En su libro El sistema de la moda, Roland Barthes se ocupa abundantemente de estudiar lo que él mismo llama un sistema de signos distinto del lenguaje hablado o escrito. Al calor de ideas de escritores como Balzac y Proust, según confiesa en una de las entrevistas de El grano de la voz, procura entender cómo construye sentido la indumentaria. Acaso suene a capricho que se piense en estas cosas cuando se está en medio de este VIII Congreso Internacional de la Lengua, pero quizás el ejemplo ayude.
Por lo pronto, Barthes era semiólogo, de modo que se pasó una vida entera leyendo signos e investigando el funcionamiento de los sistemas de significaciones. La cita viene a cuento porque, como sabemos, los códigos de vestimenta dan testimonio tanto de personas individuales como de instituciones, transmiten valores simbólicos y develan modos de percibir el mundo.
Lo que acaso importa de esta escena, a riesgo de cometer una liviandad, es entender si ese signo de la indumentaria dice algo sobre la disposición que tienen académicos que abrazan esa fe en las formalidades (y la lengua es forma) a abrirse a las transformaciones lingüísticas que propone con vértigo a veces excesivo, y otras impulsado por modas fugaces o afiebradas ideologías, el presente acuciante. Cierto prejuicio tiende a hacernos pensar, quizá apresuradamente, que esa disposición es poca, pero las cosas no son tan sencillas. Lo prueba un episodio de algún modo insólito y bastante conocido que sucedió no hace mucho en la sección de consultas online del sitio oficial de la RAE, cuando un usuario dejó esta pregunta risueña e intencionada:
«La siguiente es una duda muy frecuente entre nosotros los usuarios de Twitter -escribió-. Quisiéramos saber si ‘Te invito a mi casa a ver Netflix’ se escribe con G o con J».
La respuesta de la Real Academia Española fue inmediata: «En cualquiera de sus acepciones, en el verbo «coger» se escriben con «g» las formas en que el sonido [j] va ante «e», «i»: coger, cogía; y con «j» las formas en que ese sonido va ante «a», «o»: cojo, cojamos». Se precisa de un humor muy fino y de una buena comprensión de las audiencias digitales para dar esa respuesta. No fue la primera vez que los responsables de esa sección acudieron a la ironía con semejante desfachatez.
Predicar en tierra de infieles
Sucede a veces que los medios, presas de la ansiedad periodística, fatigan al oyente o al lector anticipando hechos que finalmente no ocurren. El ansiado debate acerca de las derivaciones que puede alcanzar el lenguaje inclusivo tuvo una presencia modesta. Surgió apenas en algunas ponencias, como la de Luisa Valenzuela, por ejemplo, que citó primero a Lacan cuando este señaló que la mujer está fuera del lenguaje y después a George Steiner, quien dijo que los griegos habían podido dedicarse a la filosofía porque las mujeres se ocupaban de las necesidades cotidianas. «Muchos aún hoy parecerían temerle al lenguaje inclusivo -advirtió-, como si simbólicamente amenazara la supremacía masculina y, quizá, hasta al propio monoteísmo».
En el encuentro de clausura, José Luis Moure, presidente de la Academia de Letras, dejó sentada en una pieza memorable, por si sola un tributo a la lengua en español, una posición firme, aunque por momentos tocada por la resignación y el desencanto. Abogó por la preservación de la unidad de la lengua mediante el cultivo de la modélica o ejemplar, señaló que es la escuela la que debe esforzarse en su ejercicio ante la hostilización que sufre por las variedades de naturaleza oral hoy predominantes y precisó que no es posible ni deseable que las academias tomen una custodia prescriptiva o condenatoria de los supuestos desvíos de la lengua, al estilo de predicadores en tierra de infieles.
«La administración de la lengua común no debería salir de su morada natural, que es la mente humana -dijo a modo de pesarosa conclusión-. Lo que hoy es curiosidad lúdica o inquietud científica -la historia lo sabe- mañana puede ser una tragedia».
Antonio Seguí: el maestro y sus personajes
La muestra de Antonio SeguíCurada por Clelia Taricco, la muestra «Antonio Seguí. Caligrafía. 30 años de escritura» es una selección de pinturas traídas desde Francia, donde reside el artista cordobés desde la década del 60, especialmente elegidas en el marco del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española. La muestra, que abarca desde los años 70 hasta el presente, ocupa la planta alta del Cabildo de Córdoba. En las salas de planta baja se propondrá «Mirá Seguí», una muestra participativa y lúdica. La muestra sigue hasta el 19 de mayo y es una ocasión particular con el artista que inventó los personajes más reconocibles.