Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, quien era también un conocido orador y escritor
“A veces hasta vivir es un acto de valentía”.
“No hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.
“Dondequiera que haya un ser humano, hay una oportunidad para la bondad”.
Decenas de frases como éstas aparecen en Internet firmadas por su autor Séneca el Joven casi 2.000 después de su muerte.
Y es que, además de haber sido un célebre retórico, satírico, autor de libros de historia natural y dramaturgo, también escribió varias obras de filosofía moral, con todas esas lecciones que hoy pululan en el mundo virtual.
De esos escritos, surge una visión de la virtud que consistía en vivir sabiamente.
Séneca creía que había una razón divina omnipresente que domina el mundo: decía que el hombre sabio sería capaz de discernirla y seguirla voluntariamente, en lugar de dejarse arrastrar por una fe arbitraria.
Para ser virtuoso había que comprender tus pasiones, que eran inevitables, y aprender a lidiar con ellas para que prevaleciera la razón.
Toma por ejemplo la rabia, sobre la que escribió en un famoso ensayo titulado “Sobre la ira”.
El sentimiento brota porque tenés una visión de algo malo que sucedió.
No podés cambiar lo que ya pasó pero sí tu opinión sobre ello: podés acallar tu ira diciéndote que no fue con intención o que no fue tan grave o, si nada funciona, restarle importancia.
Esa, según él, era la única manera de vivir de acuerdo con el logos, el aliento divino del mundo.
Si esa idea te suena familiar es porque viene de una de las escuelas filosóficas que más profundamente han influido el pensamiento occidental: la estoica.
Fundada en Atenas por Zenón de Citio en el siglo III a.C., enseñaba que la virtud, el bien supremo, se basaba en el conocimiento; los sabios viven en armonía con la Razón divina que gobierna la naturaleza, y son indiferentes a las vicisitudes de la fortuna y al placer y al dolor.
Sus ideas están presentes en el cristianismo, el budismo y en las reflexiones de varios filósofos modernos, como el alemán Immanuel Kant, e incluso en la terapia cognitivo-conductual, una de las más comunes y mejor estudiadas técnicas de psicoterapia.
Aunque Séneca no se limitó a esa escuela filosófica, tomando prestadas ideas de otras, como el epicureísmo, el estoicismo fue una constante en su vida y él, uno de sus pensadores más conocidos.
Pero también uno cuyos escritos, entre los de filósofos antiguos, son de los más legibles, en parte porque varios son cartas a sus amigos.
De sus “Epistulae Morales ad Lucilium”, 124 cartas que escribió hacia el final de su vida, aproximadamente entre el 63 y el 65 d.C., están repletas de consejos.
3 lecciones para mejorar el yo interior
1. Encontrá un ancla
En sus cartas, Séneca insta a Lucilio a elegir un modelo a seguir que le proporcione un estándar de vida.
“Elegí a alguien cuya forma de vida, así como sus palabras y su mismo rostro reflejen el carácter subyacente que se ha ganado tu aprobación.
“Apuntá siempre a él, ya sea como tu guardián o como tu modelo.
“En mi opinión, se necesita alguien que sirva de estándar para medir nuestra personalidad.
“Sin una regla con la cuál medirte, no podrás enderezar lo torcido”.
2. No te compares con los demás
Suena contradictorio pero una cosa es tener un modelo y otra es el desperdicio infructuoso de energía que es compararse con otros o preocuparse porque nos juzguen.
Lo que debe preocuparte es tu propósito propio: el progreso positivo.
“¿Por qué preocuparse por los demás, llegado el caso, cuando uno se ha superado a sí mismo?
“Ponete un límite que no puedas superar ni siquiera si quisieras, y dile por fin ‘adiós’ a esos premios engañosos, más preciosos para quienes los esperan que para quienes los han ganado.
“Si hubiera algo sustancial en ellos, tarde o temprano traerían una sensación de plenitud; tal como están, simplemente agravan la sed de quienes los tragan”.
3. Luchá contra tu ego
Para Séneca, el exceso de autoestima era una indulgencia peligrosa pues podía impedir el aprendizaje y el progreso.
“El principal obstáculo es que rápidamente estamos satisfechos con nosotros mismos.
“Si encontramos a alguien que nos llame buenos, cautelosos y con principios, le creemos.
“No nos contentamos con un elogio moderado, sino que aceptamos como un hecho cualquier adulación que descaradamente se apile sobre nosotros.
“Concordamos con quienes nos llaman ‘mejores y más sabios’, aunque sabemos que a menudo dicen muchas falsedades: nos complace tanto que queremos ser elogiados por virtudes contrarias a nuestro comportamiento.
“Un hombre se oye llamar ‘misericordioso’ mientras inflige tortura…
“Por lo tanto, no queremos cambiar porque creemos que ya somos excelentes”.
Vivir al máximo
Además de sus cartas, Séneca escribió al menos 8 tragedias sangrientas, con un elevado número de cadáveres y fantasmas, que le sirvieron de inspiración a William Shakespeare para su “Tito Andrónico” y “Hamlet”, y a Thomas Kyd, en su “Tragedia española”.
Y también 11 diálogos morales, entre ellos “Sobre la brevedad de la vida”, en el que reflexiona sobre nuestro recurso más importante: el tiempo.
Es en ese ensayo en el que aparece una de sus frases más famosas:
“No es que tengamos poco tiempo para vivir, sino que desperdiciamos mucho”.
