Estamos ante un futuro escándalo. Mary Morse es una de las 61 maestras estadounidenses contratadas por Domingo Faustino Sarmiento entre 1869 y 1898 para revolucionar la educación argentina. Su destino es una escuela de Mendoza. Viene en un barco en el que conoce a una colega, Margaret Collord, cuyo destino es Montevideo. Cuando se despiden, Morse le sugiere que, si alguna vez necesita empleo, la vaya a ver.
Se reencuentran, viven juntas y son pareja. Los vecinos murmuran. Ellas cambian la educación. Redactan un instructivo para incentivar “el trato gentil hacia los jóvenes” y “tratar a las alumnas como amigas; llevar a la clase buen humor y no los disgustos de afuera; cuidar de usar voz dulce pero denotar autoridad”. Invierten en el negocio vitivinícola en Chacras de Coria. Juegan al tenis. Tienen una “libertad de espíritu” fuera de lo común para la época.
Mary muere en 1945 en Mendoza; a los cuatro meses, en Buenos Aires, muere Margaret. A su pedido, son enterradas en el cementerio británico mendocino. Dejan pensiones vitalicias para ancianas, becas para estudiantes y una contribución para la iglesia metodista de Mendoza.
Hay herencia para los siete sobrinos de Margaret y para Fred, el de Mary. Acá, lo escandaloso. Fred –católico fanático– viene desde los Estados Unidos para vender las propiedades. Pero al llegar, presa de furia por la relación homosexual de su tía, arma una hoguera con libros, periódicos y cartas que arden ante la vista de los vecinos.
Morse, opina la escritora Laura Ramos, autora de Las señoritas, donde se cuenta ésta y otras historias, “es, tal vez, el personaje más interesante de este libro”. Es una verdad a medias, porque Ramos narra las peripecias de varias de aquellas maestras tan detalladamente que todas tienen su atractivo.
Laura Ramos, autora de Las señoritas. Foto: Andres D’Elia.
Se trata, en conclusión, de un movimiento político y social que buscó revolucionar a un país que aún se estaba haciendo. Siempre nos enseñaron que Sarmiento era el gran educador argentino y en Las señoritas está la explicación de por qué. Con sus virtudes y defectos.
Es un tema poco conocido de nuestra historia. Ramos lo descubrió una tarde de 2017 en la que, para escapar de la lluvia, se metió en el Museo Sarmiento, en el barrio porteño de Belgrano, a tomar un café.
“Cuando miré a la izquierda vi un vestido del Siglo XIX que me dejó estupefacta. Era igual que los de las chicas de Mujercitas. Un cartel decía que había pertenecido a una de las maestras que Sarmiento trajo a la Argentina. Al año siguiente me fui a Boston”, le cuenta la autora a Viva.
Visitó museos y universidades de los Estados Unidos para leer cartas y archivos de aquellos tiempos. Habló con historiadores. Dio con fotos increíbles. Se hizo de una bibliografía envidiable.
Mary Gorman, la primera reclutada. Vino con un contrato de tres años que la comprometía a fundar la Escuela Normal de San Juan.
“Cuatro años de trabajo, un proyecto alucinante. Más excitante que cualquier fiesta de rock”, describe aludiendo a su pasado con ese movimiento en la Argentina y sobre el que escribió en los ‘90 un libro emblemático: Corazones en llamas.
“Mucho de lo que sabemos sobre este tema se lo debemos a la estadounidense Alice Houston Luiggi, autora del libro Sesenta y cinco valientes. Fue ella quien entre 1948 y 1952 se tomó el trabajo de entrevistar a las sobrevivientes, a sus alumnas y a sus hijos y nietos en la Argentina y en los Estados Unidos, además de mantener correspondencia con decenas de personas relacionadas con ellas. En los Estados Unidos hay enormes archivos de cartas que sirven para utilizar como testimonio y entender, aún hoy, qué pasaba entonces. Acceder a esa información fue, para mí, una experiencia increíble”, dice Ramos.
A las 61 maestras se les podrían sumar otras nueve de las que no hay registros fehacientes. Si era por Sarmiento, traía dos mil. Hubo además otros cuatro maestros: Charles Dudley, George Lane Roberts, George Albert Stearns y John William Stearns.
El país estaba en llamas. De hecho, la primera maestra estaba destinada a San Juan y se negó a ir porque sus amigos ingleses le habían dicho que era una locura por el peligro.
