“Todos los años quedaba al borde de la expulsión por mala conducta”
Entre risas, José Luis Espert recuerda que “todos los años quedaba al borde de la expulsión por mala conducta”. Para intentar cambiar su comportamiento, sus padres solían amenazarlo con enviarlo pupilo a un colegio de curas en Luján.
“El catalán”, como lo llamaban sus compañeros, argumenta: “Lo que pasa es que era muy justiciero, defendía a mis compañeros y me peleaba mucho con los chicos de años más grandes. Salvo eso, era muy buen alumno, nunca me llevé una materia”.
En el colegio San José de los hermanos maristas de Pergamino, provincia de Buenos Aires, el precandidato por Avanza Libertad hizo amistades que aún mantiene, con quienes comparte asados y cumpleaños.
Con emoción -y mucha gracia-, “el catalán” recuerda su primer amor no correspondido: la señorita Isabel, maestra del jardín de infantes. “Yo estaba completamente enamorado de ella”, insiste.
“El pebete de salame y queso era la gloria”
“Como te imaginarás, me llamaban el Colo. Hay cosas que nunca cambian y ese apodo lo llevo desde siempre”, cuenta Diego Santilli.El precandidato de Juntos por la Provincia de Buenos Aires estudió desde jardín de infantes hasta último año de secundaria en la misma institución: el colegio parroquial San Agustín, en la ciudad de Buenos Aires.
En esos más de 12 años acumuló experiencias y valores que hoy considera “fundamentales” para su desarrollo. Pero hay un recuerdo en particular que lo enternece: el momento en que sonaba el timbre del recreo. “Salíamos corriendo a toda velocidad, como si fuera una carrera, para llegar primero al kiosco de Marcos en busca de la gloria: el pebete de salame y queso. Esos momentos no me los olvido más”, rememora el economista.
Fanático del fútbol, deporte que siempre practicó, Santilli recuerda con especial afecto a un docente de historia, el profesor Callogero. “Él era muy futbolero, hincha de platense, y le daba una magia particular a la clase. Todavía hoy escucho su voz contando algún hecho histórico como si te relatara un gol de Alonso. Con el tiempo uno descubre que Callogero no solo nos transmitía un saber, también nos transmitía una pasión” , cuenta el político, que siempre prefirió las ciencias económicas.
“Era el hijo del profesor de matemáticas”
La escuela Técnica N°1 de Chivilcoy, a la que concurrió durante su secundaria, fue construida por su familia. “La hizo mi abuelo, Luis Randazzo”, dice con orgullo Florencio “Floro” Randazzo.
“Siempre fui buen alumno, nunca me llevé una materia”, asegura Floro y destaca que disfrutaba mucho de las materias sociales y tal vez por eso le cuesta entender cómo luego, se inclinó por las exactas. “No sé por qué estudie después ciencias económicas”.
Durante su paso por la escuela, Randazzo se destacó en el equipo de básquet. Recuerda con cariño a su maestra de quinto grado, Tete Balderrin de Bacigalupo. “Era una mujer muy particular, una persona muy empática”, resalta. También comparte una situación particular que vivió en primer año, cuando su padre se convirtió en su profesor de matemáticas: “Era bastante exigente conmigo, así dejaba en claro que yo no tenía privilegio”, dice.
“Siempre voy a ser Goropo”
En Salto, un pequeño pueblo agropecuario del norte bonaerense, la infancia era tranquila, alegre. Al menos así la recuerda Facundo Manes, días antes de sus primeras elecciones como precandidato a diputado por la provincia. El neurocirujano estudió en la escuela General Don José de San Martín y pasó gran parte de su niñez y adolescencia en su club, ubicado en frente a su casa, donde jugaba al fútbol.
-¿Cómo fue su paso por la escuela?
-”Fue una época genial. En el ‘85 creamos el centro de estudiantes de nuestra escuela, uno de los primeros de la provincia luego del retorno de la democracia. Recuerdo esa época como de mucha esperanza: participar en el centro de estudiantes era una forma de ser parte de lo que estaba ocurriendo a nivel nacional”, detalla Manes, o “Goropo”, como le decían sus amigos, algunos de los cuales hoy sigue viendo cada vez que viaja a su pueblo natal por el fin de semana.
