Si bien nos visita desde el 1 de febrero, recién ahora es visible para los argentinos y todos aquellos que viven en el hemisferio Sur el cometa verde, un cuerpo espacial que nos visita cada 50.000 años.
Se trata del comenta C/2022 E3 (ZTF), nombre que los astrónomos dieron a esta bola de hielo espacial después de que el telescopio Zwicky Transient Facility lo descubriera en marzo del año pasado.
“El llamado cometa verde llegó a su momento de mayor aproximación al planeta Tierra. Este astro tarda 50 mil años en completar una órbita completa alrededor del Sol”, explicó a Infobae la astrofísica e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet), Beatriz García.
La experta aclaró que este fenómeno espacial ya se lo pudo observar desde el 1 de febrero en el hemisferio Norte. Pero que recién ahora se lo puede ver en estas latitudes. “Hay que observarlo hacia el norte en la constelación de Auriga durante la noche, a eso de las 22 horas. Sin embargo, la Luna creciente puede interferir con su observación”, indicó la investigadora, que agregó que el paso del cometa no tiene “ningún efecto sobre la Tierra ni sobre el Sistema Solar” y precisó que “son objetos pequeños e interesantes que llaman la atención si se pueden observar a simple vista”.
Según destaca la NASA, si el cometa continúa con su huella actual de brillo, podrá observarse con la ayuda de binoculares y a simple vista para el ojo humano en cielos con ausencia de contaminación lumínica.
“El cometa del momento fue descubierto hace casi un año, por el Zwicky Transient Facility (ZTF), un programa de observación de fenómenos astronómicos de corta duración (desde novas y supernovas, hasta tránsitos de asteroides y cometas por delante de estrellas), perteneciente al Observatorio Palomar, en San Diego, California, Estados Unidos. Fue allí donde, con la ayuda del Telescopio Samuel Oschin (de 1,2 metros de diámetro), el 2 de marzo de 2022, los astrónomos Frank Masci y Bryce Bolin descubrieron al objeto que hoy acapara nuestra atención y expectativas”, explicó el licenciado Mariano Ribas, a cargo del área de divulgación astronómica del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires “Galileo Galilei”.
Y agregó: “Por aquel entonces, el cometa ZTF (tal como fue bautizado a partir del mencionado programa científico) estaba a 640 millones de km del Sol, es decir, bastante “adentro” de la órbita de Júpiter. Y presentaba un brillo extremadamente bajo: una escuálida magnitud 17. Con el correr de las semanas, los científicos determinaron que el C/2022 E3 (tal su entrada formal de catálogo) tenía una órbita inmensa en torno al Sol: 50 mil años. Y además, muy excéntrica (extremadamente “ovalada”) e inclinada con respecto al plano orbital de la Tierra (109°). Un derrotero gravitatorio colosal, propio de los llamados “cometas no periódicos”: el prefijo C/, justamente, indica que se trata de un objeto de esta clase (a diferencia de los “cometas periódicos”, aquellos con órbitas de hasta 200 años, que llevan la P en su denominación, como el 1P/Halley o el 10P/Tempel)”.
Por aquel entonces, la humanidad comenzaba a tomar un hábito que todavía hoy conserva: se reunían en torno de fogatas para compartir sus alimentos. El período paleolítico estaba en pleno desarrollo y el cometa que hoy conocemos como C/2022 E3 (ZTF) se aproximaba muchísimo a la Tierra, tanto como ahora, que regresa luego de 50.000 años.
Los primeros sapiens que salían de África, incluso los neandertales que aún existían, posiblemente no distinguieron un borroso punto nuevo, que brillaba en esos antiguos cielos nocturnos, repletos de estrellas. Por estos días, en cambio, a esa bola de hielo, roca, gases y polvo que se acerca nuevamente a visitarnos, la veremos con nuevos ojos, pero por última vez. Su tránsito por el sistema solar lo afectó de tal forma, que ya nunca volverá.
Hace casi un año, el 2 de marzo de 2022, las 16 cámaras adosadas al telescopio Samuel Oschin –de 1,20 metros de diámetro– en el Observatorio Palomar, de San Diego, California, observaron algo distinto. Primero se pensó que era un asteroide, es decir, una roca que vaga por el espacio, de decenas a cientos de kilómetros de diámetro. Pero al día siguiente, al observar con mayor detalle, surgió algo llamativo: la coma. Una capa de gases que rodea al cuerpo, como una esfera, y que al ser “soplada” por el viento solar, forma la cola. Era un cometa.
Así fue que tomó el nombre de C/2022 E3 (ZTF): la C, por cometa no periódico, que tarda más de 200 años en volver a acercase a la Tierra; el 2022, por el año de descubrimiento; la E, por la quincena de su descubrimiento (la primera de marzo); el 3, por el orden de aparición entre los objetos de esa quincena; y ZTF, por haber sido observado por el proyecto de búsqueda Zwicky Transient Facility. Pero esta denominación científica convive con otra popular: el cometa verde.
