas versiones de ambos retratos atribuidos a Carbonnier, que pertenecieron al Club del Progreso y hoy están en el Jockey Club», indica Malosetti.
«Desconocemos la razón por la cual ninguno de los dos retratos está firmado ni la razón por la cual llegaron a Buenos Aires desde Europa dos años después de la muerte de Manuel Belgrano, ni el por qué de sus pobres condiciones de conservación y repintes encontrados cuando fueron analizados para su restauro. No podemos afirmar con certeza que son de la misma mano, ni quién los trajo ni quién los retiró inmediatamente de la vista pública. ¿Había posado nuestro héroe para el artista (o los artistas) que los había pintado? ¿Por qué no los trajo Belgrano a su regreso? Y si se hicieron o concluyeron después de su muerte, ¿quién los encargó? Por ahora, continúa el enigma», dice Malosetti.
El grabado de sus pompas fúnebres
Un año después de la muerte de Belgrano se celebraron unas solemnes honras fúnebres. Según describió Bartolomé Mitre en el Epílogo de su Historia de Belgrano y la Independencia Argentina , el recinto estaba «tapizado de banderas con un retrato de Belgrano coronado de laurel.» ¿Qué retrato?, se pregunta Malosetti. Seguramente, éste que conserva en el Museo Histórico Nacional y sus medidas son 15,1 x 15 cm. «Aún no habían llegado los que viajaron desde Londres en 1822. El único retrato hecho en Buenos Aires en vida de Belgrano fue el que realizó Pablo Núñez de Ibarra apenas un año antes de su muerte», explica. Correntino (1782-1862), de oficio platero, realizó un retrato rígido e inexpresivo, con poca pericia. «Es difícil discernir si tuvo el modelo a la vista, aunque el cabello, que parece algo canoso, podría ser un indicio de que Belgrano haya posado poco antes de morir para aquel platero con quien, como surge de una carta dirigida a él desde Tucumán en 1812, mantenía una larga amistad. Es el único retrato realizado en Buenos Aires en vida de Belgrano, muy poco antes de su muerte, y no sabemos qué opinión tuvo él de esa imagen suya, si posó para el artista, ni siquiera si alcanzó a verlo», señala Malosetti.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación