Si tuvieses que hacer un Tik Tok, un micro video que muestre cómo fue para vos ser adolescente en pandemia, ¿qué mostrarías?
La pregunta de Clarín tiene principio y final. Pero las respuestas de los chicos son en loop. Elípticas. Como los videos de esa red social que los atrapa.
No hay sensaciones temporales. Nada termina. Todo vuelve a empezar. En esta nota eso se scrollea en cada relato.
Perderse los momentos típicos que marcan que “estás por convertirte en mayor de edad”. Sentir que se apretó “omitir intro” justo en el último año de la secundaria. Desorientarse. Enojarse. Deprimirse. Aburrirse. Estar más “para adentro” que nunca. Emociones replicadas.
Pero no fue todo oscuro. También describen escenas en las que se superó la timidez de las clases por Zoom. Que se crearon vínculos desde los videojuegos. Nuevos intereses vía Twitch. Que se tocó “por primera vez una sartén” gracias a una receta de Instagram. Y las amistades “careteadas”, esas que estaban en clase casi por obligación, quedaron a un lado frente a las “más reales” o las “que no se hubiesen dado si no fuese a través de Discord”.
Zoom. Tik Tok. Instagram. Discord. Twitch. De forma alternada, estos escenarios sociales online aparecen como una notificación. Todos los entrevistados dijeron que harían un video mostrándose frente a una pantalla.
La tecnología fue un nodo que conectó las sensaciones y emociones de los adolescentes argentinos en pandemia. El “ser adolescente” nunca consumió tantos gigas.
A las y los adolescentes les tocó «cambiar» justo cuando el coronavirus cambió todo. Y parece que, con los nuevos «permisos», todo cambia una vez más. Ahora, con una pandemia que no terminó pero se percibe casi “en pausa”, cada vez más colegios envían comunicados a padres y madres para que les digan a sus hijos que dejen de usar el celular en las escuelas.
Así como ya no es obligatorio usar el barbijo al aire libre ni en los recreos, ¿cómo es la transición a la nueva normalidad de las pantallas?
“Hay momentos en los que me sentía un poco angustiada. El no poder ver a mis amigos… y hasta no poder ver a mis profesores… sólo a través de la pantalla del celular, o de Zoom, donde muchas veces se me complicaba. Sí, me angustiaba mucho en realidad. Pero el celu me calmaba. Si tengo que elegir una escena de mi vida en esta pandemia, elegiría lo más típico y molesto a la vez: que todo fue virtual.Es la realidad en la que estuvimos viviendo todos y cuesta volver. Cuesta separarse del celu ahora”, dice a Clarín Ayelén Bernazar. Tiene 15 años y su mamá, Estefanía Segovia, 30.
Ayelén Bernazar (15) usaba el celular de su mamá y ahora admite que le cuesta dejarlo. Foto Juano Tesone
El único ingreso en su casa es el de esa madre, que es empleada doméstica. En su situación, no había hockey después de clase, no había doble escolaridad, no había nada más allá de las horas presenciales en la escuela pública. En la cuarentena sólo estaba el celular -el de su mamá- del que ahora tiene que alejarse. Ayelén va a la secundaria Arnaldo Coluci, en el barrio El Descanso, La Lonja, y “el celu” fue la única forma de sociabilizar con otros adolescentes que, como ella, no abandonaron 4º año.
“Vi a mi hija con muchos cambios de humor, de ánimo. Muchas veces se enojaba por no poder ir al colegio. O no poder salir y hacer la vida cotidiana de una adolescente. La crianza se complicó mucho más en pandemia. Sólo dependía de mi celular y se nos dificulta hoy en día compartirlo. Pero no se lo sacaría”, cuenta Estefanía.
La escena que eligió Ayelén fue clara y al problema de la conectividad le sumó las alteraciones en la salud mental. En su bienestar. El principal tema ausente en las políticas públicas en pandemia.
