El 9 de septiembre de 1981 fallecía en las afueras París, a los 80 años, Jacques-Marie Émile Lacan, el psicoanalista que, en buena parte del mundo, llegó a ser reconocido como una suerte de “Freud francés”. Idealizado y criticado, seguido y denostado, leído e ignorado, su impacto fue mucho más allá de los círculos restringidos a los practicantes de la clínica para convertirse en una figura ineludible del campo intelectual, al igual que Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty. Lacan devino así un personaje fundamental para entender de qué manera la invención freudiana logró inscribirse en la historia de las ideas y de las “prácticas psi” de la segunda mitad del siglo XX, en Francia, pero también en Italia, España y, por sobre todo, en América Latina en general y en Argentina en particular.
La “constelación estructuralista”
Si en 1943 Sartre había soñado con un psicoanálisis existencial al que “aún no le había llegado su Freud”, una década después, Lacan haría realidad un psicoanálisis de cuño estructural. Incluso en las universidades del mundo anglosajón, en los departamentos de estudios culturales o de género, llegó a hacerse conocido como miembro de la “constelación estructuralista”, al lado de Claude Lévi-Strauss, Louis Althusser y Roland Barthes, entre otros. Tal como decía Michel Foucault en una entrevista, en 1966, “la importancia de Lacan reside en que ha mostrado cómo, a través del discurso del paciente y los síntomas de su neurosis, son las estructuras –el sistema mismo del lenguaje– las que hablan”.
Es que esos intelectuales coincidieron fugazmente en su recusación del humanismo existencialista. A los espejismos de la conciencia libre opusieron el determinismo de las estructuras. Para Lacan, tanto el síntoma como el inconsciente estaban “estructurados como un lenguaje”. Por ese motivo, el análisis debía ocuparse de explorar los avatares de la constitución de los sujetos en un campo preexistente: el de un Otro primordial hecho de significantes. Así, tanto los ideales de libertad como los de autonomía eran desechados como meros efectos imaginarios, ilusorios, de una estructura simbólica.
La refundación lacaniana del psicoanálisis
Si bien el recorrido del analista francés abarca casi medio siglo, entre los años ’50 y ’60, comenzó a operar una verdadera refundación del psicoanálisis. Muchos de los seguidores de Freud –en Estados Unidos pero también en Francia– habían dejado de lado el concepto de inconsciente, pregonando las bondades de un yo fuerte, supuestamente autónomo. Rompiendo explícitamente con esos posfreudianos y proponiendo al mismo tiempo un “retorno a Freud”, Lacan realizó en esos años una serie de operaciones muy complejas.
Por un lado, en el marco de una cosmovisión estructuralista –y dejando atrás su filiación fenomenológica–, releyó los historiales freudianos a la luz de la lingüística y la antropología lévistraussiana, poniendo el acento en los determinismos simbólicos. Al mismo tiempo, postuló la existencia de un “sujeto del inconsciente” que definía en términos significantes pero también ontológicos: “soy allí donde no pienso”. Por otra parte, hizo algo similar con la noción freudiana de deseo inconsciente, redefiniéndola como el desplazamiento incesante de una “falta en ser”. Quizás, parafraseándolo, el imperativo lacaniano de esos años podría reducirse a una pregunta que fundaba una ética: “¿Has estado a la altura de tu propio deseo?”
El psicoanálisis como “experiencia”
Más allá de las frases remanidas y de un estilo que muchos juzgaron barroco, lo cierto es que, en su práctica clínica, Jacques Lacan supo tomarse libertades que iban de la mano de sus innovaciones teóricas. Entendía el psicoanálisis como una verdadera “experiencia” (y no como un dispositivo ritualizado, regido por reglas fijas).
Así, no es raro que, en 1963, la Asociación Psicoanalítica Internacional lo privara de su estatuto de analista didacta. Como respuesta, en 1964, el psiquiatra francés creó su propia institución: la Escuela Freudiana de París, en la que se permitió experimentar con casi todo: la organización institucional, el trabajo en pequeños grupos, los métodos de formación, los sistemas de promoción, la duración y el precio de las sesiones, los criterios clínicos y los procedimientos formales para determinar el fin de un análisis, etc.
Los jóvenes intelectuales de la Escuela Freudiana de París
La vida de esa escuela estuvo muy ligada a la incorporación de una joven generación de brillantes intelectuales, casi todos discípulos de Louis Althusser, encabezados por Jacques-Alain Miller. En menos de una década, Miller pasaría de escribir un “índice razonado” para los Escritos de Lacan –en 1966– a transformarse en encargado del “establecimiento” de todos los seminarios, en principal responsable del Departamento de Psicoanálisis de París VIII y en esposo de Judith, la hija menor de su mentor. El grupo que él lideraba fue cada vez más valorado por Lacan, en detrimento de viejos compañeros de ruta, como Serge Leclaire y Françoise Dolto. A tal punto que, en 1980, un año antes de morir de un cáncer de colon, decidió disolver su propia Escuela, instando a los que aún querían seguirlo a unirse a Miller en una nueva institución: la Causa Freudiana.
Lacan en América del Sur: discípulos y lectores
Ese mismo año, ya muy enfermo y debilitado, Lacan participó en Caracas de un coloquio organizado por Miller junto a Diana Rabinovich, una psicoanalista argentina exiliada en Venezuela. Apenas si pudo leer una comunicación escrita, en la que diferenciaba a sus verdaderos “discípulos”, formados por él, en Francia, de sus “lectores” americanos, que habían asistido en gran número, particularmente desde la Argentina, aún en dictadura.
Así, quedaba esbozada la configuración que tendría el movimiento lacaniano en los años por venir. Por un lado, una tendencia más “ortodoxa”, liderada por el yerno de Lacan, con vocación internacionalista, una férrea organización y una pata universitaria. Por el otro, toda una variedad de grupos e instituciones que, al margen del poder legitimado, constituirían una suerte de diáspora, con estrechos vínculos asociativos entre sí, pero con una organización más laxa y con una gran diversidad doctrinaria. Para las dos tendencias, el eje París-Buenos Aires sería estratégico, en la medida en que el psicoanálisis declinaba en Francia y se hacía masivo en la Argentina.
El duelo y el legado
En lo que va del siglo XXI, Lacan y los lacanianos siguen estando muy presentes, particularmente en el mundo latino (europeo y americano). Sin embargo, a cuarenta años de la muerte del maestro, cabría preguntarse si sus seguidores han podido elaborar el duelo necesario para apropiarse de su legado de manera creativa y para dar respuesta a los desafíos más actuales. Por momentos, parecería que Lacan está aún allí, omnipresente, indicando un camino seguro, del que no convendría apartarse demasiado.
Al mismo tiempo, más allá del campo de la clínica, el lacanismo se ha convertido en una clave interpretativa que excede largamente el dominio de lo psi, para atravesar la filosofía, la historia, la literatura y las ciencias sociales. En definitiva, podría decirse que Lacan, invocando un supuesto “retorno a Freud”, en realidad, reinventó el psicoanálisis según las coordenadas de su época, asumiendo un rol protagónico en una de las grandes aventuras de la cultura contemporánea.
Alejandro Dagfal es psicólogo e historiador (UBA, Conicet, Biblioteca Nacional).
Fuente: Página12