«Ya no recuerdo los números telefónicos de las personas. Antes sabía el de las casas de todas mis amigas y familiares. Lo mismo me pasa con las direcciones. Si me piden una dirección exacta, no puedo decirla. Es que abro Google Maps, pongo el nombre de la persona que tengo agendada y listo, en pocos segundos tengo su dirección y cómo viajar hasta ese lugar», dice Mariela Álvarez, profesora de enseñanza media y superior en tres colegios de zona norte.
«Yo tampoco recuerdo los cumpleaños, las reuniones y menos mis claves», asegura con cierto tono de resignación Martín Caride, un consultor de 45 años. Él todavía recuerda aquel día en que su celular murió y debía hacer una llamada importante, con urgencia. «Volvía a casa y en el camino recordé que tenía que hacer esa llamada. Tomé el celular para marcar y recién en ese momento me di cuenta de que no prendía. Por unas milésimas de segundo me trasladé en el tiempo y pensé en parar y llamar desde un teléfono público. Obviamente no encontré ninguno. De todas maneras iba a ser en vano, porque justamente el número telefónico estaba atrapado ahí, en la agenda de mi celular», relata.
Y no son los únicos ejemplos, porque cada vez somos más quienes pasamos a la fila de los pocos memoriosos. En cualquier reunión se habla de este tema porque ya no recordamos cosas que antes sabíamos a la perfección y, aunque muchos crean que es producto de la edad, la teoría se echa por tierra cuando comprobamos que tampoco los más jóvenes recuerdan. Peor aún: ellos nunca terminaron de aprenderse ningún número.
Michelle Imar, de 30 años, es licenciada en Publicidad, y aunque asegura que tiene una gran memoria, y que no olvida ninguna fecha de cumpleaños, reconoce que no sabe ningún número telefónico. «No presto atención en recordarlos por qué sé que están agendados en el celular», sostiene tajante.
Pero a pesar de la seguridad que demuestra Michelle, reconoce que se angustió bastante el día que le robaron su celular, y no solo por el valor material del equipo. «Fue hace un año. Mi celular es mi oficina, mi reloj, mi agenda de contactos, mis notas, mis recordatorios. Al día siguiente recuperé todo, pero el día del robo no sabía qué hacer, no podía trabajar, no podía hacer nada sin el móvil», señala.
¿Demencia digital?
El doctor Manfred Spitzer, psiquiatra y neurocientífico alemán, expone en su libro Demencia digital ejemplos cotidianos donde pretende demostrar cómo el uso de nuevas tecnologías afecta a nuestro cerebro sin que nos demos cuenta. Cuenta cómo tuvo que esforzarse, él mismo, para orientarse cuando le robaron el GPS de su auto. «Solo poseía una idea vaga de cómo llegar a los lugares, incluso de los trayectos en los que había estado varias veces. Frustrado por completo por mi incapacidad para orientarme, no hacía sino perderme una y otra vez», relata.
Según Spitzer, si utilizamos nuestro cerebro, este crece, pero si no se utiliza, se atrofia. Por eso algunos neurólogos observan que cada vez más jóvenes están afectados por lo que ellos creen que es un problema de memoria, pero en realidad es debido a la falta de ejercicio del cerebro, que ha sido suplantado por las tecnologías, lo que provocaría -según esta teoría- la llamada «demencia digital».
Pero ¿es así? ¿Todos los especialistas piensan como Spitzer? Andrés Rieznik, doctor en Física e investigador del Conicet, reconoce que una de las capacidades que hemos perdido, porque antes la usábamos y ahora no, es la navegación en el espacio. «Antes iba por la ciudad recordando todas las calles, hoy pongo el GPS para que me lleve. Pero estoy contento de poder ir pensando o charlando cosas más importantes sin necesidad de mirar en qué calle estoy. La tecnología nos libera espacio de memoria para usar el cerebro en cosas más importantes», señala.
Sin embargo, Rieznik agrega que el problema aparece cuando se pierde habilidades de alto nivel, como la comprensión y el aprendizaje. «En la medida en que dejemos de leer y de aprender cosas nuevas porque estamos todo el tiempo atrapados por el celular o los dispositivos tecnológicos, esas capacidades de alto nivel se van a perder. Y eso sí que sería importante y preocupante. Eso sería perjudicial tanto para el individuo como para la sociedad en general. Que una persona pierda la capacidad de comprensión de texto es un gran problema para la vida cotidiana», explica.
Por su parte, María Roca, doctora en psicología y coordinadora científica de la Fundación Ineco, cuenta que hay estudios que describen el efecto Google. «Según este, cuando una persona sabe que guarda cierta información en una computadora, a la que luego va a tener acceso, recuerda menos que cuando piensa que no va a poder acceder, después, a esa información. Esto puede ser interpretado como que la memoria no se desarrolla tanto como antes, pero también es cierto que el cerebro se adapta a las experiencias que le propone el ambiente», asegura. Por eso la doctora sostiene que hoy memorizamos menos números de teléfono porque no necesitamos recordarlos. «Esto provoca, además, que el cerebro desarrolle nuevas habilidades. Entonces no necesariamente ese cambio en el funcionamiento cognitivo es algo negativo, si no que puede interpretarse como la plasticidad que tiene el cerebro para adaptarse al ambiente y lo que este le propone».
Ejercicios para el cerebro
Para aquellos que a esta altura de la nota ya están preocupados, existen formas de determinar si hay alguna dificultad en las funciones cognitivas. «Hay diferentes métodos, entre los más conocidos se destaca la evaluación cognitiva, en la cual se toman diferentes pruebas que taclean las distintas funciones intelectuales, que van desde la memoria, la atención, la concentración, el lenguaje, la capacidad de atender a detalles visuales con rapidez, y se compara el rendimiento del paciente con personas de su misma edad y nivel educativo. De esta forma se puede determinar si hay alguna dificultad o algún déficit que requiera de diagnóstico y tratamiento», revela la coordinadora científica de Ineco.
Claudio Waisburg, neurólogo infantil y director del Instituto SOMA, coincide con Roca, pero advierte que aunque la tecnología trae beneficios es importante ser conscientes de cómo la utilizamos, de las limitaciones de nuestro funcionamiento atencional y de la ansiedad que puede producirnos no estar conectados. Para la estimulación cognitiva el neurólogo recomienda cambiar las rutinas. «Añadir rutinas nuevas o variar las habituales contribuye a crear nuevas conexiones neuronales. Podés elegir otra ruta para ir al trabajo, cambiar la organización de los cajones o utilizar los cubiertos con la mano contraria», aconseja.
No se trata de delegarle todo al celular ni de abandonar la tecnología para siempre. «Es probable que la realidad esté en el medio. Las tecnologías no se deben demonizar ni ensalzar y no debemos quedarnos con una única postura, sino con posiciones divergentes», recomienda Roca. ß