Mucho antes de que el empresario y magnate Elon Musk mostrara y popularizara sus innovadores autos eléctricosde la mano de su famosa compañía Tesla, en Argentina, a principios del siglo XX, ya existían los “electromóviles”. Tan famosos eran que hasta Manuel Quintana, presidente de la Nación entre 1904 y 1906, tenía uno. Pero la mala suerte torció el destino de la promisoria tecnología e innovación argentina y, tras varios accidentes por impericia, se descartaron. Así, los autos a nafta fueron los grandes ganadores en todo el mundo.
Esta historia es una de las tantas que cuenta Daniel Balmaceda en su nuevo libro, Historias de la Belle Époque argentina. El periodista, miembro de la Academia Argentina de Historia y uno de los más grandes divulgadores del país, nos hace viajar en el tiempo para llevarnos a los años dorados argentinos, de clima festivo, optimismo, explosión inmigratoria y progreso de fines de siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial y escribe un libro de historias tan curiosas como vigentes.
En esta travesía al pasado, las damas nos calzamos los sombreros gigantes y vestidos enormes, y los caballeros, las galeras, para acudir a restaurantes con menús escritos en francés y disfrutar de los beneficios de la energía eléctrica. Y en la lectura de Historias de la Belle Époque argentina nos enteramos que Victoria Ocampo se casó con Luis “Monaco” Estrada para sentirse libre. Y cómo la bicicleta fue una aliada de la independencia femenina. Y que las cervecerías ya estaban de moda.
Nos enteramos también de que, lejos de la fugacidad de los audios de whatsapp, la primera comunicación telefónica duró horas con gritos, cantos y aplausos. Y que los balcones se alquilaban para ver mejor los funerales y desfiles. Y que un paisajista parisino se imaginó a una ciudad pintada por las flores de jacarandá. Y que, los intentos de magnicidio no son nuevos y que tampoco fue uno, sino ¡tres!. Y que los argentinos seguían la tendencia parisina de los apodos. ¿Cuáles? “Cachongo”, “Mechonga”, “Nenona”, “Chinchín”, “Chupeta”, y que la “Tota” ya existía antes de Maradona.
“La Belle Époque es la puerta a la modernidad de la Argentina”, dice Balmaceda a Infobae Leamos y agrega que “todo lo que generamos después tiene sus orígenes en estos años maravillosos”. Autor de best-sellers como Grandes historias de la cocina argentina,Belgrano. El gran patriota argentino yEl apasionante origen de las palabras, Balmaceda nos lleva en las casi 400 páginas del libro a esa Argentina pujante, de tangos, de inmigración floreciente, de conventillos, menús de doce pasos, rodetes, bailes y, también, de una conciencia política y partidaria creciente.
Las luces y las cámaras del estudio se apagan, el Titanic se hunde, la Primera Guerra Mundial comienza pero las historias quedan en el resplandor de la nostalgia de los laureles que supimos conseguir.
Daniel Balmaceda, entre los principales divulgadores de la historia argentina.
—¿Por qué nos genera tanta curiosidad la Historia?
—Porque la Historia es tratar de reconocernos, de sentir que estamos parados en una base, en un lugar, que no estamos colgados del presente. Nos permite entender de dónde venimos y por qué estamos donde estamos. La Historia te permite sentir que estás parado y plantado y pensar en qué pasó, cuáles son los antepasados geográficos de donde estoy parado. La Historia te ofrece tierra firme de un pasado que te respalda.
—En el libro decís que la Belle Époque y los tiempos de paz no son sinónimos, ¿por qué?
—Porque la Belle Époque fue el recreo que se tomó la humanidad de una confrontación grave en Europa, que fue la franco-prusiana. Hasta que llegó la Primera Guerra Mundial. En ese espacio de tiempo en que nos relajamos mucho, no quiere decir que no haya habido complicaciones, disturbios, incluso alguna guerra menor. Pero hay que reconocer que fueron 40 años, de 1871 a 1914, en donde pudimos bajar un poco el nivel de enfrentamiento y pensar en nosotros.
