Un niño teje y no juega al fútbol, un grupo lo aísla y él, a su vez, se resiste a cualquier acercamiento y adopta una actitud desagradable con sus compañeros de clase. Este es un caso de violencia infantil en una escuela de París, Francia. Sin embargo, podría haber acontecido en cualquier institución educativa del mundo. Las herramientas con las que se trabajó para integrar al niño, reconocer las diferencias y extirpar las actitudes hostiles también fueron universales: la investigación; la escucha consciente; el tendido de puentes con familias, alumnos, docentes y directivos; y la identificación de una puerta por la que colar la aceptación e integración del otro, de alguien distinto.
“Le propuse a una coordinadora de la escuela que había tomado el curso del Método que hiciera una lectura del grupo y de sus signos: cómo se expresaba la violencia y por qué tanto el niño como sus compañeros no querían integrarse. Nos dimos cuenta que el alumno aislado era muy original, creativo y sensible, y que podía hacerle muy bien al resto”, comentó la directora de la institución francesa durante la Tercera Jornada Internacional del Método Mónica Toscano Prevention In Act, un sistema de formación, tanto para instituciones como para docentes, que apunta a brindar herramientas de prevención a expresiones de violencia, como el bullying, que en las últimas semanas volvió a la agenda social cuando se conoció la noticia de que dos gemelas argentinas habían saltado de un tercer piso por un caso de acoso escolar en la localidad catalana de Sallent. Una de ellas murió y la otra chica de 12 años permanece internada.
El niño parisino al que le gustaba tejer pudo, por medio del trabajo de la escuela, integrarse a la clase. ¿Cómo lo lograron? Fue a través de tareas compartidas que estos chicos pudieron bajar la guardia, reconocer que se necesitaban mutuamente, y comenzar a relacionarse. Así, la ayuda entre pares para solucionar un desafío común los unió.
“La dimensión del poder del grupo es un parámetro fundamental del Método que, como nos decían directores y docentes, ‘no estamos habituados a leer’. Un poder del grupo que puede llegar a expresarse en situaciones de alto riesgo con graves consecuencias, como son las expresiones cada vez más violentas hacia los otros así como también las dolorosas e irreparables expresiones del aumento de suicidios en los adolescentes”, remarcó Mónica Toscano, psicoanalista, creadora de una red de prevención internacional como respuesta ante las situaciones de riesgo que viven cotidianamente los jóvenes relacionadas con el acoso escolar, y autora del libro El pronunciamiento de los jóvenes. Un camino de la imposibilidad a la posibilidad.
Según cifras provistas por el equipo de Toscano, desde abril de 2000 a marzo de 2022 se han realizado talleres del Método con aproximadamente 32.000 alumnos, 7700 directores, docentes, educadores y 10.000 familias en instituciones educativas de las ciudades argentinas de Buenos Aires, Rosario, San Martín de los Andes, Lanús y Martínez; en España, en Barcelona y Madrid; en Francia, en París y Lyon; así como en Düsseldorf, Alemania; y Viena, Austria.
Las redes y los adolescentes
La familia de una alumna de 14 años pide una reunión con la directora de su escuela en Barcelona,. Los padres, aterrados, denuncian que un joven alumno con el que su hija había salido un tiempo la había abusado y maltratado. La gravedad del asunto no amedrenta a la directora, que toma las riendas del caso, adopta una postura profesional y abre un protocolo de investigación.
“Ese día, los padres volvieron a su hogar con la seguridad de que yo hablaría a primera hora de la mañana con la alumna y me ocuparía de abordar el problema”, señaló en la jornada de intercambio la titular de la escuela española que trabaja con el Método, quien precisó que al conversar con la adolescente identificó que había cosas que no cuadraban: habían aparecido unas fotos sexuales de la joven con un chico diferente del que estaba acusando de abuso.
“Le pregunté si las fotos que circulaban en las redes tenían que ver con su deseo de no ir más al colegio, y me respondió que sí, que no quería que su hermano se enterara de la existencia de esas imágenes”, recordó la autoridad escolar. La alumna recibía comentarios y expresiones burlonas de otros estudiantes de la institución.
Después de conversar con la adolescente, el alumno acusado y los padres de ambos, la situación se tornaba cada vez más enigmática: la denuncia era muy grave, pero no había pruebas suficientes para culpar al joven. La intervención del servicio social de la ciudad fue la clave para identificar el problema: una psiquiatra especializada en adolescentes diagnosticó a la alumna con una adicción. Había ingresado en las fauces de internet y la publicación de fotos y videos se le había ido de las manos. Sus compañeras, atemorizadas y espantadas, se acercaron a la dirección de la institución para poder ayudarla.
“Cuando se extrapola la violencia que se da en la escuela a las redes, puede derivar en situaciones extremas. El anonimato de internet hace que ese acoso sea cada vez mayor y más grave. Como dicen muchos adolescentes: ‘cuando leo lo que dicen de mí en las redes, quiero desaparecer’. Son situaciones que no suceden en el colegio y que la institución educativa podría no hacerse cargo, pero es imperioso no permanecer indiferentes”, enfatizó Toscano durante el encuentro.
En una escuela confesional de Rosario una problemática similar puso a prueba a los directivos: un alumno con discapacidad fue filmado en un recreo y ridiculizado a través de TikTok, una de las redes sociales más utilizadas por los adolescentes que consiste en publicar videos de corta duración.
“Un viernes por la mañana se difundió el material de acoso, y a la tarde ya había adquirido carácter de viral. El lunes a primera hora, sin embargo, los compañeros del alumno filmado pidieron a las instituciones escolares la intervención de la dirección para que los adultos tomemos responsabilidad del hecho”, destacó el titular de la institución educativa rosarina, quien señaló que el accionar de los estudiantes fue luego de haberse formado con el Método y de construir un espacio de escucha y de diálogo consciente con los estudiantes.
“Hay una desilusión de los chicos con los adultos y no quieren hablar porque los sienten impotentes”, sumó Toscano, quien agregó que ese problema se cruza con un momento evolutivo complejo marcado por una angustia central en la etapa escolar como es la pertenencia al grupo de amigos que se enmarca, además, en un aumento de la violencia.
Después de dos décadas de trabajo, la especialista repite que la manera en que se construye futuro es a través de la propia elaboración de una pregunta, ¿tengo derecho a lastimar al otro?
“Si un chico de 9 o 10 años puede llegar a este cuestionamiento, en vez de decir ‘no se lo hago para que no me lo haga a mí’, en una ilusión narcisista y utilitaria, y así poder ponerse en contacto con sus propias limitaciones y su propia responsabilidad, entonces sí va a trascender la experiencia del Método”, concluyó la psicoanalista.
Fuente: Delfina Celichini, La Nación