Carmen Bernand siempre está en un viaje de ida y vuelta antropológico. Entre Europa y América Latina, la universidad y el trabajo de campo, en sus búsquedas por las lenguas, religiones, costumbres, mitos y la cultura toda de los pueblos originarios. Bernand nació en París y llegó con sus padres exiliados republicanos en 1939 a la Argentina. Vivió 25 años en Buenos Aires y se graduó en Antropología en la UBA en 1964. Viajó a París, realizó su doctorado, se interesó por la antropología histórica del mundo colonial hispanoamericano, y también estudió la desintegración del mundo indígena en el siglo XIX. Es autora del libro Los indígenas y la construcción del Estado-Nación (Prometeo) y acaba de publicar en Francia Historias de los pueblos americanos. Su curiosidad la llevó a investigar sobre el impacto de las nuevas tecnologías y de ello hablará en La Noche de las Ideas en Ostende y en Mar del Plata: de cómo han afectado la idea de lo humano y lo han vuelto obsoleto: “Yo parto de una interrogación sobre lo humano como una noción obsoleta, me baso en las reglas sociales totalmente transformadas con la revolución informática”, explica en amable conversación telefónica poco antes de llegar a las playas argentinas.
-¿Entonces su mirada cuestiona la convivencia con lo virtual?
-Me interesa cotejar lo que fueron las sociabilidades hasta mi época y en lo que se están transformando con las conexiones digitales. Hay una pérdida de muchas cosas aunque haya otras ganancias. Yo tomo lo que la antropología dice sobre las especies vivientes, sobre las diferencias y las semejanzas.
Bernand, la antropóloga estudia también a los pueblos americanos.
-El título de su ponencia es hasta provocador: lo humano como algo obsoleto. ¿No?
-Va a traer polémica. Lo veo todo el tiempo en mi barrio, en Francia, un chico llora y la mamá está con el teléfono en la mano, seguramente con zonceras. Ves parejas cenando y en vez de hablarse está cada uno con sus teléfonos. Trabajo la abstracción de la comunicación, de una cosa que es fantástica, y al mismo tiempo, por la desmesura con la cual se utiliza, tiene lados que cambian completamente la sociabilidad. Estamos conociendo otras reglas de comunicación.
-Bien, pero las sociedades se están transformando en todo el mundo, ¿no?
-Sí. Yo vivo en una sociedad que fue una sociedad de gran cultura y que ya no la tiene, pero que conserva la idea y la ilusión de que sí la posee. Pero no es una sociedad como las que puede haber en América Latina, que son de apertura fácil, de discusión. Vos podés hablar con la gente, en París no. El otro día tuve un problema con el servicio de Internet, fui personalmente a explicar lo que pasaba y la empleada me dijo: “Usted habla demasiado. Tráigame los papeles y punto”. Es una sociedad que va hacia una virtualización de las relaciones sociales y eso me da miedo. Me parece que ahí hay un problema para el ser humano. En la Argentina, creo que todavía hay calor humano. La gente habla fácilmente, a veces están de mal humor, pero es un mal humor pasajero. Es todavía una sociedad en transformación.
-Y al mismo tiempo usted viene de publicar Historia de los pueblos de América (en Francia). Una historia previa a la llegada de los europeos…
-Sí. Hay cosas que no cambian desde tiempos prehistóricos. Tomo lo arqueológico, después la Conquista y cómo llegaron los pueblos, las migraciones, lo que nos dice la prehistoria: cómo se pobló América. Esto termina en el siglo XIX y comienzos del XX con dos ejemplos que aparecen en las primeras épocas del poblamiento de América, es decir, el sur de Chile y la costa de Canadá-Alaska.
-Usted sostiene que hubo intercambio entre los pueblos prehispánicos, que no estaban aislados y a través de la arqueología esto se puede demostrar. Y también habla de los lazos culturales religiosos. ¿Cómo era posible?
-Los pueblos agrícolas, que aparentan ser los más desarrollados, para recibir el don de la vida, de las plantas, la lluvia, tenían que “pagar” algo, una ofrenda, y sobre todo humana. Hay ejemplos comunes de sacrificios a granel, en el norte, en el sur, en todas partes. Encuentro en la época colonial que el carácter de sacrificio de Jesucristo no es algo extraño para ciertos pueblos indígenas. Lo que es extraño es el monoteísmo, pero el sacrificio no.
