El castellano viene demorado en sumar (y transmitir) palabras de la ciencia y la tecnología, pero tiene un riquísimo patrimonio en el campo literario y eso lo baña en prestigio. Ese fue uno de los puntos de acuerdo en el VIII Congreso de la Lengua Española, que cerró su telón este sábado en Córdoba.
Lo obvio: Estados Unidos, Reino Unido y otros países tienen inmensos presupuestos para la investigación. De ahí, la respuesta del dialectólogo español Francisco Moreno Fernández, quien da clases en la Universidad de Alcalá: «El enemigo del español no es inglés, sino la pobreza. La mejor estrategia para el español es la del desarrollo de las comunidades hispanohablantes. Mientras llega, hay que intentar que el español o castellano cuente con los mismos recursos con que cuenta el inglés en el ámbito de las tecnologías y ofrecer recursos de calidad para su uso y enseñanza». Llamado de atención para los presupuestos de los ministerios (y exministerios)de Educación, Cultura y Ciencias.
La sesión de clausura fue encabezada por el presidente de la Academia Argentina de Letras, José Luis Moure, el secretario general del VIII CILE y director académico del Instituto Cervantes, Richard Bueno Hudson, el secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Francisco Javier Pérez, y el intendente de la Ciudad de Córdoba, Ramón Mestre.
Pero, más allá de (nuestros) problemas regionales en el desarrollo económico y la inversión, ¿hay estructuras en los idiomas que los vuelven más universales? Moreno Fernández, que también es miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, señala: «El inglés posee mecanismos sintácticos que permiten expresar algunos contenidos con un menor número de palabras, como ocurre con las negaciones del tipo not bad (no está mal) o no wonder (no me extraña). Sin embargo, la diferencia principal suele estar en la forma de organizar el discurso, en la cortesía textual, que en español obliga a introducir atenuaciones que en inglés no son frecuentes, como cuando se dice: “Con estas palabras quisiera llamar la atención sobre….”, en vez de decir directamente de qué se trata, o “Le rogaría que no comentara…”. Esto en inglés se suele resolver de forma más directa, aunque no por ello el inglés prescinde de la cortesía».
El secretario de la Academia Norteamericana de la Lengua y licenciado en Letras Hispánicas es el argentino radicado en Estados Unidos Jorge Covarrubias. Explica: “Cuando uno traduce del inglés un texto, siempre la versión en español del mismo texto es más larga, no quiere decir que sea mejor o peor. Pero el inglés tiene una ventaja en su economía«. Ejemplo simple y a las apuradas: cheeseburger suma en una sola palabra «hamburguesa con queso». Moreno Fernández: «Las traducciones del inglés al español suelen resultar entre un 10 y un 15 por ciento más largas que el original».
Profesora de posgrado en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba y referente en sociolingüistica, María Teresa Toniolo refuerza que «el inglés va más directo a las cosas, y eso es importante en la comunicación científica, va directo y con precisión a detenerse en lo que quiere comunicar. No da rodeos».
Profesora de posgrado en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba y referente en sociolingüística, María Teresa Toniolo refuerza que «el inglés va más directo a las cosas, y eso es importante en la comunicación científica, va directo y con precisión a detenerse en lo que quiere comunicar. No da rodeos», mientras que el castellano es «más simbólico y analítico». Por eso, resulta más sencillo estudiar inglés que español para alguien que no tiene ninguno de esos dos idiomas como lengua materna. Agrega: «El castellano tiende a desglosar, es más moroso y amoroso, se detiene en el ámbito que lo rodea, en las relaciones interpersonales. Se usan más adjetivos y requiere más ‘modificadores’, como son las preposiciones». Otro ejemplo al paso: Río de la Plata versus la versión con que se lo definió en el Reino Unido, River Plate. «En este ejemplo, se economiza la preposición y el artículo», señala Toniolo. La lengua gringa no diferencia entre «usted» y «vos». You lo resuelve todo. Menos vueltas.
