Este martes 2 de mayo hace exactamente 500 años, Leonardo da Vinci moría en los brazos del rey Francisco I de Francia en el castillo de Amboise. Su último mecenas le sostenía la cabeza. Al menos así lo refiere La muerte de Leonardo da Vinci (1818) una pintura del artista francés Jean Auguste Dominique Ingres. El rey lloró. Los discípulos del multiartista también. En ese instante empezaba a escribirse la leyenda del hombre del Renacimiento, ese que podía conjugar múltiples ciencias, disciplinas y técnicas para arribar a la síntesis de un pensamiento único y demostrarle a la Florencia urbe centro del mundo, que era un adelantado y que su mente ya vivía algunos siglos más adelante. ¿A qué época pertenece Leonardo da Vinci? Vivió entre 1452 y 1519, es el referente más nítido de ese periodo extraordinario y tendió un puente con el futuro que sus contemporáneos no entendían. Hoy lo percibimos vivo en obras y pensamientos; en arte y ciencia.
Da Vinci es conocido por una veintena de obras bellas y trascendentes pero es también el mayor artista multifacético de todos los tiempos. Fue ingeniero, arquitecto, ecologista, músico, óptico, botánico, inventor, urbanista, físico, biólogo, poeta… Y todos esos cruces artísticos y científicos encuentran eco en el más agitado de los presentes globales.
¿Quiénes han sido los Da Vinci de la era moderna? Todo es discutible y antojadizo cuando manda la imaginación y la comparación caprichosa. También hay acuerdos como por ejemplo con Steve Jobs, hombre clave de la informática, el inventor creador revolucionario de Apple que heredó mucho de la plasticidad de la mente y creatividad de Leonardo. Jobs ha llevado a la práctica una idea davinciana clave para el desarrollo de sus proyectos: la de transferir creativamente lo aprendido y mejorarlo constantemente. No sabemos si el creador del iPhone conocía el valor de la palabra japonesa Kaizen que significa precisamente: mejora constante, pero es justamente en ese sentido hacia donde siempre se dirigió. El fundador de Apple irrumpió en el mundo de la informática para cambiar definitivamente el diseño de las computadoras, sacarlas de su carcasa aburrida para volverlas amables. Y también para convertirlas en computadoras altamente eficientes. Sus usuarios hoy constituyen una comunidad gigantesca que por momentos tiene características de secta o logia, algo parecido ocurre con los que sucumben ante Leonardo. Y en ambos se produce un fanatismo que excede las facetas artísticas, científicas y artesanales. Internet funciona como caja de resonancia para ambas excepcionalidades.
Visitantes fotografían la «Mona Lisa» (La Gioconda) de Leonardo Da Vinci en el Museo del Louvre en Paris. REUTERS/Charles Platiau
A su vez, Walter Isaacson (biógrafo de Da Vinci y también de Jobs) sostiene que Jeff Bezos (fundador de Amazon) es el que más se parece al autor de La última cena por su extraordinaria curiosidad: “Ha tocado campos como la exploración espacial, el periodismo, la computación en nube y además es el hombre de negocios más exitoso de nuestra época”. Una figura como el chef catalán Ferrán Adrià, el diseñador de la cocina molecular, también tiene algo del florentino: no ha dejado de innovar en el modo de cocinar y en la elección de los productos que va a transformar en sus hornallas, una fusión insospechada. En 2009, fue invitado a formar parte de la exposición Documenta en Kassel y estalló la polémica. ¿La gastronomía es arte?, se preguntaron algunos maravillados y otros horrorizados.
Otro caso es el del holandés Theo Jansen, autor de obras monumentales, fue catalogado también como el Leonardo da Vinci del siglo XXI. En sus obras combina arte con ingeniería y biomecánica logrando el concepto de escultura cinética en total plenitud. Sus strandbeest (bestias de playa) son estructuras que parecen tan reales y orgánicas que desde una distancia media incluso se pueden confundir con esqueletos de dinosaurios que se mueven sólo con la fuerza del viento. ¿Y el artista argentino Tomás Saraceno? Ha realizado obras basadas en las intrincadas morfologías de las telas de araña, combina en sus proyectos disciplinas que van mucho más allá de lo habitual en el mundo del arte como astrofísica, ingeniería, ecología, termodinámica, biología, aracnología y composición musical.