—Bajamos el nivel de enfrentamiento y, sin embargo, en el libro mencionás tres intentos de magnicidio, a tres presidentes distintos: Roca, Quintana y Figueroa Alcorta. Luego, el asesinato de Ramón Falcón. ¿Cómo interpelan estos casos a la actualidad?
—Es curioso porque, más concretamente en el caso de Roca —en ese momento era ex presidente—, fue atacado por un grupo de chicos que se envalentonaron en una charla de bar. Lo que estaba claro es que no tenían noción de las consecuencias de lo que hubiera ocurrido. Fue un atentado frustrado, por suerte. Allí es donde vos decís: “Cuando piensan en hacer una atentado así, ¿son conscientes de lo que están haciendo?”. De hecho, la Primera Guerra Mundial estalló por culpa de un atentado. Uno lo trae a la actualidad y piensa en un pequeño grupo de irresponsables, que fueron envalentonados por mayores, y que terminaron cometiendo semejante imprudencia.
Dibujo de la reconstrucción del intento de atentado a Julio A. Roca.
—Decías que era un período de descanso y los anarquistas están muy presentes en el libro y en esta época, por ejemplo, ¿qué significa la palabra “política” en este período?.
—Tenías, dentro del orden constitucional, distintos grupos. Es la época del surgimiento del socialismo, que jamás se apartó de la letra de la ley, con Alfredo Palacios como bandera. El anarquismo siempre fue marginal, siempre estuvo por los costados, por fuera de las normas establecidas, por eso cometían actos de terror imprevisibles. Por tanto, los logros para los trabajadores llegaban de parte de los socialistas.
—¿Cuáles?
—En esta época se logró el descanso dominical, en 1905. Fue impulsado por Palacios, lo que significaba que no tenías que trabajar el domingo a la mañana. El domingo a la tarde fue libre siempre. Es interesante porque el criollo tenía un ritmo que no quería cambiar y no estaba pensando que sus descendientes tenían que superarlos. En cambio, el inmigrante llegó con esa idea: superarse, mejorar su situación y la de sus hijos y hermanos, entonces lo que hoy llamamos “la cultura del trabajo” estaba muy instalada en ese momento. A partir de esta nueva institucionalidad, el trabajador tenía el sábado a la noche y todo el domingo, por lo que le cambió el mundo. Comenzó a vincularse con el esparcimiento, los bailes y las salidas.
Alfredo Palacios.
—En su discurso del 17 de noviembre, Cristina Fernández de Kirchner menciona a Yrigoyen, ¿crees que esta época es el germen de los gobiernos populares?
—Ya había habido una discusión sobre si Hipólito Yrigoyen era populismo o popular a partir de los dichos de Macri. Lo que hay que reconocer es que Yrigoyen tuvo mucha popularidad. Era un hombre que generó masas que lo seguían, fanatismo. Uno de mis abuelos tenía puesta la camiseta de Yrigoyen y nada en el mundo podía ser más que él. Entendí a partir de los dichos de mi abuelo lo que generaba. Yrigoyen era una figura muy popular que se gestó en esta época, que es más la época de su tío, de Alem, pero surgió él. Lo que quiso decir en ese momento el ex presidente Macri, es que ese tipo de popularidad lo convirtió en un populista, es probable. Lo que sí podemos decir de eso es que lo que nosotros reconocemos claramente en Perón lo tuvo Yrigoyen, sobre todo durante toda la década del 20.
—Esas masas que lo seguían surgieron de esta época
—Absolutamente. De hecho, el radicalismo se nutrió de los grandes grupos de inmigrantes que lograron plantarse en una clase media y de allí surgió esta corriente, que en un principio, confrontaba con los liberales y los conservadores.
—Victoria Ocampo es una escritora presente en el libro, no por su obra literaria ni intelectual sino por no estar dentro de los márgenes y las reglas, ¿cuánto le aportó al feminismo?
—En la Belle Époque nacieron varias rebeldes. Es el momento en el que Julieta Lanteri intenta generar el voto feminino, inclusive se presenta como candidata, aunque las mujeres no podían votar. Es la época de Alfonsina Storni y de Victoria Ocampo. En el caso de ella, era rebelde desde muy chica y empezaba a mostrar diferencias, inclusive respecto de sus hermanas, para horror de su padre. Por eso, Victoria tomó el casamiento como la llegada de la libertad.
