¿Puede el arte convertirse en un aliado para mantener a raya el dolor y la muerte? Más aún: ¿qué relación existe entre el proceso creativo y la vida? Una serie de casos y testimonios confirman el vínculo entre estas variables: la singular capacidad del arte para activar y potenciar la pulsión vital.
Si bien Francisco de Goya trabajó como pintor de cámara del Rey por más de medio siglo, fue en sus trabajos personales donde dejó una marca indeleble y crítica sobre el clero, los militares, el abuso de poder y la guerra. En la Quinta de Sordo, en las afueras de Madrid, Goya encontró alivio de la opresión fernandina. En ese sitio recoleto, desplegó su más pura cepa sin temerle al inquisidor fiscal del Santo Oficio, que ya había retirado de circulación la primera edición de los Caprichos. Enfermo y golpeado por las frecuentes convulsiones y la sordera, Goya se refugió en el arte, logró formar una pareja y tuvo una hija. En medio de fuertes crisis anímicas, pintó en los muros de esa casa las Pinturas negras, una de sus obras más impresionantes. En este submundo desolador, con Dos viejos comiendo, Dos mujeres y un hombre, y Duelo a garrotazos alude a la disgregación social y a la injusticia. La imagen de Saturno devorando a su hijo, en este caso ya hombre, se aleja del mito clásico y deviene símbolo de maldad.
Tras una infancia violenta, Alicia Penalba (San Pedro, Argentina, 1913 – París, Francia, 1982) también resurgió con el arte como aliado. De chica soportó un padre hiperviolento, la muerte de uno de sus hermanos, el suicidio de su hermana de 17 años y también el de su hermano, que se inmoló.
Viajó a París, dejó atrás su primer apellido (Pérez) y se hizo llamar Alicia Penalba; nunca más habló en español y se alejó de su marido. Abandonó la pintura para convertirse en una de las primeras mujeres en hacer obra escultórica monumental y alcanzar un lugar destacado en el siglo XX.
Sus obras integran, entre muchas otras colecciones, la del Centro Pompidou, el Museo de Brooklyn y el Museo Hakone de Japón. Aquí en la Argentina, tienen obra suya Colección Fortabat, el Malba, el MNBA, Fundación Klemm y el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
A los 90 años, Carlos Alonso está ajustando los detalles de su próxima muestra en el MNBA. Organizada en cuatro ejes -los maestros, la realidad social, la historia del arte y las obras inéditas-, «Carlos Alonso. Retrospectiva» inaugura el 12 de abril, junto con la reapertura del museo. Gracias al apoyo de la Asociación de Amigos, nuestro mayor museo contará con nuevas salas dedicadas al arte precolombino y colonial, así como con una ampliación de las salas de arte argentino del siglo XIX. Tendrá fachada remozada, nueva circulación en la planta baja (para que los visitantes recorran el museo de modo más ágil), y una gran tienda con salida a la calle.
«La pintura, en mi caso -dice Alonso- actúa como un acelerador de mi ser. Con la pintura entendí el valor del trabajo con ahínco, querido. Fui descubriendo la relación secreta entre la materia y la emoción: cómo se entrelazan y complementan. Cómo las ideas encuentran su forma y su espacio, y cómo los colores su temperatura».
En su caso, cuenta, la desaparición de Paloma (detenida desaparecida en 1977, a los 21 años) lo dejó paralizado durante más de seis años. «No quería transformar mi dolor en algo estético o cultural. La pérdida de mi hija era un dolor que tenía que tener una salida diferente. Me di cuenta de que dibujar era la única herramienta que tenía para quedar un poco afuera del dolor: hacer los 47 dibujos que integran Manos anónimas me dio fuerzas», dice.
«El día en que se inauguró el Museo Evita-Palacio Ferreyra (Córdoba), donde está expuesta la serie, sentí que había cumplido un sueño gracias al dibujo: pude dejar testimonio de nuestro dolor y de la ferocidad asesina del proceso militar».
Maestro del arte cinético y lumínico, Julio Le Parc, que el año pasado festejó sus 90 años, dice, desde París, en diálogo con LA NACION: «Trabajar me hace mantener cierto optimismo y tranquilidad. Me absorbe de una manera positiva, reduce los problemas y preocupaciones que puedo tener en mi vida, todo se va acomodando alrededor: desde una cuestión práctica como pagar un impuesto hasta un tema personal, un pesar».
Y agrega: «La muerte de un amigo, que provoca una gran tristeza, o situaciones parecidas pueden ser contrarrestadas con el trabajo».
Le Parc tendrá una gran muestra antológica en el CCK (julio) del estilo de las que se realizaron sobre su obra en el Palais de Tokio o en el Pérez Art Museum Miami (PAMM). En el MNBA presentará Le Parc. Transición Buenos Aires- París 1954-1959 (a mediados de agosto), que incluye sus primeras cajas de luz, que solo se mostraron en Le Parc Lumière (en Casa Daros, Río de Janeiro), y 150 gouaches.
Yamil Le Parc, al frente de todos los proyectos de su padre, adelanta que estas muestras luego viajarán al Museo de Arte Moderno de Río, al Museo Nacional de Brasilia y al Museo de Porto Alegre.
«Yo voy a cumplir 86, soy el más pibe de los tres», dice con tono risueño Luis Felipe «Yuyo» Noé, que, durante las vacaciones, pasó tres meses en París y viajó a Colmar, a Lisboa y Suiza.
Noé está terminando varios proyectos de escritura (uno de ellos se publicará a fin de año). Trabaja también en un diccionario de definiciones que se llamará, por sugerencia de Eduardo Stupía, Abrapalabra. En abril tiene dos muestras en Rosario: «Luis Felipe Noé -Vicente Zito Lema Memoria del presente 1976- 2019», en el Espacio Multicultural de la Mutual del Personal, y «Noé Mirada prospectiva», en el Museo Castagnino. En la galería porteña Rubbers hará una exposición de dibujos.
Cuando comenzamos la entrevista, Noé cita a Spinoza: «El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, su sabiduría es una meditación no de la muerte sino de la vida». Y aclarará: «La muerte está ahí. Y en realidad la muerte forma parte de la vida».
Su postura va en sintonía con el planteo del filósofo alemán George Simmel. Cada paso en la vida, sostiene Simmel, es un acercamiento temporal a la muerte, pero, paradójicamente, todo lo que hacemos es para evitar ese momento. «La muerte -dirá Simmel- aparece a la mayoría de los hombres como una oscura profecía que pende sobre su vida, pero que, sin embargo, tendrá algo que ver con la vida por vez primera en el instante de su realización».
«Yo no le tengo miedo a la muerte, al contrario, quizás me produce cierta curiosidad: al final es la gran pregunta -considera Noé-. Pero a mí me parece que mientras se viva, se tiene que vivir: en el sentido de que tenés que llenarte de proyectos, de desafíos, estar siempre con la misma actitud de interrogarte sobre el mundo. Mientras viva, creo que eso es fundamental. Por eso la producción artística es muy adecuada».
Y continúa: «Si estás en el proceso creativo no tenés que parar: a mí pintar y dibujar me da siempre un gran placer y un descanso. Voy a cumplir 86. Yo me doy 3 años más; desearía 3 años más para poder concretar cosas. Creo que 3 años más es posible».