Italia El Código Leicester de Leonardo da Vinci regresa a Florencia después de 36 años gracias a Bill Gates (Photo by Tiziana FABI / AFP)
Reconocida por su voz magnética, eclecticismo innovador al infinito, la islandesa Björk es un exponente claro de vanguardia, creatividad y búsqueda permanente. Su diseño más ambicioso, Biophilia, es un proyecto y un disco, una exploración interactiva de las relaciones de la humanidad con el sonido y el universo con la ambición de educar a los oyentes y espectadores sobre la teoría musical y la ciencia. El proyecto integró ingenieros, científicos y diseñadores de videojuegos, y hasta llegó a convertirse en una aplicación para celulares. Y con su ambicioso y espectacular Björk Digital presentó en todo el mundo una exposición inmersiva de realidad virtual con obras digitales y de video, una suerte de recorrido onírico y surrealista, en colores brillantes, por extraños paisajes que el visitante podía interactuar. Sus múltiples inquietudes, la llevaron a ejecutar, en uno de sus shows acústicos –cuando lanzó su álbum Vulnicura-, un instrumento de cuerda diseñado por Leonardo.
Si bien su historia parece opacar a la mayoría de sus contemporáneos, la particularidad de Leonardo era humana: hay que recordar que casi no tuvo estudios, que muchos de sus inventos eran impracticables y que apenas sabía leer en Latín. Se definía a sí mismo como un omo sanza lettere (un hombre sin letras). Para él, la palabra debía ir entrelazada siempre con la experiencia, con la acción. Las claves de su capacidad eran la curiosidad y la observación. Dos cualidades que pueden ser comunes pero que no todos podemos desarrollar con la persistencia y agudeza que demostraba Leonardo. Y, por supuesto, a esa poderosa observación y a esa incansable curiosidad se suma una imaginación ilimitada: sin ella no hubiera sido el extraordinario inventor que fue. O no hubiera podido desarrollar producciones teatrales, trazar posibles desvíos de ríos tanto para el riego como para combatir inundaciones, imaginar ciudades ideales, máquinas voladoras…. Y de los tantos proyectos que sólo pasaron por su cabeza podemos saber que era un obsesivo asistente de sí mismo, que tomaba nota de todo en sus cuadernos. Y los ilustraba magistralmente con sus dibujos. Un periodista antes del periodismo.
Leonardo Da Vinci pintor e inventor.
Y aun cuando subrayamos sus dones más allá de la pintura, el mundo entero del arte y la cultura se pregunta dónde está el Salvator mundi, ese Cristo davinciano que el Museo del Louvre de Abu Dhabi adquirió para su exposición permanente y que a ocho meses de su anunciada muestra aún no se sabe dónde está. Lo había comprado un fondo de inversión de los Emiratos Árabes Unidos por 450 millones de dólares en una subasta de Christie’s de Nueva York. En marzo, también supimos que aquel dibujo de una Gioconda desnuda alojada en el palacio de Chantilly finalmente era obra de Da Vinci. «Los análisis muestran que la obra fue pintada en el taller de Leonardo con la muy probable participación del propio maestro», aseguró Mathieu Deldicque, conservador del Museo Condé, que desde mediados del siglo XIX alberga el dibujo, al norte de París.
Un visitante toma una foto de la pintura ‘Salvator Mundi’ de Leonardo da Vinci en la casa de subastas Christie’s New York en noviembre de 2017. (Drew Angerer/Getty Images)
La presencia de Da Vinci, 500 años después es cada vez más evidente. Las redes sociales lo han vuelto pop y viral; las muestras con o sin obra se multiplican en todo el mundo. Y apenas conocemos una parte de sus escritos. Su muerte implicó la dispersión y la pérdida de dos tercios de los cincuenta mil documentos originales multidisciplinarios redactados en toscano y codificados por él. Cada manuscrito, página, croquis, dibujo, texto y nota fue considerado plenamente como una obra de arte. Francesco Melzi, uno de los últimos discípulos de Leonardo, fue depositario de su testamento. Melzi le escribió una carta al hermano de Leonardo donde le detalla las circunstancias de su muerte. Según su última voluntad, sesenta mendigos siguieron su séquito y fue enterrado en la capilla Saint-Hubert, dentro del terreno del castillo de Amboise. Leonardo nunca se casó y tampoco tuvo hijos, por lo que legó el conjunto de sus obras para que fueran publicadas por su el propio Melzi. A él le dio sus manuscritos, cuadernillos, documentos e instrumentos. Después de haberlo acompañado durante su estancia en Francia, administró su herencia durante los cincuenta años posteriores a la muerte de su maestro. Sin embargo, no publicó nada de las obras de Leonardo ni vendió ninguna de las numerosas pinturas, como por ejemplo La Gioconda, que se encontraba todavía en su taller.
Leonardo no fue extraterrestre ni viajó al futuro como algunas ficciones casi infantiles lo postularon. Pero sí es verdad que estaba obsesionado por el futuro, hubiera querido ser inmortal para desarrollar los mil y un inventos que su mente infatigable imaginó. ¿Acaso no lo logró?
Héctor Pavón es autor, junto con Mercedes Ezquiaga, de Todo lo que necesitás saber sobre Leonardo da Vinci en el siglo XXI (Paidós)
Fuente: Clarín