—¿Por qué?
—Tantas cosas estaban vedadas para las solteras, que ahora ella las tenía al alcance de la mano. Por ejemplo, ir a ver ballet. Una señorita no podía ir a verlo porque los hombres usaban ropa muy ajustada y, además, los movimientos y las contorsiones no eran una imagen que una mujer no casada tuviera que ver. Victoria lo tomó como una bandera de libertad, más que como un anillo que la comprometía o la ataba a “Monaco” Estrada.
Victoria Ocampo.
—Hablando de feminismo, ¿cuánto influyó la bicicleta en la libertad de las mujeres?
—La bicicleta tuvo mucho peso. Las chicas primero y, en esta época, se dedicaban a paseos por Palermo a caballo. La bicicleta fue un complemento genial para las chicas y los chicos y alejarse de sus entornos habituales, con autonomía, con independencia, sin necesitar de ningún auto ni ningún chofer, donde se generaban romances. Pero el problema era que las chicas, cuando cabalgaban, lo hacían “a la amazona”, con las dos piernas para el mismo lado, con el vestido y, justamente, no podían sentarse como un hombre. Pero en la bicicleta no podían poner los dos pedales del mismo lado. Ahí fue cuando surgió la falda pantalón, para escándalo de las abuelas de aquel tiempo.
—¿Por qué?
—Porque entendían que una mujer no podía usar pantalón, por más disimulado que estuviera en una falda. Dejó de ser escandaloso en la década del 30, ahí empezaron a verse algunas mujeres con pantalón. Pero en la Belle Époque, en 1902, Lola Mora los usaba, otra brava de aquel tiempo. Ella tenía la excusa de que tenía que subirse a los andamios de las esculturas y era inevitable que usara pantalón. En cada nota que le hacían aclaraban: “Dolores Mora usa pantalón”.
—¿Las cervecerías son un fenómeno actual?
—No. Cerveza ya tomaba Belgrano. La cerveza es del 1800, poco fría, no tenía tanto consumo. Pero en esta época no solo hubo auge de consumo de cerveza como refresco para estar al aire libre. Los cerveceros se dieron cuenta que tenían que generar espacios particulares para los consumidores. Es el caso de Bieckert, que hizo un gran espacio cervecero en Retiro, frente a las estaciones de tren, del otro lado de Avenida Libertador, en la barranca con mesas y sillas. Era un lugar privado pero era un parque, donde había bandas de música que amenizaban. Era uno de los lugares a los que había que ir para que te vean, mirar y tomar cerveza, que se producía ahí mismo.
—¿Hay algo de la cocina de ese momento en la actualidad?
—El gran cambio es por la inmigración. Nos trajo platos que hoy son clásicos. Comemos más parecido a la Belle Époque que a la cocina tradicional. El locro lo tenemos de vez en cuando, sin embargo, la empanada atravesó todos los tiempos, el dulce de leche, la pizza, las pastas y toda la comida “a la”, que es de esta época. La comida tradicional argentina es de olla: guiso, locro, el asado, las empanadas. Todas las demás costumbres son de esta época. Incluso, en los banquetes se comía tanto que al séptimo paso había un sorbete y era champagne con helado. Mucho tiempo después, el Gato Dumas lo popularizó. Pero en 1880, era para lavar el estómago para empezar con cosas más pesadas, como la carne.
—Hablando de mirar y querer ver, el festejo del Centenario fue muy importante y acá se popularizó la frase “para alquilar balcones”, ¿cómo surge la expresión?
—Esta es una de las cosas que me fascinó de la investigación. Este dato lo encontré de casualidad: la importancia del balcón. Todos eran a la calle y era como el palco a la calle. Si lo tenías, eras un privilegiado. Todas las tardecitas, té o copetín eran ahí. Se aprovechaba mucho ese espacio. Cuando ocurrían las fechas patrias y los desfiles ibas al balcón para ver esos momentos. Las visitas de grandes personalidades en 1910, los funerales, como el de Mitre y Roque Sáenz Peña. Y los que tenían la posibilidad, los alquilaban para tener el privilegio de ver bien estos eventos.
