Si durante el primer fin de semana largo de la cuarentenala fila de autos para salir de la ciudad hacia la costa tenía varios kilómetros, el escenario fue diametralmente opuesto en Semana Santa: la gran mayoría acató la consigna de quedarse en casa.
Durante la conferencia de prensa en la que anunció la extensión de la cuarentena obligatoria hasta el 26 de abril, el Presidente destacó el cumplimiento masivo del aislamiento social. «El esfuerzo tuvo sentido. Esto no es el resultado de un gobierno, es el resultado de una sociedad que entendió. Me alegra ver el alto nivel de acatamiento social que tiene la continuidad de la cuarentena», dijo Alberto Fernández, y afirmó que se trataba de un logro de la sociedad.
Basta con ver las cifras del uso de transporte público (descendió en Capital y el Gran Buenos Aires un 83%) para comprobar que la mayoría de los argentinos, aun con sus diferencias, desconfianzas y grietas, decidió permanecer en su casa para prevenir el avance del virus.
La Nación consultó a expertos y analistas para sondear en las motivaciones del cumplimiento masivo de la cuarentena, pero también en las dificultades emocionales, económicas y físicas que supone, así como en los efectos que tendrá a futuro el encierro cuando finalmente se levante la medida. La transformación del miedo en algo útil, la mediatización de la pandemia, el refuerzo de la idea de comunidad y la cercanía con países como Italia y España -tan castigados por el virus- son algunos factores que explican el acatamiento masivo de la cuarentena que, al 26 de abril, habrá cumplido cinco semanas.
«Como sociedad no solo creemos que el coronavirus existe, sino que además creemos que uno puede enfermarse y morir por este virus. Ese saber produjo un miedo útil que llevó a generar una defensa útil: quedarse en casa», explica a este diario José Abadi, psiquiatra y psicoanalista. «Otro motivo del alto acatamiento es que logramos cierta madurez en nuestra ciudadanía para entender que cuidar al otro y cuidarse a uno mismo son cosas interdependientes. Esto generó una empatía que llevó a querer cumplir con la cuarentena».
Abadi destaca que por parte del Gobierno hubo una comunicación clara de la gravedad del virus y su forma de propagación, y eso permitió comprender los alcances y peligros de la enfermedad. Los partes diarios con infectados y muertos, así como las frecuentes conferencias de prensa, generaron una sensación de transparencia en la información.
Sobre esto último reflexiona Ana María Llamazares, antropóloga e investigadora del Conicet: «Pandemias y epidemias ha habido muchas y mucho peores. Lo que no tiene precedente es el efecto que generaron los medios de comunicación. Esta es la primera pandemia mediática, en la que podemos seguir por televisión el minuto a minuto, y eso es un gran disparador del factor miedo. Lo que se activó fue una respuesta primaria al miedo a morirse».
Llamazares destaca la rápida reacción que generó el hecho de contar con información de primera mano. Sin embargo, al mismo tiempo advierte sobre lo abrumadora que puede resultar la sobreinformación, que lleva a la intoxicación por un exceso en el consumo de noticias. A esto hay que sumar el efecto de las fake news . «Uno puede perder la brújula y la capacidad de discernir», señala.
En esa línea fina entre el miedo útil y la parálisis por el terror impactó aquí lo ocurrido en Italia y en España. En la gran cantidad de muertes registradas en esos países cercanos en el afecto, los argentinos vieron un anticipo de lo que podría haberse desencadenado aquí sin un aislamiento social temprano. Las imágenes de médicos y enfermeras agotados en hospitales colapsados y la curva de contagios, que escaló en forma vertiginosa en cuestión de días, destruyó el humor social en aquellos países y alertó a los Estados que todavía no estaban jaqueados por la pandemia.
«La Argentina tiene una particularidad, que es un lazo con Italia y con España que quizá no es tan evidente en otros países de América Latina. Incluso antes de que la cuarentena fuera obligatoria aquí, mucha gente que volvió de viaje ya estaba quedándose en su casa. Muchos tienen amigos o familiares en esos países o estuvieron en contacto con casos a través de las redes sociales y tuvieron forma de saber de antemano cómo venía la cosa», opina Octavio Bramajo, sociólogo y demógrafo.
Bramajo afirma que el alto acatamiento a la cuarentena está basado en un consenso fraguado en el plano social y comunitario, más que político. «El cumplimiento de la cuarentena no tiene que ver con la confianza que tienen las personas en los políticos, sino en la comprensión de que la salvación es colectiva y en que el énfasis del Estado está puesto en la idea de que o nos salvamos todos o no se salva nadie».
Carlos de Angelis, sociólogo, coordinador del Centro de Estudios de Opinión Pública de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, también atribuye un peso específico a la llegada de la pandemia a Europa, de un impacto muy superior al que tuvieron en el país los casos que se fueron acumulando en China desde fines del año pasado. Los fallecimientos en Italia y España fueron un eslabón clave en la construcción colectiva de la cuarentena local, afirma.
