La obra de arte Metronome avisa a los neoyorquinos los días, horas y minutos que le restarían a la Tierra para agotar sus recursos
En una conmovedora novela de Italo Calvino, el señor Palomar piensa en el mundo sin él: “… el inmenso antes de su nacimiento, y el mucho más oscuro después de su muerte; trata de imaginar el mundo antes de los ojos, de cualquier ojo; y un mundo que mañana, por una catástrofe o por lenta corrosión, se quedara ciego. ¿Qué sucede (sucedió, sucederá) en ese mundo?”.
Este año en que las ciudades se nos volvieron extrañas, hostiles y por qué no invisibles, la pregunta de Palomar es nuestra. Mucho menos poético que el recorrido del personaje hacia la sabiduría y el conocimiento de los espacios que habitamos, el dardo de luz que nos vuelve a la realidad desde esta pesadilla cotidiana de muerte y miedo nos encuentra más indefensos y desorientados.
La vida social urbana se restringió, la movilidad se redujo, las calles se vaciaron y la naturaleza, desplegándose, nos recordó que se asfixiaba. Un sentimiento de vulnerabilidad repentino llevó los temores en la ciudad a la cima de lo posible. Aún con matices, la angustia nos planteó nuevos modos de vivir, de ocupar espacios, de vincularnos. Ya pesar de todo, las urbes no pararon de latir.
Resultaría más noticioso decir que en el futuro todo será atípico. Sin embargo, ante la nueva normalidad –más híbrida, más incómoda– no todos auguran cambios que implicarán cortes abruptos con el pasado. Los expertos consideran más sensato pensar ciudades en las que veremos una coexistencia: la aceleración de procesos transformadores e interesantes ya iniciados, el regreso de antiguos hábitos, rituales y costumbres, y una más firme convicción de que las urbes equitativas e inclusivas tendrán que dejar de ser un espejismo.
“La vida urbana futura se ha de recuperar y reinventar en tanto se comprenda que la dificultad es el signo de nuestra época, y el optimismo y la creatividad, aportes necesarios para la existencia de una nueva presencialidad”, dice el arquitecto Roberto Converti, director de Oficina Urbana, decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño y director de la Carrera de Arquitectura de la UADE:
Sí, como dijo Walter Benjamin, “el arte de construir no ha estado nunca en reposo”, el desafío es cómo y con qué vivir juntos cuando esta pesadilla de muerte haya terminado.
Nuevo, viejo, híbrido
En mayo, un grupo interdisciplinario de científicos del Centro Global para la Investigación del Aire Limpio (Gcare) de la Universidad de Surrey (Reino Unido) publicó en Sustainable Cities and Society un trabajo titulado “Reducción temporal de partículas finas debido al ‘apagado de las emisiones antropogénicas’ durante el bloqueo de Covid-19 en las ciudades de la India”. El trabajo demostró que el
lockdown había reducido las concentraciones de partículas dañinas del aire generadas por el hombre en cinco ciudades de ese país. Desde un 10% en Bombay hasta un 54% en Delhi, el descenso era también comparable con el experimentado en urbes de países a los que el virus había castigado fuerte, como Viena,
Austria (60%) y Shanghái, China, (42%). Más allá de las observaciones puntuales, el estudio ofrece oportunidades de diseño de sistemas de control y regulaciones “para mejorar la calidad del aire urbano”. Apenas un ejemplo de hoja de ruta en un mundo en el que, según decíamos, estábamos construyendo ciudades cada vez más inteligentes. ¿O no tanto?
“No creo que haya que ver el panorama desde lo táctico sino desde la perspectiva de que vamos a tener algo más transformador de lo que pensamos. El Covid-19 aceleró algunos procesos y detuvo otros, pero las ciudades seguirán siendo la mejor propuesta para generar oportunidades y conexiones para las personas”, asegura el arquitecto Christian Wolff, director general de Gensler para Latinoamérica, un gigante del diseño y la arquitectura global que tiene oficinas en 48 ciudades de 16 países.
Desde su casa en Costa Rica, Wolff, un argentino egresado de la Universidad Nacional de Mar del Plata, afirma que “cambió la conversación” en apenas unos pocos meses. “Antes hablábamos de la posible intrusión de la vida social en el ámbito del trabajo, y ahora todo está al revés; se está revalorizando el valor de la vivienda en las ciudades, el de las casas en las que el ‘intruso’ es el trabajo”. Hay más: “Hace poco menos de un año, el auge de la aviación era un tema de la agenda de transportes. Hablábamos de récord de gente en aviones y pensábamos en aeropuertos más confortables y con menos barreras. Al mismo tiempo, la telemedicina era para unos pocos.