—¿Qué conservamos de la Belle Époque?
—De la Belle Époque argentina nos quedó todo, hasta el idioma, el tono en el que hablamos. Nuestro español es muy italianizado, muy de tonada italiana. También las comidas y el deporte, que se generó junto con el ocio en esta época. Son muy atractivos estos tiempos para el desarrollo del físico, del cuidado, para prestarle atención a tener una figura atlética. Es el momento de nacimiento de los clubes más populares de la Argentina. Cuando revisás las fechas ves que nacieron el 25 de mayo, el 9 de julio y el 1 de enero. Los pocos feriados que había en esa época eran el momento de armar el club. La Belle Époque es la puerta a la modernidad de la Argentina. Los orígenes de todo lo que generamos después podemos encontrarlos en estos años maravillosos y dorados.
—¿Qué nos gusta de estos años?
—Es la época en que nosotros tomamos como bandera y, tal vez tiene que ver con la añoranza. Cuando llegó la Primera Guerra Mundial ya no teníamos la prosperidad que imaginábamos. Los argentinos, viendo con añoranza ese tiempo, tal vez tratamos de aferrarnos a las raíces, algo que es muy habitual en las épocas de crisis. En momentos de crisis te aferrás a las raíces y buscamos los valores en épocas de institucionalidad más sólida, en momentos de hombres con valores. Nos aferramos como Di Caprio a la tabla pero tratando de mantenernos a flote.
La Infanta Isabel de Borbón y el Presidente de Argentina Figueroa Alcorta, partiendo en carruaje desde la Dársena Norte de Buenos Aires en el festejo del Centenario de la Revolución de Mayo (Caras y Caretas)
-Si tuvieras que revivir un personaje público, político, militar o intelectual de esta época, ¿quién sería?
-Me traería a una pareja despareja. Primero, a Julieta Lanteri, que creo que nos ayudaría a entender el feminismo como corresponde. Con mucha claridad y mucho sentido común y no tratando de ir contra la corriente sino mostrando un camino y que sea absolutamente sensato. De hecho, fueron las chicas de esa época las que nos plantearon un mundo correcto, un espacio que estaba vedado para la mujer, que era el mundo laboral. Y también traería a Newbery, tan deportista, capacitado, era el director del alumbrado de la ciudad de Buenos Aires, un hombre muy sociable, sería un personaje fantástico para conocer.
—¿A qué personaje de la Belle Époque te parecés?
—Por ser obsesivo y porque él lo era, a Sarmiento, pero no tengo el carácter y sus malas respuestas. Era verborrágico, enojón. Yo no soy Heidi en el medio de las investigaciones pero él tenía salidas desubicadas. Por lo obsesivo, sí. Me gustaría tener más cosas de Belgrano. Porque él sabía controlarse, con muchas horas de trabajo y de estar en los detalles. Belgrano miraba lo que iba a pasar cuando él no estuviera, varias décadas después, veía más allá. Una admirable forma de ver la vida por pensar en el prójimo y más que eso, en los hijos y los nietos del prójimo, que sería el ideal.
Quién es Daniel Balmaceda
♦ Es periodista y miembro de la Academia Argentina de la Historia y el Instituto Histórico Municipal de San Isidro. También es miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores. Es uno de los divulgadores de Historia más importantes de la Argentina.
♦ Trabajó como editor de las revistas Noticias, El Gráfico y Newsweek, entre otras. También trabajó en diversas radios y condujo el programa de televisión “Historias ricas”.
♦ Publicó los libros Historias inesperadas de la Historia argentina, Historias de corceles y de acero, Romances de escritores, Oro y espadas, Historias insólitas de la Historia argentina, Romances turbulentos de la Historia argentina, Estrellas del pasado, La comida en la Historia argentina, Espadas y corazones, Qué tenían puesto, Belgrano, El apasionante origen de las palabras y Grandes historias de la cocina argentina.
Fuente: Infobae