El apodo tiene origen en un oficio que mantuvo de manera intermitente durante la secundaria. “Cuando el circo venía al pueblo, con mi hermano Gastón trabajábamos acomodando sillas. En el circo había dos personajes, “Goropo” y “Chinchulín”, así nació el apodo. En Salto siempre voy a ser “Goropo” y mi hermano “Chinchu”, explica.
“Me llamaban Sarmiento porque nunca faltaba y perdía cumpleaños por quedarme a estudiar”
“Era muy estudiosa. Me llamaban Sarmiento porque no faltaba nunca y me iba muy bien en la escuela. Muchas veces hasta me perdía cumpleaños por quedarme a estudiar”, asegura Victoria Tolosa Paz o “Toia”, como la llamaba su madre o simplemente “Vicky” como más tarde, la apodaron sus amigas.
Por ser buena alumna, Toia cuenta que sufrió bullying. “A los ocho años dos chicas me esperaron a la salida y me agarraron del pelo y me pegaron. Yo era muy tímida y chiquita. Con los años, nos hicimos amigas”, dice.
De su paso por la Escuela Normal Superior N° 1 “Mary O. Graham” de la ciudad de La Plata, Toia aún conserva a su grupo de amigas y resalta el contraste que experimentó entre la primaria y la secundaria. “En la primaria, era una escuela muy estricta en cuanto a la vestimenta, los zapatos y el peinado. La presencia era muy importante. Después vi, cómo la democracia y la salida de la dictadura modificó los hábitos, en la etapa del secundario había una sensación de libertad de expresión”, cuenta.
Hubo una docente del secundario que Toia asegura que la “marcó a fuego”. “Susana Deniro, mi profesora de historia, era una apasionada. Contaba la historia desde el peronismo y pienso que ahí ya se me empezó a sembrar algo”, dice.
“Siempre fui ‘la Manu’, aunque algunas maestras me decían Manuelita”
Manuela Castañeira es oriunda de Paraná, Entre Ríos. Hizo su primaria en la Escuela 1 “Del Centenario” y su secundaria en la Escuela 98, ambas de la capital entrerriana. “Iba a una escuela que estaba en el centro de la ciudad, pero a la que iban muchos chicos de los barrios periféricos. En el colegio se veían distintas realidades y creo que eso fue positivo porque te hace tener una mirada más empática y más humana”, destaca.
“Mi apodo era “la Manu” o algunas de mis maestras me decían Manuelita, que en el interior tiene que con el cariño y la cercanía”, recuerda. Amiguera e inquieta, Manu se anotaba en todo tipo de actividades extracurriculares. “¿Qué no hacía?, esa debería ser la pregunta porque hacía de todo. Desde taller de lectura en la biblioteca provincial, deportes principalmente jockey, pero también hacía natación y básquet. Me crié en el club. De lunes a lunes, pero sobre todo los fines de semana. Soy una entrerriana que no dormía siesta. Soy muy manija desde siempre, desde chiquita”.
Amaba tanto sus clases de historia y matemáticas, que hasta llegó a participar en una olimpíada de la ciencia exacta. “La que menos me gustaba era geografía, no sé por qué, pero me aburría mucho”, dice.
“No me gustaba que me obliguen a rezar”
A Nicolás Del Caño o “Delca” como lo apodaron sus amigos de la infancia, le gustaba ir a la escuela, aunque nunca concibió que la religión se entrometiera en su enseñanza. “Me contrariaba que se enseñara religión en una escuela pública. O que te obligaran a rezar. Un día, una maestra me preguntó por qué no estaba rezando, que era una falta de respeto. Unos días después, mis viejos armaron un escándalo y nunca más me dijeron nada”, cuenta.
La secundaria transcurrió entre la escuela Manuel Belgrano del barrio Alberdi y otra en el Dean Funes, ambas en la ciudad de Córdoba.
-¿Recuerda algún docente en particular que lo haya marcado?
-Sí, mi maestra de primer grado porque nos enseñó a ser solidarios y después, un profe de historia de la secundaria, fue el primero que me explicó a Marx en profundidad.
Fuente: Constanza Bengochea y María Nöllmann, La Nación