Lo curioso es que, nadie, al menos con sus propios ojos, lo verá verde. “Lo que se ve verdoso es la coma y no la cola, pero solo con fotografía. A simple vista es nube difusa de color blanquecina”, aclara Eduardo Fernández Lajus, doctor en astronomía, especializado en sistemas binarios eclipsantes. El color se debe a las moléculas de dicarbono, presentes en la capa de gases que lo rodea, que emiten luz verde cuando la luz solar las descompone en dos átomos de carbono.
Y si bien todos quieren ser testigos del fenómeno, las noticias, al menos en la Argentina, no son muy buenas. No se observará a C/2022 E3 (ZTF) a simple vista, a excepción de quienes vivan en La Quiaca, en el medio del campo y tengan una buena agudeza visual. El resto de los argentinos deberán recurrir a una ayuda: binoculares o, mejor aún, telescopio.
La realidad es que se contemplará mucho mejor al cometa desde el hemisferio norte. En nuestras latitudes, el propio planeta Tierra tapa la observación en su momento más cercano, cuando esté a unos 42 millones de kilómetros. Esto es 110 veces más lejos que la Luna, a poco más de la cuarta parte de la distancia al Sol.
“El cometa va ser visible a comienzos de febrero, con binoculares. Ya para el día 10 lo vamos a tener a 15 grados sobre el horizonte norte (desde el centro del país). Aunque cada día que pasa se verá más alto, también se hará más tenue, porque se va a alejando del Sol y la Tierra”, explica Fernández Lajus. “El brillo es una combinación de la distancia al Sol y la Tierra. Pero puede fragmentar su cola y menguar su brillo. Los cometas son muy caprichosos y difíciles de predecir”.
Por estos motivos, quienes más al norte vivan, mejores condiciones tendrán para su observación. A su vez, la primera noche de febrero, la Luna estará a mitad de camino entre cuarto creciente y luna llena, por lo que su brillo no colaborará con la observación. Lo ideal sería esperar hasta las 3 de la madrugada, cuando se oculte la Luna, para aprovechar la noche oscura. Así de escurridizo se presenta desde nuestro país C/2022 E3 (ZTF). Esta bola de polvo, nieve y rocas que nos visita a 57 km/s. Es decir, podría viajar desde Ushuaia a La Quiaca en poco más de un minuto.
Cambio de trayectoria
“En mayo de 2020, el cometa pasó tan cerca de Saturno como ahora de la Tierra, y suponemos que eso cambió su trayectoria”, explica Romina Di Sisto, doctora en astronomía e investigadora del Conicet. Di Sisto es especialista en ciencia planetaria y docente de la cátedra de mecánica celeste. Tanto sabe del tema que el Minor Planet Center, la organización mundial a cargo de los asteroides, decidió en 2017 que el asteroide 1988 RQ12 se llame Rominadisisto. En resumen, si alguna roca se está acercando a la Tierra, habría que preguntarle a ella si nos choca, o no.
Describe Di Sisto que es lógico suponer que C/2022 E3 (ZTF) tenía una órbita periódica alrededor del Sol y los cálculos arrojarían que lo visitó por última vez hace 50.000 años. “Pero ese pasaje cercano Saturno ocasionó una desviación en su trayectoria, que pasó a ser hiperbólica, es decir: se irá para siempre del sistema solar”, agrega Será entonces la última oportunidad de ver a este “terrón” del sistema solar.
Desde el inicio de la humanidad, los cometas causaron temor, “pronosticaron” la caída de imperios o bien “afirmaron” el beneplácito de los dioses con el emperador en turno, generaron leyendas y asombraron a nuestra especie. Ese nuevo astro que desplegaba su cola entre las estrellas solo podía ser una señal de “algo” que el universo quería decirnos. Pero hace tres siglos, un astrónomo daría su apellido al cometa más famoso de todos y, mucho más importante, nos enseñaría que no eran un mensaje divino, sino un objeto más de este universo gobernado por leyes físicas que podíamos comprender.
Edmund Halley fue el primero en darse cuenta de que no todos esos cuerpos eran distintos y de que algunos podían ser el mismo, de regreso. En 1705 pronosticó la aparición del cometa Halley para 1758. Faltaban aún 53 años, pero los cálculos de Edmund eran claros: el período del cometa era de 76 años. Cuando el científico postuló su idea, tenía ya 49 años y sabía que era casi imposible llegar a ver cumplirse su mayor descubrimiento (con 102 años). No se equivocó en ninguno de ambos presagios. En 1742, con 85 años, Edmund Halley murió, y 17 años después, pocos meses más tarde de sus cálculos, un espléndido cometa desplegaba su cola por el firmamento.
Hoy los astrónomos herederos de Halley desentrañan los secretos del cometa “verde”, de C/2022 E3 (ZTF), en su última visita a la Tierra. Quizás valga la pena buscarlo entre las estrellas, aunque más no sea como despedida distante de este “mensajero de los cielos”.
Fuente: Ezequiel Brahim, La Nación