El periodista Charlie López escribió un libro con el origen de algunos de lso refranes, frases, expresiones e insultos más característicos de Argentina (foto por Getty Images).
“¡Adelante con los faroles!”. Pero “agarrate, Catalina”, que si no esto va a “agarrar para el lado de los tomates”. Argentina tiene un sinfín de palabras, frases, refranes y expresiones que, a pesar de tener los orígenes más dispares y variados, constituyen una parte fundamental de su lenguaje.
Si hablamos de insultos, Argentina tiene un catálogo de lo más variopinto. Muchas de esas palabras, sin embargo, hoy no se utilizan con su significado original, sino que fueron transformándose a lo largo de las décadas, e incluso algunas, como “boludo”, pasaron de ser peyorativas a tener una acepción más cariñosa. ¿Qué dice de nosotros lo que decimos? ¿De dónde vienen todas las expresiones que adornan nuestro idioma y lo vuelven único?
En su nuevo libro, Somos lo que decimos, el escritor, periodista y catedrático argentino Charlie López cuenta los secretos, historias y curiosidades de los 300 dichos y expresiones más representativos del país. Cuenta, como podría decirse con una expresión bien popular, “la verdad de la milanesa”. López, que ha dictado conferencias sobre lengua española e inglesa alrededor del mundo, también es autor de libros como Detrás de las palabras y ¿Por qué decimos?, otros títulos que nuevamente ahondan en el origen de las expresiones usadas a diario.
Leé el origen de cinco insultos, como lo explica Charlie López en “Somos lo que decimos”
“Atorrante”
A fines del siglo XIX, se decidió la colocación de grandes caños de desagües cloacales en la costanera de la ciudad de Buenos Aires, donde hoy se encuentra Puerto Madero, obra que se demoró más de lo pensado, dado que las enormes zanjas que los contendrían debían cavarse a pico y pala.
Mientras tanto, los caños en cuestión permanecieron en un descampado, a la vista de todos y con grandes letras estampadas a lo largo, con el nombre de su fabricante francés: “A Torrant”. El hecho de que muchos indigentes, a los que en su momento se llamaba vagos o linyeras, merodearan la zona y que, en algunos casos, también durmieran dentro de ellos, dio origen a la palabra atorrante, que obviamente deriva del nombre de la empresa que los proveía.
Hoy utilizamos este término para identificar, peyorativamente, a los vagabundos, a los perezosos y también a los que no gustan del trabajo. La expresión irse a los caños para describir una situación de alejamiento o de quebranto económico reconoce el mismo origen.
“Boludos y pelotudos”
La palabra “boludo”, típicamente argentina, es utilizada para agredir de manera poco ofensiva a quienes cometen faltas menores o ciertos tipos de error y, también, tal como ocurre con otros improperios, como saludo o muletilla, entre amigos o con personas con las que existe cierto grado de confianza. El Diccionario de Lengua Española la define como necio o estúpido.
Existen distintas teorías sobre su origen, la más antigua liga esta palabra a la costumbre de tildar de tontos o idiotas a los hombres con testículos grandes. Los términos “coglione” en italiano y “huevón”, muy usual en varios países de Latinoamérica, son ejemplos de esta práctica.
El término “boleado”, de sonido similar, originalmente utilizado para describir el estado de atontamiento que sufrían quienes eran alcanzados por las boleadoras de los pueblos originarios, le habría dado fuerza a esta expresión, tan arraigada entre los argentinos, desde hace muchos años.
Una segunda teoría sostiene que se llamaban pelotudos y boludos a gauchos que, durante las guerras por la independencia, mataban españoles con piedras y boleadoras. En la primera línea iban los gauchos que llevaban las grandes piedras, como pelotas, de ahí que los llamaran pelotudos, con las que golpeaban a los caballos de los españoles en el pecho, los derribaban y, de ese modo, desmotaban al jinete. Luego venían los lanceros, armados con facones, algunos de ellos atados a cañas tacuaras con las que armaban una suerte de lanza con la que pinchaban a los jinetes caídos. Finalmente llegaban los boludos, o sea los que portaban boleadoras, encargados de exterminarlos. Durante este proceso los gauchos también morían, de ahí que se popularizara la frase “No hay que ser pelotudo”, en el sentido de que no debían ir al frente y hacerse matar de ese modo. Es ahí cuando la palabra pelotudo, además de valiente y aguerrido, gana la acepción de tonto o estúpido que luego también se le asignó al término boludo, con las que ambas llegan hasta nuestros días.