Pero ahora, por causa del aislamiento, entendimos que la virtualidad nos puede acercar a un profesional de la salud; y en el futuro podrían hacerse públicas las historias clínicas para que los médicos accedan en tiempo real a una casuística que les acerque mejores abordajes de las enfermedades”, señala Wolff.
Pensar la ciudad que viene es también discernir modas y cambios más permanentes. “Después del terremoto en Chile, por ejemplo, se utilizaron soluciones técnicas antisísmicas muy sofisticadas (edificios con compensación de peso), cuyo costo de inversión excede la razonabilidad de emplearlas, por lo que se volvió a soluciones tradicionales que igualmente son efectivas –dice Wolff–. Pasado el momento crítico, el del impacto, tenemos que tender a las mejores soluciones. En otro sentido, hay eventos que nos deberían llevar al sostenimiento de políticas bien definidas: este es el año del coronavirus pero también del asesinato de George Floyd en Mineápolis, y a partir de eso ya no podemos diseñar ciudades que no sean para todos, con acceso a medios de vida, con pluralidad, con empresas que contraten gente diversa. Tenemos que considerar las cinco fuerzas globales de mayor impacto en las ciudades, las empresas, y la experiencia humana en general: los cambios demográficos, las disrupciones de la tecnología, la rápida urbanización, el cambio climático y la volatilidad global”.
¿Cómo se ocupan las ciudades de su propio futuro en medio de una crisis, o cómo gestionan el presente mirando el largo plazo? “Lo inesperado ocurre dentro de un orden preexistente –afirma Coverti–. Las ciudades no se transforman atemporalmente. Como muestra la película Blade
Runner, hay una cantidad de acontecimientos nuevos que se superponen a las realidades previas. El contexto es adverso y entonces decimos que la emergencia, la urgencia y la necesidad van en contra de la planificación. Esto es falso. ¿Por qué damos por válida la idea de que la necesidad no se puede planificar? El desarrollo de una ciudad tiene que ser planificado, mucho más cuando surgen desafíos de nuevos formatos”.
¿Entonces? “Entonces seguimos haciendo lo que hacíamos bien, como pasar de diseñar ciudades con dos carriles, para peatón y automóvil, a las que priorizan la micromovilidad (Buenos Aires es un ejemplo). Las áreas de transporte e infraestructura serán las que más inversión requerirán”, dice Wolff.
Un tractor gigante estacionado sobre la Quinta Avenida sorprendió a comienzos de este año a los habitantes de Nueva York que pasaban –ya con sus barbijos– frente al Museo Guggenheim. Con ese símbolo de la vida de campo, el arquitecto holandés Rem Koolhaas inauguraba su exposición Countryside, The Future.
Hace cuatro décadas, su Delirious
New York, ese ensayo crucial para la arquitectura y el urbanismo de fines del siglo XX que él definió como un “manifesto retroactivo”, había puesto el foco en la cultura de la aglomeración, en las ciudades que supimos nutrir y, al mismo tiempo, convertir en animales devoradores. Ahora, Koolhaas plantea la necesidad de pensar el campo como un espacio de innovación y oportunidades. No es que ponga el foco en el éxodo, pero el asunto sobrevuela algunos planteos de estos días vinculados con los modos en que la pandemia ha jaqueado nuestras expectativas de permanecer en las urbes.
¿Volver al campo?
Una investigación realizada por Gensler en agosto, con foco en cuatro ciudades (Nueva York, San Francisco, Londres y Singapur) arrojó que solo la mitad de los encuestados deseaban permanecer en un entorno urbano, incluso vivir en una ciudad más pequeña. El resto pensaba en moverse a las afueras y a áreas rurales.
La alta densidad es hoy un problema. América Latina, por ejemplo, es la región en desarrollo con mayor tasa de urbanización del planeta.
“Crecerán las ciudades secundarias en los próximos años. Esas que no son megalópolis y admiten alguna posibilidad de volver a la idea del barrio, la esencia, la posibilidad de salir e interactuar con los vecinos –dice Wolff–. En las grandes vamos a tener que repensar cómo incorporar a la naturaleza. La temperatura de las grandes urbes crece un 50% más rápido que la de las áreas rurales y ya no podemos pensar ciudades para personas sino para personas y ‘naturaleza’, para la vegetación que permita mantener temperaturas aceptables”.
“Decir ‘me voy al campo’ es igual a decir ‘me voy del problema’ –apunta Converti–. Lo que necesitamos son visiones innovadoras para seguir habitando las ciudades en las que vivimos. Las urbes se construyen con una importante inversión pública y privada en residencia, salud, educación, servicios, industria e infraestructura. Una de las épicas del hombre ha sido construir ciudades, que son el lugar que nos da cobijo. Hay que construir la ciudad sobre sus capas, sobre una superposición de deseos y frustraciones que determinarán a su vez nuevos hábitos y costumbres”.