“De Brevitate Vitae”, como se llama en latín, invita a examinar por qué nos parece que la muerte llega demasiado pronto y a vivir la vida al máximo.
Hablando casi en términos económicos, insiste en que la vida es el activo más importante que tenemos.
“Al proteger su fortuna, los hombres a menudo son tacaños, sin embargo, cuando se trata de perder el tiempo, en el caso de la única cosa en la que es correcto ser avaro, se muestran más extravagantes”.
Perder el tiempo es lo peor que podemos hacer, así que implora cuestionar cualquier actividad que nos quite mucho de tan preciado recurso y a evitar las indignas.
Eso no quiere decir que hacer espacio para el ocio no sea importante, pero una vida dedicada la ocio es no es significativa; se requiere un propósito que no sea vano, como preocuparse sólo por las apariencias.
Aconseja entonces, valorar nuestro tiempo y evitar desperdiciarlo a toda costa.
“La vida es suficientemente larga y se nos ha dado una cantidad suficientemente generosa (de tiempo) para alcanzar los más altos logros, si todo estuviera bien invertido.
“Pero cuando se desperdicia en lujos negligentes y se gasta en actividades no buenas, finalmente nos vemos obligados por la limitación final de la muerte a darnos cuenta de que ha pasado antes de que supiéramos que estaba pasando.
“Así es: no se nos da una vida corta, sino que la acortamos, y no estamos mal abastecidos sino que la desperdiciamos…
“La vida es larga si sabes cómo usarla”.
¿Suena bonito, no?
Pero…
¿Debemos seguir los consejos de alguien que ha sido acusado de ser “un hipócrita casi sin igual en el mundo antiguo”?
¿¿¿Hipócrita???
Sí, así lo calificó el destacado historiador y crítico de arte Robert Hughes en su libro “Roma”.
No fue el primero ni el único.
Desde la época en la que Séneca vivió hasta el día de hoy, muchos lo han considerado precisamente eso: insincero.
¿Por qué?
Por varias razones, entre ellas haber sido tutor, redactor de discursos y consejero de uno de los personajes amorales más famosos de la historia: el emperador Nerón.
Eso quiere decir, por ejemplo, que después de que su pupilo asesinara a su madre luego de que ella sobreviviera lo que debía haber parecido un accidente, fue Séneca quien escribió la versión de los hechos que Nerón presentó como propia ante el Senado, y lo dejó como un héroe ante la élite romana.
Esa carta ocultando el matricidio fue apenas una de las formas en que Séneca apoyó el régimen de Nerón.
De hecho, el discurso con el que, 5 años antes, Nerón había reclamado el poder ante la Guardia Pretoriana gracias a que su madre asesinó a su esposo, el emperador Claudio, también fue obra de Séneca.
Y el asesinato de Británico, seis meses después de su padre Claudio, dio lugar a uno de los tratados morales más famosos de Séneca, “Sobre la misericordia”.
La obra, dirigida a Nerón, presume que un filósofo no tiene nada que enseñarle al emperador sobre la clemencia; el ensayo es simplemente un “espejo” para mostrarle al joven gobernante sus propias virtudes.
No pinta bien, ¿cierto?
Quizás, llamado a servir a una familia tan poderosa y sangrienta, es difícil decir ‘no’.
Pero no ayuda el hecho de que Séneca se enriqueció tanto al lado de Nerón que sus contemporáneos lo llamaban Seneca praedives, o “Séneca superrico”.
Para que te des una idea de cuán rico era, cuando un senador romano medio tenía unos 5 millones de sestercios, el filósofo les prestó 40 millones de sestercios a los británicos, los nuevos súbditos de Roma.
El historiador griego Dion Casio cuenta que su saldo bancario eran de más de 300 millones de sestercios, a lo que se le sumaban vastas propiedades no sólo en Roma sino también en Egipto, España y el sur de Italia.
Sus enemigos lo acusaron de aprovecharse de personas mayores adineradas y de “dejar secas las provincias” prestando dinero a tasas de interés elevadas.
Y sí, muchos, así no fueran tan enemigos, lo acusaron en su época de hipócrita.
Eso porque, como filósofo, exaltaba la virtud de decir ‘basta’, pues consideraba clave para un yo interior fuerte aplicar ‘suficiente’ a lo esencial para mantener la vida -comida, bebida, vestido y techo-.
Aunque, para ser justos, aclaraba que “La filosofía llama a una vida sencilla, no hacer penitencia, y la forma de vida sencilla no tiene por qué ser tosca”.
El secreto, decía, era ser amo de la fortuna, no su esclavo, como escribió en “Sobre la vida feliz”:
“Porque el sabio no se considera indigno de ningún regalo de las manos de la Fortuna: no ama las riquezas sino que preferiría tenerlas; no las admite en su corazón sino en su hogar; y no rechaza sus riquezas, sino que las conserva, deseando que le proporcionen mayor margen para practicar su virtud”.
Si nada de eso te convence, también confesó:
“Sé que no estoy viviendo la vida que predico, pero lo intento”.
Es difícil reconciliar lo que Séneca predicó con la manera en la que vivió.
Pero pocos han dedicado tanto tiempo y esfuerzo a reflexionar sobre la actitud adecuada frente a la riqueza.
Además, reconoció su incapacidad de estar a la altura de sus propios ideales, y nunca no dejó de batallar con la brecha entre cómo era y cómo quería ser.
Quizás eso cuente, cuando se trata de alcanzar la inalcanzable virtud.
BBC Mundo
Fuente: La Nación