En los primeros meses del año arrancamos con ímpetu a cumplir las promesas que nos hicimos a nosotros mismos en la listas que redactamos para el Año Nuevo. En 2020 voy a buscar tener más tiempo para…; me voy a formar en…; con el equipo vamos a desarrollar…; voy a liderar la implementación de un nuevo proyecto de…; me voy a mudar a una casa más grande; voy a mantener una rutina de ejercicios; voy a dedicar más tiempo a mis hijos.
Formamos parte de una cultura en la que suele está bien visto decir que «sí» a casi todo. Estar en todo, tener muchos proyectos simultáneos y estar muy ocupados se asimila a empuje, compromiso, emprendedorismo, autoexigencia y voluntad para alcanzar el éxito. Sin embargo, caemos muy habitualmente en la utopía creer que podemos llevar a cabo tantas cosas a la vez, que podemos controlar todo. Sabemos que el tiempo, la energía y los recursos con los que contamos no son ilimitados. Cuando le decimos que sí a algo, en simultáneo le estamos diciendo que «no» a otras cosas que pueden ser más importantes para nuestro desarrollo profesional, más en sintonía con nuestros valores y con el estilo de vida que anhelamos.
En esta época solemos estar en modo «diseño del año». Es vital que pongamos sobre la mesa no sólo los beneficios que anticipamos, sino también las eventuales consecuencias indeseadas, tanto del resultado en sí como del camino que tenemos que recorrer para lograrlo. Esta mirada integradora nos permite ver cada proyecto no ya como un átomo aislado, sino dentro del contexto que les otorga sentido. ¿Qué es esencial para mí? ¿Qué no lo es? ¿Qué es un sí o sí? ¿Dónde están los conflictos y los obstáculos? ¿Cómo va a impactar en otros ámbitos de mi vida, en las personas que me importan, en mi entorno?
De este modo se hará más evidente la necesidad de decir que «no» a algunas cosas, definir qué vamos a dejar de hacer, qué ítems vamos a tachar de la lista, al menos por ahora, para dar oxígeno y posibilidad de concreción a las prioridades, y también para vivir de un modo más equilibrado y feliz.
En la naturaleza no existen elementos u objetos aislados. Todo está interconectado en redes de sistemas complejos e interdependientes, que se relacionan entre sí con el objetivo último de asegurar la supervivencia. Si se introduce un cambio, aunque parezca pequeño, repercute en el todo, y puede generar más adelante un efecto considerable, impensado, que pone en riesgo el equilibrio ecológico. Hoy sufrimos las consecuencias de nuestra arrogancia como especie, porque la mirada exclusiva en el beneficio a corto plazo nos ha puesto al borde del colapso, con el riesgo de destruir al planeta y de destruirnos.
Gregory Bateson, biólogo, lingüista, epistemólogo y figura emblemática de la cibernética y la teoría de los sistemas, introdujo el concepto de ecología de la mente: «Así como una letra sólo es comprensible en el contexto de una palabra, y ésta a su vez en el de una frase, y ésta en una situación de enunciación y una relación entre personas comunicantes, también un individuo sólo puede ser comprendido cabalmente en el contexto de una sociedad, y ésta en el de un ecosistema determinado».
Cuando decimos que «sí» a todo podemos estar amenazando el equilibrio de nuestro contexto en tres dimensiones: yo, otros y ambiente. Aprender a decir «no» nos ayuda a tomar decisiones desde una perspectiva contextual e integradora. Nos lleva a pensar en opciones inteligentes para conservar, en todo lo posible, la armonía y el bienestar.
1. Decirme «no» a mí mismo
Muchas veces nos imponemos demasiado a la vez, nos autoexigimos exageradamente. La sensación es la de no querer perdernos de nada. Además, tomamos lo nuevo y no soltamos nada de lo viejo.
¿Qué cosas importantes estamos dispuestos a resignar en otros contextos (actividades, vida familiar, tiempo dedicado?)
El exceso de actividad y de control puede llevarnos a la frustración (¿cuánto, realmente, podemos hacer?) y al burnout. Decir «no» es reconocer nuestros límites y ganar en claridad, foco, concentración y efectividad para lograr los resultados que deseamos, y para transitar el camino elegido de la manera más ecológica posible.
2. Decir «no» a los demás
Es habitual que sea difícil e incómodo decir «no» a otros, y muchas veces hasta produce culpa y vergüenza. Decimos «sí» por impulso, por inercia, porque creemos que no se puede decir que no «porque es lo que todos hacen». Lo asumimos así, no lo ponemos en duda. O nos decimos que es por compromiso, por tener la camiseta puesta, porque somos incondicionales y tenemos voluntad.
La dificultad para ponernos límites a nosotros mismos y a los demás muchas veces se debe al ego, a la omnipotencia. Necesitamos que nos quieran, que nos valoren; queremos sentirnos indispensables e importantes para el otro. Sin darnos cuenta, por no decir «no» quizás estamos siendo irresponsables. Decimos que sí aunque tengamos demasiados platitos girando en el aire al mismo tiempo. No evaluamos las consecuencias más allá del presente. Es muy probable que algunos se rompan, y es muy difícil volver a pegar las piezas.
3. Decir «no» para cuidar el equilibrio del sistema
Es un buen ejercicio es hacer un paseo al futuro. Imaginemos que logramos el resultado que buscábamos. Me recibí; me nombraron en el puesto que quería, me mudé; completé el proyecto que me apasionaba. Estos logros, que deberían ser felices y celebrados, a veces se empalidecen por el costo que tuvimos que pagar en el camino. ¿Cómo impactó el viaje hacia el objetivo en la gente que me importa? ¿Fue beneficioso también para ellos? ¿Se mantuvo el equilibrio? ¿Con quién me tuve que pelear; de quién me tuve que alejar; que tuve que dejar de hacer para llegar a esa meta?
Este paseo imaginario hasta el escenario del logro puede ser revelador. El no poner ni ponernos límites en el presente probablemente termine afectándonos en el futuro. Por querer abarcar mucho, quizás nos hicimos daño o lastimamos a otros. Todos esos «no» que no dijimos son residuos que dejamos a lo largo del camino, que terminan perjudicando a nuestro ecosistema.
Mantener el equilibrio ecológico personal en las relaciones y en el entorno hace más probable el resultado que buscamos, el cambio que queremos lograr.
Mirar contextualmente y hacernos las preguntas adecuadas antes de invertir tiempo, recursos y energía nos permite anticiparnos a los posibles obstáculos, resistencias y conflictos, así como minimizar el efecto negativo. Si, a pesar de las dificultades previstas, consideramos que el esfuerzo vale la pena, porque el objetivo es vital y relevante para nosotros, preparemos bien el terreno. Involucremos a las personas que van a estar afectadas para que entiendan la situación y estén dispuestos a acompañarnos y cooperar, aunque haya momentos duros. Transformémoslos en aliados, para que no sean un obstáculo. Como cantaban los Beatles, aunque a veces desafinemos, que no nos abandonen, que resuenen con nosotros y nos banquen: «Oh, I get by with a little help from my friends!».
Fuente: La Nación