Y enfatiza, además, que debemos ser conscientes de que vivimos una excepcionalidad que nos obliga a una pausa o transición. Es el interregno del que habló Zygmunt Bauman: lo viejo ya no sirve tal y como está, y lo nuevo aún no se define ni se consolida. “En ese sentido, el gran objetivo es cómo recuperar la presencialidad como factor determinante del intercambio, la colaboración y organización de comunidad, como principal valor cultural y social. Alentar el distanciamiento y la pérdida de la intensidad de la vida ciudadana atenta a su vez contra el reconocimiento del valor de las ciudades centrales como proyecto histórico, urbano y cultural, y es también una construcción ideológica de ‘nuevos territorios’ que han de dividir y alejar a todo habitante de sus vínculos, lugares, hábitos, aspiraciones y deseos compartidos”.
Respetar o transgredir
Los miedos, aspiraciones, actitudes y deseos también trazan la historia de las ciudades. En un trabajo publicado a mediados de este año en el Journal of Sociology Science in Australia Gender Equity (SAGE), el experto en sociología de la salud Paul R. Ward dibuja un panorama desde el que se puede mirar el futuro a partir de metaconceptos acuñados por distintos autores. Son términos que evocamos los mortales en una reunión de Zoom, en el ámbito académico o detrás de los barbijos en los bares: riesgo (Adam, Beck, Crawfor, Douglas, Luhmann, Lupton), miedo (Bauman, Slovic), pánico (Falkof, Hier), crisis (Berlant, Habermas, Walby) y confianza (Luhmann, Ward). “Para pensar una teoría social de la pandemia –dice Ward–, se podría echar mano de términos sociológicos como simulacro (Baudrillard), incertidumbre, modernidad líquida, individualización (Bauman), y de la idea del eventual futuro debilitamiento de los vínculos sociales a través del miedo a otros humanos como portadores de riesgo”.
El comportamiento humano en la ciudad post-covid-19 es una incógnita: ¿vamos a respetar nuestro turno en la fila?; ¿y lavarnos las manos con frecuencia para evitar la transmisión de enfermedades?; ¿cuánto nos esforzaremos para que el temor a los otros no desencadene actos de discriminación o xenofobia?; ¿en ciudades y países en los que el cumplimiento de las reglas no es uniforme, dejaremos de lado las mediaciones que impuso la pandemia, como el uso del barbijo, aún cuando las leyes no lo permitan?
“Es difícil suponer que vamos a despojar a las ciudades de sus costumbres y hábitos, y someterlas exclusivamente a un protocolo –dice Converti–. La pandemia plantea un desafío a la gobernabilidad porque las estrategias para ordenar esos temores sociales no pueden ser impuestas ni predeterminadas. La ciudad del futuro implicará reinventar la gobernanza en un marco en el que una cantidad de acontecimientos nuevos se superponen a dificultades previas”.
Para la arquitectura urbana hay poca vuelta atrás. La arquitecta Naglaa Ali Megahed, profesora de Arquitectura y Planeamiento Urbano en Port Said University (Egipto) y el profesor de Medicina Ehab M. Ghoneim, de la misma universidad, afirman que entraremos en “un estilo pospandemia en el que la forma estará determinada por el miedo a la infección”. En las ciudades, “la salud humana entrará en la columna vertebral de la definición de sustentabilidad”. En un trabajo que publicaron en Sustainable Cities and
Society sugieren que el urbanismo pospandemia debería centrarse en puntos como transformación digital y teletrabajo, centralización y descentralización, densidad de ciudades y modos de trasladarse (caminar, andar en bicicleta y utilizar transporte público). Sobre el espacio público, se interrogan: ¿cuál será el futuro de los edificios comerciales?; ¿pueden continuar los centros comerciales con aire acondicionado?
La lista de incógnitas podría seguir. Christian Wolff señala: “Pensar economías lineales en las que producimos y acumulamos desechos no va más. Hay que pasar a una economía circular. Sumemos abordar la equidad y transformar el espacio publico según las necesidades de la gente. En la ciudad que viene, los ciudadanos participarán más en el diseño de su propio entorno. Y la diversidad será un valor: las diferencias fomentan la innovación y la creatividad”.
Vamos a revitalizar las ciudades cuando nos vacunemos y nos curemos, pero también cuando tengamos un entorno urbano diferente. Entre la ciudad real y la todavía invisible, hacia allá vamos.
Fuente: La Nación