Sharbat Gula se hizo famosa, sin saberlo ni quererlo, en 1985 por una fotografía que salió en la tapa de la revista National Geographic. Su imagen y mirada desafiante y conmovedora le mostró al mundo el drama de los refugiados de la guerra. Tenía doce años y nunca supo del efecto que generó su penetrante mirada de ojos verdes hasta 17 años después cuando la volvieron a encontrar y fue fotografiada nuevamente.
La historia comienza con el reportero gráfico Steve McCurry que en 1984 estaba trabajando en Medio Oriente para cubrir las condiciones en las que vivían las personas en los campos de refugiados en la frontera entre Pakistán y Afganistán. En ese momento, el país afgano había sido invadido por los soviéticos en una guerra sin fin que había comenzado en 1979 y gran parte de su población huyó hacia Pakistán en busca de algo de tranquilidad. Sin embargo, la situación allí también era crítica.
De hecho, McCurry encontró a Sharbat en una escuela para niñas musulmanas montada en una carpa como el resto de las viviendas de los refugiados de la zona de Nasir Bagh, en Pakistán. En una nota de National Geographic, el fotógrafo contó que sus ojos verdes fueron lo primero que le llamaron la atención de aquel lugar, pero que, al percibir su timidez, quiso abordarla en último lugar. Ella accedió a posar: “No pensé que su fotografía sería diferente de cualquier otra que había hecho ese día”, recuerda de aquella mañana de 1984 que pasó registrando la odisea de los refugiados de Afganistán.
La repercusión internacional
En junio de 1985, el retrato apareció en la tapa de la revista y tuvo una trascendencia inusitada que llegó al alma del mundo entero con su mirada verde mar y la tragedia de la guerra que relata. En National Geographic fue bautizada como “la muchacha afgana” y durante 17 años nadie supo su nombre ni nada sobre su vida.
Debido al alcance que tuvo la icónica foto, en 2002, un equipo de National Geographic, encabezado por McCurry, fue enviado para encontrar a aquella mujer y para saber qué había pasado con esa niña después de casi veinte años. McCurry la encontró en Afganistán, en el pueblo de Tora Bora. En cuanto la vio dijo: “Es ella”. Aunque detrás del rostro hecho un pergamino y sus pómulos ya redondeados por la desgracia una tras otra, una vida de dolor, todavía desafiaba esa mirada fulgurante.En ese momento, tenía alrededor de 28 años más menos dos, nadie lo sabe con certeza.F
“Ha tenido una vida terrible. Muchos de aquí comparten su experiencia”, comentó McCurry. Sharbat Gula es una pashto, la más guerrera de las tribus afganas. De los pashto se dice que solo están en paz cuando hacen la guerra.
Sharbat Gula, que ahora tiene 49 años, en noviembre de 2021, solicitó salir de su país cuando llegaron los talibanes al poder en agosto. “El gobierno italiano facilitó y organizó su traslado a Italiacomo parte del programa para la evacuación de ciudadanos afganos y el plan para su recepción”, explica un comunicado. Así fue como Sharbat llegó a Roma hace unos meses.
Un vida de dolor
Cuando en 2002 supo que era mundialmente famosa, al principio, se enojó porque ella no quería ser fotografiada, pero al enterarse de la buena repercusión en el mundo había tenido su imagen se alegró por haber dado sentido a tantas vidas. Sin embargo, la suya ha sido un calvario.En 2016, fue apresada por tener documentos falsos paquistaníes para que no la deportaran. Antes vivió entre Afganistán y Pakistán en un campo de refugiados y luego en una montaña no muy diferente. Se casó y tuvo cuatro hijas. Su marido y una de ellas murieron de hepatitis. Ella también estuvo hospitalizada por lo mismo pero sobrevivió.
Vive para sus hijas. Por su educación. Robina tiene trece años, Zahida, tres y Alia, uno. Según su hermano, nunca ha conocido un instante de felicidad, salvo tal vez el día de su boda.
A los trece años debió utilizar el purdah, la vida de reclusión adoptada por muchas mujeres islámicas al llegar a la pubertad por la que dejan de mostrarse en público. Consiste en usar una burka de color morado que la separa del mundo y de las miradas que cualquier hombre que no sea su marido. En la entrevista de 2002 con McCurry viste un chal negro que le cubre el rostro y dice: “Es una prenda hermosa, no una maldición”.
Cuando le preguntan cómo hizo para sobrevivir estos años, ella responde con firmeza: “Ha sido la voluntad de Dios”. Antes de llegar a Roma, Gula vivía en Kabul, Afganistán, pero no podía volver a su pueblo natal. Su casa estaba en el distrito de Kot, al este del país.Una zona que se convirtió en uno de los bastiones radicales más fuerte relacionado con la organización extremista autodenominada Estado Islámico (EI), caracterizados por su crueldad. “Nuestra vida es una lucha que va de penuria en penuria”, le dijo Sharbat a la BBC en una entrevista de 2017. En aquel momento, la única meta de Gula era quedarse en su casa, recuperar su salud y ver a sus hijos crecer y recibir educación.
Últimos días en Afganistán
Luego de pasar quince días de prisión y una hepatitis, Sharbat se recuperó y regresó a Afganistán donde fue recibida por el presidente Ashraf Ghani en el palacio de gobierno y por el expresidente Hamid Karzai. “Me mostraron respeto, me dieron una bienvenida cálida. Les agradecí. Dios los bendiga”, contó Gula a la BBC en 2017. El gobierno le aseguró apoyo financiero y comprarle una casa en Kabul. “Espero que el gobierno cumpla sus promesas”, agregó.
Antes de la llegada de los talibanes, Sharbat tenía planes para el futuro: “Quiero crear una organización de caridad o un hospital para ayudar a todos los pobres, huérfanos y viudas”.
Fuente: Cecilia Acuña, La Nación