Un vínculo con el mundo
¿Qué medidas se tomaron para la contención emocional adolescente en esta crisis? ¿Qué hace la escuela con lo que los chicos hacen con la tecnología? Las respuestas quedan vacantes. Pero hay más escenas teen-pandémicas. Esas que muestran por qué hoy están más apegados al celular, aunque estén en la escuela y con amigos a su lado.
«Desde principio de año preguntamos en la escuela si nos dejaban traer los teléfonos, porque en el recreo no nos dejaban jugar a nada. Todos los empezamos a traer. Y los usábamos también en el aula porque los profesores no se daban cuenta», dice Federico, de 12 años, que asiste a una primaria de Barracas. Eso fue antes de que el protocolo de las escuelas se flexibilizara y desaparecieran las burbujas y el distanciamiento.
«Después volvimos a sentarnos de a dos, todos juntos, y ahí los directivos decidieron que no se podía usar más el celu. Y nos aclararon que nunca nos los habían dejado usar. Nos enojamos, porque pasamos de un año de usar el celu todo el tiempo a prohibirlo», sigue.
La escena se repite en todo el país. ¿Cómo quitar este permitido tecnológico? ¿Por qué se pide dejar el celu en la escuela?
En el caso de Federico, le dieron una explicación puntual. «Dicen que es porque quieren que nos veamos (NdR: en el sentido de que interactúen en persona). Pero me parece que no va más eso, yo me vi con mis amigos y compañeros», responde él.
Roxana Morduchowicz es doctora en Comunicación por la Université Paris y asesora principal de la Unesco en Ciudadanía Digital. Su libro más reciente es «Adolescentes, participación y ciudadanía digital», para el que entrevistó a chicos y chicas en medio de la pandemia. Y analiza esta transición a un nuevo escenario sin celular en las escuelas.
«Las redes sociales tienen mucho que ver con la etapa en la que los chicos viven. Se preguntan quiénes son y qué quieren que los demás sepan de ellos. Es la construcción de identidad a partir de lo que deciden incluir o dejar afuera de sus perfiles. Las redes fueron fundamentales en la cuarentena«, afirma.
Y explica por qué: «Quienes en el cara a cara tenían más dificultades para comunicarse, encontraron una mediación. Y lo mismo para los más extrovertidos, que no podían juntarse. Es que en las redes van ensayando. Suben un chiste y si no tiene la repercusión que pretendían (los «me gusta»), van viendo qué contenidos les generan más comentarios. Que se limite de nuevo el celular toca precisamente esa construcción«.
Por eso, Morduchowicz apunta a una actitud más abierta. «Las políticas públicas se enfocaron mucho en la provisión de equipamiento, en el acceso. Eso es importante para equiparar a todas las clases sociales. Pero se hizo mucho menos en relación a las prácticas y los usos de esa tecnología. Y hoy se sabe en todo el mundo que hay nuevas brechas digitales, que no tienen que ver sólo con el acceso sino con un ‘limitado uso de Internet’. Si un chico tiene un celular pero no sabe distinguir una desinformación de una noticia, o sube información muy personal o inconveniente, o no sabe cómo funcionan los algoritmos de las redes, aunque tenga acceso formará parte de esa brecha digital«, indaga.
Busca que se comprenda a quienes estuvieron «más por necesidad que por gusto» muy apegados al celular. Pide que el enfoque de las decisiones educativas sea más desde la calidad del uso de Internet que desde las horas o lugares de uso.
Para Perpetuo Lentijo, secretario de la Asociación de Entidades Educativas Privadas Argentinas, «es muy difícil pasar de tener el celular como aliado y auxiliar permanente a, de un momento para el otro, prohibirlo». Propone integrarlo en el aula, pero sin dejar de lado la convivencia respetada. «Las escuelas deben crear sus pautas: utilizarlo en función del aprendizaje, no en una clase presencial, durante una explicación conjunta, y que tengan el celular en mano para cuestiones particulares. No puede haber una prohibición taxativa, hay que ver la función que cumple el celular», plantea.