Se introduce en el debate el poeta y cuentista José María Merino, miembro de la Real Academia Española, quien señala que el castellano es «más metafórico» naturalmente, se extiende más en la descripción. «Yo creo que su riqueza es una cultura literaria extraordinaria. Y aquí en América está claro. Neruda, Vallejo, Cortázar, Borges, Gabriela Mistral, Rosalía de Castro, tantos…», recalca. Incorpora una peculiaridad agradable, casi poética: «Efectivamente, tal vez el inglés para los negocios puros y estrictos sea más adecuado, porque es más breve, más sintético, etcétera… Ahora, el español tiene más musicalidad y distintas musicalidades en diferentes regiones de América». De todos modos, advierte que «los hispanoparlantes no somos concientes del patrimonio cultural que antes mencionaba de nuestra lengua», en referencia a la gran diversidad (incluso geográfica) en narrativa y poesía de la lengua castellana, que supo cosechar once premios Nobel de Literatura. Otra vez volvemos al tema central: educación, formación y más educación.
Transformar al español en un idioma más pragmático no parece una posibilidad de potenciarlo.
Transformar al español en un idioma más pragmático no parece una posibilidad de potenciarlo. Explica Merino: «Suelo decirle a los jóvenes que con cada palabra que perdéis, quedáis más indefensos. Porque estáis creyendo que si una palabra sirve para decir diez cosas es mejor. Pues no. Si hay diez palabras que pueden decir diez cosas, utiliza las diez palabras». Con la economía, también se pueden perder matices. «La palabra no es solo un mero sistema de comunicación -continúa-. Es un sistema de relación y defensa en la vida. Una persona que hable con más riqueza que vosotros, consigue ese puesto de trabajo que queréis.»
El «prestigio del idioma» suena a un tema superficial, pero no es menor en un mundo tan fríamente competitivo (y muchas veces, horrorosamente despiadado). En el último Foro de Davos, esa reunión global de hombres recios y elegantes, se presentó el Indice de Poder de las Lenguas, que marca la influencia de cada idioma en el mundo y en los vínculos que se tejen. El español quedó en cuarto lugar, cerca del francés pero lejos del inglés. José Crehueras, presidente del Grupo Planeta, puso en contexto este dato en su presentación en Córdoba. Según la UNESCO, las llamadas industrias creativas (vinculadas a la cultura) generan el 3 por ciento del PBI mundial y emplean al 1 por ciento de la población del planeta. El 40 por ciento de las series que vemos por streaming -sí, es inevitable usar este anglicismo- se basa en novelas, en libros. Entonces, potenciar el patrimonio del castellano (que hablan unas 570 millones de personas en el mundo) puede generar empleo y producción en nuestros países. Y podría abrir nuevos canales para la amada y muy sufrida industria editorial. Sí, esto es globalización pura y dura.
Otro fenómeno, el del mestizaje lingüístico. Mientras que en este punto del planeta usamos el smartphone y whatsappeamos (a este cronista le cuesta guasapear), en Reino Unido ya se ven «bares de tapas», definición originada en el «tapeo» español y trasladada por los turistas británicos. En Estados Unidos, las palabras castellanas ganan cada vez más lugar: el Subte neoyorquino tiene señalizaciones en los dos idiomas y en Miami (y otras localidades del Norte) el español se hace cada vez más fuerte. Siempre y cuando no haya un partidario de Trump cerca.
Una mujer observa muestras de arte y culturales durante la 8a edición del Congreso de la Lengua Española, en Córdoba (Argentina). EFE/ Juan Ignacio Roncoroni
Entre la alarma y el humor, Merino cuida el patrimonio hispánico: «Cuando utilizamos neologismos ingleses para describir cosas que no tienen nombre, como ocurrió con ‘tren’, enriquecemos el idioma. Y de hecho, ahora se han incorporado muchas palabras al diccionario. Pero cuando sustituimos un término que ya existe en español por otro en inglés, debo decirle que usted acaba de cometer un verbicidio«.
Fuente: Ezequiel Venítez, Clarín