Clases que comienzan, adolescentes y jóvenes que rinden materias, empresas que deben entregar sus balances del año anterior y el inevitable fin del verano y las vacaciones son algunos de los pesos que inclinan la balanza hacia un cuadro generalizado de ansiedad y tensión. Fin de febrero, otrora una época sin rutina, tiempo de descanso en el que contemplar y proyectar el año, de un tiempo a esta parte se ha convertido en tierra fértil para la sensación de burnout de muchos.
«Febrero es como el lunes del año», metaforiza Josefina Schaer, coordinadora de Relaciones Institucionales de la compañía de viajes Despegar. Allí, precisamente, este mes implica una enorme organización para cumplir con muy diferentes metas: la entrega de balances del semestre anterior, el trabajo de cara a los objetivos del que comienza, la comunicación al mercado de los resultados de 2019 la primera semana de marzo, y, claro, lo que implica la temporada alta de viajes para una empresa que se dedica al turismo, en verano y con dos feriados XL por delante. «Además, el 27 de enero anunciamos un acuerdo de adquisición por Best Day, por lo que este febrero también nos encuentra empezando a diseñar el plan de integración», detalla Josefina.
Dado todo esto, el panorama dentro de la oficina es bastante agitado, con salas de reuniones siempre tomadas, empleados que se están mudando internamente para estar más cerca de sus equipos y presentaciones en desarrollo constante.
Atentos a esto y lo que puede generar en el clima general, desde la empresa hacen más hincapié que nunca en trabajar por objetivos y desafíos, buscando «energizar y empoderar» al staff. «Somos una compañía que siempre se plantea desafíos, y cada vez mayores. Por eso, la idea es ir proponiendo objetivos, festejándolos cuando se cumplen y brindando oportunidades de crecimiento. Queremos que el logro se sienta de todos», describe la coordinadora. Aseguran que esas herramientas, sumadas a una gran organización, son la clave para mantenerse a flote aún en un mes de exigencia inédita.
Regreso a clases
En general, este un término aplicado a empresas. Acuñado en 1974 por el psicólogo estadounidense Herbert Freudenberger, burnout describe un trastorno consecuencia de un estrés laboral crónico, que se caracteriza por el agotamiento emocional, actitud distante frente al trabajo y sensación de ineficacia. En ocasiones también se le puede sumar la pérdida de habilidades para la comunicación. Sin embargo, el exitismo y la ansiedad permanente de la sociedad actual han logrado que su aplicación pueda extenderse también al ámbito más personal, e incluso a los adolescentes y niños.
Una de las razones de esta problemática tiene que ver con lo temprano que comienzan las clases algunos colegios. Para Gapsi Pizzoleo, diseñadora, este año la rutina escolar de sus tres hijos comenzó la tercera semana de febrero, haciendo que debiera correr con las listas de útiles y pendientes mucho antes de lo común. «Como me voy de vacaciones la primera quincena de febrero, tuve que dejar todo preparado en enero. La lista es larga: útiles, uniforme, certificados médicos, compra de libros, audiometrías, etc. ¡Y nada se resuelve de una sola vez! Vas a buscar los libros y no están todos, el uniforme no solo se compra sino que se borda y se le hace dobladillo. Hay que estar encima de mil rubros», detalla, un poco sonriente y otro poco resignada. Trabajadora independiente, las vacaciones de los chicos no son para ella un momento de relax, sino un tema más para planificar. «Mi año laboral de alguna forma se terminó en diciembre, y verdaderamente no arranca hasta que ellos no empiezan el colegio. Mientras tanto no trabajo las horas que debería ni encaro los proyectos nuevos que quisiera, estoy más bien en modo supervivencia», explaya. Así, este mes es para ella uno de los más caóticos del año, y aguarda con impaciencia a marzo para retomar la rutina y dejar atrás las corridas.
En sintonía con esto, desde Staples Argentina detallan que solo el 25% de los padres realizan sus compras de útiles y elementos de colegio entre diciembre y enero, de forma anticipada y con mayor tranquilidad. El 75%, en cambio, comienza a ocuparse hacia el 10 de febrero, sumando una actividad más al estrés de la cuenta regresiva.