En el año 2013, en el contexto del VI Congreso de la Lengua, en Panamá, el poeta argentino Juan Gelman (1930-2014) eligió la palabra “boludo” como la que mejor representa el lenguaje de los argentinos.
López también es autor de otros libros que rastrean el origen de las palabras y su importancia, como «Detrás de las Palabras» y «¿Por qué decimos?».
“Cheto”
Se llama “cheto” o “cheta” a la persona que pertenece o pretende pertenecer a una clase social económicamente pudiente. El origen de este término, hasta cierto punto sinónimo de esnob, es incierto, aunque dos teorías pugnan por adjudicárselo.
La primera, y menos probable, sostiene que la palabra “cheta” deriva de “concheta”, un término despectivo que aparece en la década de los 70 para identificar a las estudiantes del Nacional de Buenos Aires que apostaban a la seducción a través de ropas muy ajustadas, que marcaban sus vaginas, sin involucrarse en las luchas sociales, que caracterizaban a la izquierda de la época.
La segunda y más probable de las teorías se la adjudica al genovés “shushetas” que ingresa a nuestro lunfardo con dos significados:
1. Delator.
2. El que cuida su apariencia en exceso.
De la mezcla entre “concha”, término informal para identificar a la vagina, y shusheta en su segunda acepción habría surgido “concheta”, totalmente vigente en nuestros días para identificar a hombres y mujeres que tienen o simulan tener una gran capacidad de consumo y hablan de una forma notoriamente afectada.
“Croto”
Poco después de asumir, Don José Camilo Crotto, gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1918 y 1921, estableció, por medio del decreto N° 3 de 1920, que los braceros que viajaran por ferrocarril a levantar la cosecha no abonarían el pasaje.
Era común, en ese entonces, ver a estos trabajadores, también llamados “golondrina”, por estar de paso en un lugar donde hubiese trabajo, presentar sus credenciales en las estaciones, para poder viajar por Crotto, como se decía en esa época, para referirse al decreto firmado por el nuevo gobernador.
El hecho de que la mayoría de ellos estuviesen mal vestidos, no solo por el tipo de labores que realizaban, sino también por la extracción social a la que pertenecían y de que viajaran en vagones de carga, muchas veces en los techos, le dio a este término la connotación que todos conocemos.
Esquina de Crotto, situada en las proximidades de la Bahía de Samborombón, en la intersección de las rutas provinciales 11 y 63, lleva ese nombre en honor a quien además de gobernador también fue senador nacional y uno de los creadores de la Unión Cívica Radical.
“Cabecita negra”
La expresión “Cabecita negra”, de fuerte connotación peyorativa, es todavía utilizada en la Argentina para describir a un sector de la población, en general de pelo negro y tez oscura, en su mayoría descendiente de indígenas, que pertenece a la clase trabajadora.
La clase media y alta de Buenos Aires comenzó a usarla a mediados del siglo XX para identificar a quienes llegaban a los grandes centros urbanos provenientes de zonas rurales, para trabajar en las fábricas, en virtud de la gran migración interna que comenzó en 1940 como parte del proceso de industrialización recientemente iniciado. Esta nueva clase obrera, a la que muchos porteños consideraron una suerte de invasión, se instaló en los suburbios de Buenos Aires y otros grandes centros urbanos, modificando fuertemente su composición social.
La inmediata popularidad de esta frase está relacionada con el uso inmediato y continuo que hicieron de ella los sectores antiperonistas para ofender a los que seguían a Juan Domingo Perón (1895-1974), en ese momento presidente de la Nación.
Ser cabecita negra, cabeza o negro cabeza, todas derivadas de la expresión original, además de describir a quien tenía tez oscura y cabello negro, implicaba mal gusto, vestimenta antiestética para los valores europeístas de los porteños blancos y también una supuesta falta de inteligencia.
La expresión surge del nombre de un pájaro típico de varios países de América del Sur, científicamente denominado Carduelis magellanica que, vaya coincidencia, tiene el cuerpo de distintos colores, pero la cabeza negra.
Quién es Charlie López
♦ Es escritor, historiador, docente, conferencista y periodista. Fue profesor de Análisis del Discurso en la Universidad de Buenos Aires.
♦ Se ha desempeñado como columnista en radio y televisión, en medios como América TV, Metro y TN.
♦ Es autor de libros como Detrás de las Palabras, In a Word, La línea, Historias del Aula y ¿Por qué decimos?, entre otros.
Fuente: Infobae