La consigna era abierta: que escribiesen un ensayo sobre una temática vinculada a la discriminación, las barreras y la desigualdad en el acceso a oportunidades. Cualquiera. La que les pareciese más urgente, cotidiana o cercana. El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) convocó a adolescentes de todo el país y, de los más de 1000 que presentaron sus escritos, la mayoría (el 21%) eligió como tema la discriminación por el aspecto físico.
El dolor de ser acosados por su peso o color de piel está en algunas de las historias que se plasman en los trabajos, en que chicos y chicas cuentan sus experiencias de vida o las de conocidos, familiares y amigos. Allí, reflexionan sobre una problemática que nos atraviesa como sociedad y hacen propuestas para terminar con la discriminación, coincidiendo en que la escuela ocupa un rol clave en la inclusión.
A Claudio Presman, interventor del Inadi, no le sorprende que la mayor preocupación de los jóvenes haya sido la discriminación por aspecto físico: “Tomamos conocimiento de casos todos los días”, dice. Aunque del total de las denuncias que reciben en el Inadi, el principal motivo es la discriminación por discapacidad (el 21% del total), fueron registrando un aumento de aquellas que se vinculan a lo físico: en 2017, fueron el 5,7% de las recibidas; en 2018, el 7%, y solo durante el primer semestre de 2019, correspondieron al 4,7%.
Entre los trabajos recibidos por las delegaciones que el Inadi tiene en las 23 provincias y la ciudad de Buenos Aires, fueron seleccionados 72 jóvenes de entre 15 y 17 años (tres por cada jurisdicción), que participarán durante esta semana de la quinta edición del Parlamento Federal Juvenil. El desafío es que se conviertan en “diputados y diputadas” por un día y traten un proyecto sobre discriminación.
El segundo tema entre los más elegidos para los ensayos fue el de la diversidad sexual e identidad de género (17%). Le siguieron el racismo y la xenofobia (13%), el acoso escolar y la discriminación en general (15%), la violencia de género (12%), el embarazo adolescente (11%) y la discapacidad (11%).
Daniela Lanser (15 años), que vive en Bella Vista, Corrientes, eligió hablar del acoso que sufrió (y sufre) por su delgadez. “Siempre fui muy flaquita. Mido 1,65 y peso 43 kilos. Pero no tengo ninguna enfermedad”, cuenta. Y agrega: “Recorrer muchos lugares y no encontrar nada de mi talle; que me digan ‘flaca escopeta’ cuando me pongo ropa con la que nunca me siento cómoda; que chicos de mi edad me griten ‘raquítica’ por la calle o me tomen de la muñeca para compararla con la suya me hace sentir disconforme con mi cuerpo. Tengo una autoestima muy baja”, detalla.
Fue una profesora quien, conociendo lo que Daniela había sufrido en silencio, le propuso que basara su ensayo en su historia personal. “Antes de escribirlo, nadie sabía lo que venía acumulando, porque siempre fui muy reservada: lloraba a escondidas en mi pieza. Cuando lo escribí, liberé muchas cosas”, admite Daniela. “Opinar de los cuerpos de los demás peyorativamente genera en la otra persona baja autoestima e inseguridades. Habría que hablar desde muy temprana edad sobre la discriminación, porque en la adolescencia es cuando más la sufrimos”.
El rol de la escuela
A Lautaro Yampa (18), la discriminación que sufrió en su niñez también lo marcó a fuego. “Fui un chico obeso y, por eso y por mi piel morocha, me hicieron mucho bullying. Me decían bolita negra o panzón y me llegaban a golpear mientras me insultaban. La discriminación que sufrí me dejó con traumas”, sostiene Lautaro, que vive en la localidad de Puesto Viejo, Jujuy. “Creo que deberían hacerse talleres en las escuelas con psicólogos y hasta los padres de los alumnos sobre discriminación. No va a ser fácil cambiarlo. Pero de generación en generación se podría ir mejorando”.
Martín Caponio, al igual que Daniela y Lautaro, está convencido de que la escuela juega un rol clave e irreemplazable en la construcción de una sociedad más inclusiva.
Él tiene 16 años y vive en San Miguel de Tucumán. A los 15, les contó primero a sus amigos y después a su familia que era un chico trans. Gracias a ley de identidad de género, pudo sacar su nuevo DNI. “Sentí que nacía de nuevo, con un nombre y un trato que siempre soñé. Tenía una vida nueva, con muchos inconvenientes, palos en la rueda, pero a pesar de todo había logrado una gran conquista personal y colectiva: ser Martín”, describe.
Si bien señala que se mueve en un “ambiente de mentalidad abierta” y que tuvo la suerte de ir a una escuela –la de Bellas Artes y Artes Decorativas e Industriales Maestro Atilio Terragni, que depende de la Universidad Nacional de Tucumán– que lo contuvo y lo acompañó, subraya que esa no es la realidad de muchos chicos y chicas trans.
Los directivos, incluso, lo invitaron a dar charlas y le pidieron asesoramiento para acompañar otros casos. “Soy secretario general del centro de estudiantes y, junto al gabinete psicopedagógico, estamos trabajando para crear una comisión de género para ayudar a los chicos y chicas que tengan algún problema en su casa y necesitan un acompañamiento distinto”, cuenta. “Hay que darles confianza para que puedan expresarse: hoy, cuando alguien dice que es trans, es tomado como una muestra de valor, cuando debería ser algo sencillo”, resume.
La discriminación, la violencia institucional, la dificultad para acceder a la educación y conseguir un trabajo digno son solo algunas de las vulnerabilidades que cruzan a la población trans y en las que Martín hace énfasis. “Sin la ayuda del Estado tenemos muchas posibilidad de terminar en la calle, de no poder finalizar nuestros estudios, de no ser reconocidos e incluidos en la sociedad de manera igualitaria”, asegura.
Presman reflexiona que aún queda un largo camino en el recorrido hacia una sociedad más inclusiva: “Hablamos de la necesidad de hacer un profundo cambio cultural para que realmente empecemos a incluir a todas las personas. En eso estamos”, concluye.
Fuente: La Nación