Es el caso de Federica Salazar, cuyo hijo Bautista comienza el jardín los primeros días de marzo, y por eso ahora está ocupada con compras y planificación de logística para ver quién lo lleva y busca, dado que además tiene una bebita de pocos meses y requiere ayuda de su familia para organizarse. «Enero se me hizo eterno y febrero se me está volando. ¡Debería ser más equitativo! Entre las fiestas, las vacaciones y el festejo de cumple de Bautista hace como un mes y medio que vivo en una nebulosa fuera de la rutina, y el regreso va a ser muy duro», anticipa Florencia. De hecho, el regreso será completo, ya que ella también volverá a su trabajo poslicencia de nueve meses y no sabe si está preparada. En busca de bajar la ansiedad y no comenzar el año «oficial» angustiada, se propuso encontrar semanalmente espacios propios para dedicarse, desde una ida a la peluquería a algunas mañanas en el gimnasio. «Me lo propuse para no colapsar en esta época, pero además es algo que quiero mantener durante todo el año. Hay que hacer un gran trabajo interno para bajar la ansiedad, y en eso estoy, esforzándome», cuenta.
Un mes desequilibrado
Febrero asimismo es tiempo de rendir materias, tanto de colegio como de universidad. Y por eso es un período especialmente lleno de nervios y tensiones, en el que se pone en juego el trabajo de todo un año.
Para Natalia Di Paolo, estudiante del profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Superior Joaquín V. González, estas semanas son de extrema concentración. A punto de entrar al último año de la carrera, está preparando Literatura Argentina, una materia anual de bibliografía extensa, y por ende va todos los días con la mochila cargada del trabajo a casa y viceversa. «El último año reduje un poco mis horas de empleo como coordinadora académica en la Universidad de Palermo para poder cursar más materias y recibirme. Ahora estoy en plena preparación y siento que, viniendo de las vacaciones y del corte mental que significaron, debo poner el doble de voluntad para sentarme a estudiar que en otros momentos del año», apunta. En una época de noches de temperatura agradable y muchos programas culturales a la vista, además le resulta difícil decir que no a las invitaciones de salidas con amigos. «Hay que ser mucho más disciplinado. Tengo un almanaque del mes siempre presente en el que voy poniendo los objetivos de la semana, Sin embargo, también me doy permisos y resigno algunas cosas, porque sé que si no, no es sano», detalla. Entre sus herramientas de salud mental para este momento también está poder mirar más allá del corto plazo e imaginarse la gratificación que significará aprobar. «Trato de hacer una construcción a futuro, mirando siempre el lado positivo», sostiene.
E incluso los jóvenes que no están en plan de rendir sienten la energía recargada de este mes. Para Facundo Álvarez, de 24 años, ver a todos a su alrededor tan acelerados lo angustia un poco por extensión. «Es una época en la que me siento corto de inspiración, me cambia el humor y estoy un poco más irritable. Pienso seguido por qué todos van en una misma dirección y no se lo plantean, estudiando, trabajando, cumpliendo. Sobre todo en estos días, se me da por pensar que la vida es más que eso, y que no deberíamos estresarnos por estas cosas», describe. Conforme el año avanza y va entrando en su cauce tradicional, sin embargo, sostiene que esta pesadez se le aliviana y el panorama se vuelve más luminoso.
Según los expertos, el gran problema de este mes es el enorme peso que se le pone, desequilibrando el resto del año. «Si tenés un burnout en febrero, quiere decir que hay un problema a atacar en todos los otros meses también. Lo mejor en ese caso es revisar el panorama general y planificar un poco el año», apunta la psicóloga Silvana Weckesser. Para ella, la angustia y el estrés frente al regreso a la rutina hablan a las claras de un mal enfoque. «Las vacaciones deberían ser un espacio para descansar de lo que hicimos en el año, pero eso que hicimos debería estar bueno dentro de las posibilidades. Y si no se está conforme, hay que plantearse tanto objetivos a largo plazo como metas cortas para lograr el cambio deseado, y así ir sumando pasos a lo largo del año, y no angustiarse tanto y atomizar todo en un único mes», sostiene la especialista. Caso contrario, febrero efectivamente se torna un segundo diciembre, donde la sensibilidad de las fiestas y el balance de lo vivido empujan a muchos al agobio.
«A nivel emocional, se hace pesado lo que exige una demanda más grande de lo que podemos afrontar. Si estamos en un contexto en el que se nos pide más de lo que podemos, entramos en contradicción y corremos el riesgo de estresarnos y estallar. Es peligroso encarar el año así», advierte Weckesser. La propuesta, en cambio, es una relectura con valor, que ponga de manifiesto para qué hacemos las cosas que hacemos. Cuál es el verdadero fin de atravesar la ciudad equipando la mochila escolar o pasar noches en vela estudiando o armando presentaciones laborales. Cuando la intención mayor vuelve a quedar en claro, la perspectiva cambia y la ansiedad baja. Así, también, se obtienen mejores resultados, que a su vez potencian la confianza y autoestima y permiten encarar otros problemas futuros con mayor habilidad. «No es necesario hacer fondo blanco con todo. Lo mejor es definir qué es importante en ese momento y dejar otro tanto para el resto del año», sintetiza la experta.
Producción de Marysol Antón