El otro día tuve un problema con el servicio de Internet, fui personalmente a explicar lo que pasaba y la empleada me dijo: “Usted habla demasiado. Tráigame los papeles y punto”.
-Cuando habla de los contactos entre estos pueblos, ¿no encuentra una especie de globalización?
-Yo empecé a estudiar antropología con el concepto de áreas culturales, todas separadas, cada una tenía su idiosincrasia, algo muy rígido. Pero todos esos pueblos, como los del resto del mundo, tenían sus mercaderes, traficantes, gente que iba de un lado al otro. Los indígenas americanos sabían navegar, sabían moverse. Vos podés encontrar cosas de Amazonia en la costa del Ecuador, o encontrar elementos que vienen de Ecuador y que se encuentran en México, etcétera. Y entonces junté todas esas referencias a los itinerarios y a los mercaderes para hacer de los pueblos indígenas pueblos como todos nosotros, en el sentido de que siempre se los tomaba como un poquito más inferiores: no sabían navegar, vivían aislados, etcétera. No es cierto eso. Son mitos. Por ejemplo, en el poblamiento de América ves que es sencillo navegar desde Asia hasta Chile; además se ha probado que se podían mantener y alimentar sin problemas. Yo quiero integrarlos a la historia de la humanidad, esos pueblos eran sociedades sobrevivientes y llenas de vida y de positividades.
-¿Cómo encuentra la situación en la Argentina, respecto de los pueblos originarios?
-El caso de la Argentina, por su violencia, podría parecerse al de Estados Unidos. Pero en la Argentina hubo cierta integración. La idea de controlar el desierto está ampliada por el nacionalismo argentino o chileno que calificaba como extranjeros a los mapuches que vivían en la pampa y a los que les sacaron todas las tierras. Entonces el caso de la Argentina es bastante sui generis porque no existían sociedades agrarias como en Perú o en Bolivia donde las comunidades fueron integradas al estado colonial, con sus tributos y sus diferencias. Es una historia muy interesante y bastante distinta.
-En el caso de Estados Unidos, usted sostiene que las reservas indígenas impidieron la integración con la sociedad. ¿Por qué fue así?
-Eso fue bastante difícil y muy violento, en Estados Unidos, hubo un quiebre muy grande, y hubo mucha violencia que también la hubo en la Argentina, pero en la Argentina no llegaron a hacer reservas y en Estados Unidos sí, no hubo mestizaje como en Iberoámerica. Algunos habitantes de esas reservas pudieron prosperar, pero no todos: es una sociedad al margen de la de Estados Unidos. Al mismo tiempo viven situaciones de violencia con los mexicanos. Se creó otro tipo de pertenencia al país, si tenés una gota de sangre negra de un tatarabuelo, sos afroamericano. Y esto tiene un sentido discriminatorio. Por razones históricas y culturales en Iberoámerica eso no se dio. En los casos de Brasil o Perú ves muchos mestizos marginados, como los agricultores, pero eso ocurre porque la gente del campo fue marginada.
-¿Cuál es el papel del antropólogo hoy?
-Yo hice bastante trabajo de campo con obreros, los escuchaba y después intervenía y discutía como discutís con personas que conocés y no necesariamente tomaba lo que ellos me decían como una verdad objetiva, pero sí como una verdad subjetiva. Por una parte, querés saber cómo esos hechos llegaron a ser lo que son, y mantenerte también a la escucha de lo que se dice. El papel del antropólogo es un poco como el del psicoanalista que, de repente, algo le puede parecer chocante, pero tiene que escuchar para entender.
Ficha
La Noche de las Ideas
Este miércoles y jueves, desde las 15, en el Viejo Hotel Ostende, Biarritz 799. Viernes y sábado, desde las 16, en el Museo MAR de Mar del Plata. Av. Félix U. Camet 800.
Programa completo en la web www.ifargentine.com.ar
Fuente: Clarín