«El cumplimiento de la cuarentena funciona sistémicamente, y se fue entramando. Los datos de Italia fueron muy fuertes, empezaron a circular las cifras de mortalidad del exterior y se conocieron los primeros casos locales. Ese tipo de información construyó una conciencia del peligro. A partir de allí se empezaron a poner reglas más claras, cerraron los locales y luego sobrevino el control cruzado, la idea de que ?si salgo me van a controlar’. Todo eso terminó en una cuarentena total», dice De Angelis.
Otro factor de análisis lo suma el doctor en antropología social Pablo Semán, que atribuye este acatamiento tanto a la confianza en el mensaje enfático del Gobierno como a las recomendaciones de médicos y sanitaristas. «La Argentina es un país con un sistema sanitario que oscila entre ejemplar y muy bueno. Tenemos una red de hospitales públicos y de medicina privada muy buena y con gran penetración en la población. Esto hace que la gente sea sensible a las recomendaciones sanitarias», señala.
El encierro prolongado
«La única vacuna para combatir el virus es el aislamiento «. Esta frase se replicó cientos de veces, tanto en campañas oficiales como en los discursos de los médicos que asesoran al Presidente. Con la prioridad de achatar la curva de contagios y evitar la saturación del sistema de salud , el confinamiento obligatorio surgió como la posibilidad más simple y efectiva. Sin embargo, muchos expertos advierten sobre las complicaciones psicológicas que puede acarrear el encierro y la falta de contacto con el exterior. Es incierto, también, cómo afectará a la sociedad la salida de la cuarentena tanto en lo inmediato como en el largo plazo.
«El hecho de estar encerrado puede generar muchos altibajos emocionales: ansias de salir, hartazgo y momentos de mayor serenidad, y esto no tiene nada que ver con patologías previas, son situaciones normales. Ahí empiezan a funcionar como reguladores la calidad de los lazos afectivos que tengan tanto quienes conviven entre sí en la misma casa como cada uno de ellos con las personas con que interactúa. Ahí las redes sociales juegan a favor», explica Miguel Espeche, psicólogo especialista en vínculos. Y agrega que quienes logren transitar una cuarentena sin mayores problemáticas tendrán un recurso extra a la hora de salir: la resiliencia; es decir, la capacidad de sobreponerse a una situación traumática. Claro que los escenarios serán muy distintos para una familia que fue afectada directamente por el coronavirus y otra que solo vivió la experiencia del contagio a través de las noticias.
Llamazares, en tanto, advierte que un encierro demasiado prolongado puede llevar a emociones como la violencia, la tensión o, en el mejor de los casos, al aburrimiento. «Creo que el confinamiento por algo es una de las experiencias más temidas. Es una forma de castigo social. Si transgredís la ley, tenés que ir a la cárcel; si estás mal de la cabeza, te mandan a un psiquiátrico», apunta la experta, y señala que esta privación impuesta a la libertad es un gran golpe al valor que la modernidad occidental le otorgó a «romper las barreras, romper los límites e ir más allá». La herida al ego que puede representar el confinamiento, dice Llamazares, debe sanarse a partir de la introspección y el entendimiento: «Hay que comprender la necesidad de privarnos de ciertas libertades para ayudar a los demás».
Según la experta, el efecto que el encierro está produciendo sobre las personas es un aspecto que debería estar más presente en los planes de contingencia del Gobierno. «Está todo enfocado de manera unidimensional: contagiarse o no contagiarse. Solo estamos siendo informados de la dimensión epidemiológica y médica, y la salud es un fenómeno integral. Me preocupa que no se estén escuchando ni se estén trayendo otras variables a la configuración», dice Llamazares.
El 20 de marzo pasado se impuso la cuarentena obligatoria, en principio, hasta el 31 de ese mes. Sin embargo, unos días antes de terminar este período la medida se extendió hasta el 13 de abril. La semana pasada, hasta el 27. Al cierre de cada conferencia, Alberto Fernández repite lo mismo: «Ese día, veremos». Se descuenta que Fernández no busca jugar con las emociones de la población, sino ser cauto y evitar las especulaciones y las falsas expectativas.
«Uno de los miedos es que esto sea infinito y eso trae angustia, sensación de encierro, la necesidad de salir. Otros expertos dicen que si se avisa de la salida repentinamente es un impacto traumático mayor», afirma Abadi. Y agrega: «Es útil la posibilidad de flexibilización, aunque sea mínima, como para ver que se empieza a abrir un poquito la ventana». Por el momento, los únicos autorizados en realizar salidas cortas son las personas que tienen alguna discapacidad o están comprendidos dentro del espectro autista.
