A primera vista, percibimos un jarrón blanco justo en el centro del cuadro. Sin embargo, si miramos con atención, tiempo después descubrimos, en la misma imagen, la sombra de dos perfiles humanos de color negro. La experiencia de las ilusiones ópticas – tener información frente a nuestros propios ojos, pero ser incapaces de descifrarla- se replica cuando tratamos de comprender el tsunami de cambios que ocurren a toda velocidad a nuestro alrededor: nuevos tipos de vínculos y definiciones de género, big data y machine learning, personas mayores de 45 años a la cabeza de una revolución senior, organizaciones en plena transformación digital, educación del futuro, lenguaje inclusivo. Somos conscientes de que está pasando de todo, pero nos cuesta conceptualizarlo, ponerlo en palabras. F
Para ayudarnos a entender el presente mutante y atisbar lo que vendrá están los cazadores del futuro, humanos que reúnen y combinan conocimientos académicos, pies en la tierra, habilidad para contar historias y una curiosidad insaciable.
La filósofa y escritora Tamara Tenenbaum, el economista y periodista Sebastián Campanario, la bióloga y doctora en educación Melina Furman, el economista y econometrista Walter Sosa Escudero y la periodista especializada en innovación Martina Rúa son referentes de muchos de los temas que hoy se debaten en facultades, oficinas, reuniones con amigos y redes sociales. ¿De dónde salen sus ideas? ¿Cómo logran explicar lo que para la mayoría es chino básico? ¿Qué temas explotarán en un futuro cercano?
«Eligiendo inteligentemente a quién seguir en Twitter me entero de casi todo lo importante. En paralelo, intento leer todo lo que se publica en las editoriales relevantes», describe Sosa Escudero, investigador principal del Conicet y director del Departamento de Economía de la Universidad de San Andrés, quien publicó este año el libro Big data. Breve manual para conocer la ciencia de datos que ya invadió nuestras vidas, que va por su tercera edición.
Rúa y Furman también recorren las 24 horas todos los días de la semana el camino de ida y vuelta que conecta los papers y la academia con las redes sociales: «Voy a congresos educativos y eventos donde se discuten las últimas tendencias y problemas no resueltos; leo papers de investigación sobre lo que me interesa y sigo en las redes a organizaciones y autores que me gusta como piensan, entre ellos la Usina de la Educación de la Universidad de San Andrés, la Fundación Luminis, Graduate XXI, Project Zero, Interamerican Dialogue, Unicef Argentina, el Edulab del Cippec, la Fundación Telefónica y autores como Axel Rivas, Pepe Menéndez, Rebeca Anijovich, Carol Dweck, David Perkins o Ron Ritchhart. Además, estoy atenta a los comentarios y recomendaciones de amigos».
El valor de las redes
Rúa, por su parte, es contundente a la hora de destacar el valor de Twitter como canal de actualización y disparador de ideas: «Para los periodistas, Twitter es una fuente inagotable de frescura: están las personas que te interesan compartiendo no solo sus ideas, sino también las de quienes ellas admiran y siguen. Por otra parte, a través de Twitter, he dado muchas veces con quienes quería entrevistar, referentes globales como Adam Grant, Daniel Pink, Karl Onoré, Kevin Kelly, que parecen inalcanzables, pero que, en realidad, están al alcance de un tuit».
Al mix de fuentes de información, los cazadores de futuro suman su propia técnica para detectar tendencias. Para Tenenbaum, autora del libro El fin del amor. Querer y coger, combinar la lectura de textos académicos con un radar alerta a lo que ocurre a su alrededor es fundamental: «Creo que lo mejor para informarse o pensar sobre los temas que querés tocar no es ir a los medios o a la nota de The New York Times que todo el mundo está leyendo -que para mí es el diario de ayer-, sino estar atento a todo y, en especial, a seguir tus obsesiones. Yo sé que mi obsesión son los vínculos y todo lo miro desde ese lugar. No tengo una rutina, pero estoy todo el tiempo leyendo libros -académicos y no académicos- para estar al día en términos de textos y hablando con gente».
En el caso de Campanario -quien publicó en mayo de este año el libro Revolución senior, en el que analiza cómo los mayores de 45 tendrán un lugar protagónico en los próximos años-, las lentes que lo ayudan a detectar lo que para otros resulta invisible son aquellas que le permiten identificar sesgos y combinar mundos a primera vista inconexos: «Trato de tener muy presente que en todas las discusiones sobre innovación hay sesgos que llevan a que subestimemos o sobrestimemos determinados temas de la agenda del futuro. Por lo general, hay una sobrestimación de cuestiones tecnológicas y una subestimación de temas culturales, sociales y vinculares. Intento pararme en esos puntos ciegos en los que veo que hay menos conversación y creo que pueden tener un impacto superior al que pensamos. Otra estrategia para detectar lo que emerge tiene que ver con acercarse a lo que uno no sabe que no sabe, donde habita el 99% del conocimiento. Para conseguir esto -que es difícil, porque las conversaciones que solemos tener son muy endogámicas-, una de las estrategias es seguir en redes a gente muy distinta, que habla de temas que para uno son muy raros, o tratar de juntarse en proyectos con personas lo más diferentes a uno posible».