Gustavo Zorzoli, profesor y ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, no cree que sea posible que los celulares queden apagados en las mochilas y, a la vez, tampoco considera que pueda diferenciarse su uso. «En mi experiencia y la de varias compañeras, la verdad que es muy difícil prohibir que lo traigan, ya que los estudiantes se las arreglan para disimularlos. Si bien es una herramienta que tiene un alto potencial didáctico, al mismo tiempos es un distractor muy fuerte en el aula«.
Seis apps al día
“Me sentía vacía en pandemia, como que me perdí muchos años de la adolescencia que podía haber vivido de una forma diferente: conociendo más gente, saliendo y divirtiéndome. La pandemia logró que todo eso se convierta en lo contrario”, dice Chiara. Tiene 16 años y cursa 5° año en un secundario privado de Lomas de Zamora.
Pese a la luz de las pantallas, que no le faltan, cuenta que se distanció de sus amigas. Que “la relación no fue la misma”. Que cuesta “en la vida real” volver a tener la misma onda de antes en las redes. En 24 horas, usa al menos 6 apps distintas y en diferentes horarios para conectarse hoy con quienes se siente más desconectada que nunca.
“A la noche hablo con mis amigas por WhatsApp, o más tarde vemos películas por Discord. Y (a lo largo del día) nos mandamos TikToks o memes por Instagram”, describe.
Chiara con su celular. Usa al menos seis apps distintas durante el día. Foto: Luciano Thieberger.
«Fue un año decepcionante. Me hicieron perder experiencias que no voy a recuperar jamás. Como el viaje de egresados. Así que estuve y estoy todo el día con el celular. Aunque a mis papás les desagrade la idea de no separarme del celular. Es la mejor forma de comunicarme con mis amigos», remata Sebastián, su hermano, de 18.
Las otras pantallas
Las pantallas son muchas más que un celular que ya no se permite en la escuela. ¿Qué pasa en casa?
«Los chicos en esta etapa se ‘refugian’ de su familia en el afuera. Los videojuegos crean ese mundo propio. Durante la cuarentena estricta la tecnología estimuló y mantuvo los vínculos. Algunos encontraron a sus amigos ‘irreconocibles’ por los cambios corporales que habían experimentado tras esos meses», dice María Fernanda Rivas, especialista en niños y adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
La exposición prolongada a las pantallas, detalla, funcionó como un «reemplazo» de la carne y constituyen hoy un problema que se presenta en consultas.
«Preocupación por ver a hijos enojados, golpeando el escritorio o diciendo malas palabras mientras jugaban al Fortnite. En el encierro, estos juegos permitieron la emergencia de broncas y frustraciones en un ámbito relativamente controlado, como es el hogar. Pero si los juegos son interminables, alteran sueño, alimentación e higiene y son el único pasatiempo, puede ser una tendencia adictiva y de aislamiento», advierte.
Además está la otra mirada, la de «pensar que hoy lo tecnológico también contribuye al armado del psiquismo. Las características cognitivas de las generaciones nativas digitales son diferentes de las de quienes no tuvimos a mano estos recursos. Hoy observamos que las pantallas, para los chicos coexisten con la influencia de la familia, del colegio y del grupo de pares».
Por eso Rivas pide que las decisiones de las escuelas no caigan en lugares comunes. Que tengan la superación de lo pedagógico. «Estudiar, chatear, subir historias a Instagram y escuchar música al mismo tiempo son situaciones propias de los adolescentes y los adultos tienden a interpretarlas como falta de concentración o dispersión. Puede ser multitasking, la capacidad de realizar en simultáneo varias tareas». En ese mix de pantallas, la psicóloga dice que hay que poner en foco que las obligaciones escolares no se vean alteradas. Tampoco las emociones.
Fuente: Clarín