Si bien el encierro produce consecuencias inmediatas, mediadas por circunstancias como las patologías previas y las relaciones personales, el después del confinamiento también generará cambios emocionales aún difíciles de calibrar. «Muchos resultados de la vida están condicionados por ciertos eventos clave cuyas consecuencias se manifiestan a quince años vista. Ciertos hechos en la vida de una persona la pueden afectar a largo plazo en términos de salud, trabajo, su propia socialización futura. No me sorprendería que dentro de treinta años haya aún investigaciones que busquen efectos de las pandemia en diferentes ámbitos de la vida», anticipa Bramajo.
En un futuro más cercano, la desconfianza va a ser parte del proceso de readaptación a la vida cotidiana postcuarentena, dice De Angelis. «Los barbijos van a transformarse en algo cotidiano, vamos a pensar varias veces antes de ir a un gran recital, a una marcha, al cine; van a quedar estas cicatrices. También habrá que repensar la vida laboral y si la modalidad del teletrabajo no vino para quedarse».
Al respecto, Abadi advierte sobre la importancia de transitar lentamente el proceso de readaptación y ser conscientes de que habrá un abanico de reacciones al momento de volver a salir de casa. «De acuerdo a la personalidad de cada uno, algunos saldrán de la cuarentena de forma más aprensiva y temerosa, y otros, tomando menos precauciones. De todos modos, habrá etapas, un proceso de acostumbramiento a la libertad recuperada».
Todos los expertos coinciden en la importancia de la gradualidad a la hora de volver a salir: tanto para perder el miedo como para asimilar las recomendaciones sanitarias que seguirán vigentes con el fin de evitar la propagación de los contagios.
Otras necesidades
Por más que la cuarentena esté ampliamente extendida en la sociedad, su cumplimiento de hecho se flexibilizó en asentamientos o barrios populares. Por este motivo, el mismo día en que se volvió a extender el aislamiento social obligatorio se impuso en estos lugares la «cuarentena comunitaria», que permite la circulación dentro de estos barrios pero no hacia afuera.
En estos casos, las dificultades de cumplir con el aislamiento radican tanto en la falta de condiciones de higiene propias de la pobreza estructural como en la gran cantidad de familias que viven de changas o trabajos informales y que no pueden sostenerse solamente con la asistencia del Estado.
«Para los sectores populares el riesgo de contagio se equipara con el riesgo de morir de hambre. Va a ser necesaria una gran movilización de la sociedad argentina para asistir a aquellos que tienen más limitaciones a la hora de respetar la cuarentena, en función de evitar desbordes», opina Semán.
Por el momento, el Estado reforzó las asignaciones sociales y estableció un ingreso familiar de emergencia de 10.000 pesos. También instruyó a los comedores a distribuir las comidas con un servicio de vianda. Sin embargo, gran parte de la economía popular se sustenta gracias al cuentapropismo, modalidad en la que la gente obtiene y administra su ingreso día a día.
Para Mercedes Di Virgilio, socióloga y doctora en Ciencias Sociales, especialista en estudios urbanos, el cumplimiento de la cuarentena en los barrios populares es una cuestión compleja en toda América Latina. «La primera dificultad es limitar las salidas para el aprovisionamiento. Como los ingresos en estas familias no son regulares, es muy difícil planificar los consumos y las compras. Además, suelen aprovisionarse en ferias que de por sí son contextos de aglomeración», señala.
Di Virgilio destaca que las condiciones de hacinamiento de las viviendas precarias muchas veces transforman la cuadra en donde se vive en una extensión de la casa. «El hábitat es un hábitat extendido que se traslada a los espacios comunes del barrio», dice la experta.
Por otro lado, estima que hay una relativización de la gravedad de la pandemia en las clases más bajas. «Se percibe como una enfermedad de la clase media y los medios de comunicación refuerzan esa imagen porque todos los relatos de la problemática que se acercan se refieren a la realidad de sectores de la clase media». Las historias de argentinos varados por el mundo o de afectados por coronavirus en hospitales privados o incluso de periodistas contando cómo viven la pandemia en Europa prevalecen en las pantallas de los noticieros.
Algunas medidas temporarias que propone Di Virgilio son la instalación de puntos de higiene dentro de las villas y una limpieza frecuente por parte del Gobierno. También, reforzar las partidas alimentarias que llegan a los barrios e incluso evaluar la preparación de viviendas de emergencia, para el caso de tener que poner en aislamiento total a algunas familias.
Además, dice Di Virgilio, hay que pensar en nuevos programas que mejoren las viviendas y solucionen las condiciones de pobreza estructural en el largo plazo. Algo tan sencillo y crucial como el lavado de manos frecuente es una proeza cuando no hay cloacas o la presión del agua es mínima.
Fuente: Agustina López, La Nación