Para Rúa -quien en 2017 publicó junto a Pablo Fernández el libro La fábrica de tiempo. Técnicas para optimizar el tesoro más preciado de la vida moderna, que va por su quinta edición-, otro de los caminos para identificar tendencias es aplicar un buen zoom out, alejarse de la imagen más obvia -por más llamativo que sea el árbol- para ver el bosque, los procesos o ideas que subyacen a la novedad: «Me pasa muchas veces que voy a cubrir una determinada industria y aprovecho para sacarle el jugo más allá de la cobertura en sí para ver cómo piensan en la innovación o cómo innovan desde sus procesos. Por ejemplo, cuando fui a Netflix, más allá de observar la innovación en la industria de entretenimiento, pude ver cómo innovan desde el management».
A la observación, la lectura y el análisis Sosa Escudero agrega una búsqueda proactiva de información, cocreación y diversidad intergeneracional, aprovechando el contacto con sus alumnos de la Universidad de San Andrés: «Dicto una materia sobre big data y aprendizaje automático. Premio a mis alumnos por postear material en un grupo en Facebook que creé para esto. El grueso del material de mi clase está armado sobre la base de contenidos a la que los propios alumnos contribuyeron».
Otra constante entre los entrevistados es el valor de lo intuitivo y la curiosidad, combinados con una escucha atenta y una pasión por comunicar ideas de manera atractiva y comprensible: «Mi radar funciona muy intuitivamente. A esta altura tengo un olfato bastante desarrollado que me ayuda a ir ‘tirando de la punta del ovillo’ de lo que me intriga y suele ser relevante para entender qué hay de nuevo en educación en general, innovación educativa y crianza. No me importa tanto la novedad de un tema, sino si siento que es importante, y ahí me mando de cabeza a explorarlo en profundidad. Mi último hallazgo fue darme cuenta de que para la mayoría de las familias la gran decisión educativa que hay que tomar es elegir la escuela para los chicos y que no somos tan conscientes de que el amor por aprender se contagia en casa, de todo lo que podemos hacer para que los chicos y chicas construyan un vínculo amoroso con el conocimiento que se mantenga toda la vida», explica Furman, quien el año pasado publicó el libro Guía para criar hijos curiosos, que va por su quinta edición, un éxito que, más allá de la temática, se explica por la manera en la que se transmiten los temas: «Me importa mucho que se entienda lo que quiero comunicar y que los otros puedan conectar con las ideas, y para eso hago varias cosas: trato de encontrar casos o situaciones de la vida real que ayuden a ilustrar los conceptos más teóricos y que permitan vincular esas ideas con las emociones, con cosas que sienta que a la gente le van a importar. Busco ejemplos intrigantes o que despierten las ganas de saber más. Simplifico adrede, tratando de destilar lo que es realmente clave de la idea para ayudar a los que me leen o escuchan a comprender qué es esencial».
Al igual que Furman, Sosa Escudero -quien consigue que temas complejos, como blockchain o modelos de regresión, resulten comprensibles y entretenidos gracias a analogías y ejemplos ligados al mundo de la música y la vida cotidiana- está convencido de que «la divulgación científica es 90% storytelling; el partido se juega en la capacidad de contar historias atrapantes», mientras que para Rúa «la traducción de lo complejo a lo accesible es una herramienta de supervivencia». «Para escribir sobre innovación y tecnología, tengo que preguntarles a los que saben y traducirlo primero para que yo lo pueda entender y después poder bajarlo. Yo empecé escribiendo en una revista muy técnica de tecnología, en la que no entendía nada. En un momento me di cuenta de que tenía que preguntar ‘¿qué es esto?’, que tenía que decir ‘no entiendo, explicame todo de vuelta’. Ese proceso es algo que después se traduce en las notas», afirma.
En el caso de Campanario, los comentarios e interacciones en redes sociales frente a las columnas que suele publicar funcionan como detector de temas emergentes: «Me sirve mucho la temperatura de Twitter y las reacciones a las notas que publico. En general, podés ver antes de que se den las olas de cambio que hay una cierta efervescencia. Por ejemplo, cuando escribía hace seis o siete años sobre economía de género, y el tema no estaba aún muy consolidado, se podía percibir que algo estaba pasando, que generaba muchísima emocionalidad. Con el tema senior de mi último libro ocurrió algo parecido».
Las reacciones inesperadas que hacen oscilar el detector de tendencias también son parte del día a día de Tenenbaum: «Honestamente, creo que es una casualidad que lo que me interesa a mí les interese a más personas. Con el libro que escribí pasó un poco eso. Vivo con sorpresa cuando muchas chicas o incluso hombres me dicen ‘qué bueno que escribiste sobre este tema porque todos estamos conversando sobre esto’. No diría que fue un hallazgo, sino una sincronía entre el texto, lo que me interesaba a mí y las conversaciones que estaban dando vueltas».
Leer. Analizar. Reflexionar. Escuchar. Observar. Combinar datos con intuición para ver las transformaciones donde la mayoría solo alcanzar a mirar. De eso se trata el arte de los Sherlock Holmes modelo siglo XX.
Fuente: Fernanda Kersman – La Nación