Laura Ramos, escritora
Trabajo de alto riesgo
El proyecto se inició en Paraná, Entre Ríos, con la fundación de la Escuela Normal. Fueron 18 escuelas normales que se crearon o reorganizaron en Buenos Aires, Azul, Catamarca, Armstrong, Concepción del Uruguay, Córdoba, Corrientes, Esquina, Goya, Jujuy, La Plata, La Rioja, Mendoza, Mercedes, Rosario, San Juan, San Nicolás, Tucumán y la mencionada Paraná. El ingreso para estudiar en las escuelas era por azar. La bola blanca era admisión y la negra, rechazado. Eso también lo cambiaron las docentes extranjeras.
Algunas de esas escuelas sirvieron como fortines en medio de las guerras de entonces. A veces como centros para atender heridos.
“No se instalaron escuelas en el sur del país porque la ebullición estaba en el norte –analiza Ramos–. Roca todavía no había llegado al sur a tomar las tierras de los pueblos originarios. A Sarmiento le interesaba el centro del litoral y el norte. El país estaba en llamas. De hecho, la primera maestra estaba destinada a San Juan y se negó a ir porque sus amigos ingleses le habían dicho que era una locura por el peligro. Lo mismo pasó con otras maestras. Sarmiento las insultó de una manera feroz. Tenía un carácter fuerte, ataques de ira, por lo que se cuenta en cartas.” No en vano se lo conocía como “el loco Sarmiento”.
Clara Allyn, de Minnesota, fue quien con sus cartas permitió descubrir el nexo entre la abuela inglesa de Jorge Luis Borges y las maestras.
Sarmiento imponía requisitos: “Solteras, atractivas, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia”, se lee en Las señoritas.
Se terminaron los castigos físicos a los alumnos. Los sueldos eran el doble que los de las maestras y maestros argentinos, quienes se consideraban desclasados. Sin embargo, la preparación de las visitantes era superior. “Llegaron, en definitiva, a profesionalizar la educación”, concluye Ramos.
Hubo desorganización previa. Las docentes no hablaban español. Algunas aprendieron en los barcos. Pero hubo algo peor: los católicos no aprobaban que mujeres protestantes educaran a sus hijos. Sobre todo en la provincia de Córdoba. El obispo amenazó con excomulgar a quienes inscribiesen a sus hijos en las escuelas normales. “Esta es la casa del Diablo y la Puerta del Infierno”, apareció un cartel una mañana, en la puerta de una escuela.
“Hay que mirarlo con la perspectiva de la época. La Iglesia acababa de perder el poder de la educación a manos del Estado. Había lucha de poder. Además, la religión tenía más importancia que ahora. El catolicismo y el protestantismo eran como dos facciones políticas en esa época”, aclara Ramos. Las maestras tuvieron que irse de Córdoba.
Sarmiento era un hombre interesante, culto, de una cultura desordenada. Quería conquistar el mundo, no sólo Buenos Aires. En ese sentido, era como un Bolívar.
Laura Ramos, escritora
Amor y cucarachas
Sarmiento, exiliado en Chile, en 1845 había partido hacia Europa y los Estados Unidos a estudiar sus sistemas educativos. El encuentro que le cambió la mirada ocurrió en los Estados Unidos con Horace Mann, considerado “el gran reformador de su tiempo, el hombre que había aplicado en las escuelas públicas de su país las nuevas teorías pedagógicas”.
“Mann había logrado que el Estado se comprometiera a garantizar el acceso a la educación de todos los niños al margen de las religiones y proporcionó a Sarmiento uno de los principales argumentos para contratar maestras al resaltar la especial habilidad femenina para instruir a los niños pequeños”, escribe Ramos en el libro. Mary Mann, su viuda, fue quien –años más tarde– ayudó a Sarmiento a concretar el proyecto en la Argentina.
“Todas estas docentes vivieron aventuras increíbles”, sonríe Ramos. En Paraná, por ejemplo, junto a sus alumnos debieron defender la escuela en medio de luchas entre bandos antagónicos. Otras llegaron al puerto de Corrientes bajo una lluvia tan fuerte que casi pierden sus pertenencias.
Laura Ramos y su libro Las señoritas, resultado de cuatro años de investigación. Foto: Andrés D’Elía.
En sus viajes al interior fueron testigos de escenas de barbarie y padecieron el miedo. Incluso se asustaron al ver gauchos con sus guitarras. “Desde ahora, la guitarra será para mí símbolo de la barbarie”, confesó una.
En sus humildes hospedajes sufrieron robos y picaduras de animales e insectos dañinos. Algunas sintieron tanta repulsión que contaron que en Catamarca “las cucarachas regionales prefieren los libros encuadernados de color rojo, pero las bostonianas aseguraban que las suyas se engolosinaban con las encuadernaciones verdes de las obras de Dickens”.
Otras se impresionaban porque las lavanderas no usaban jabón sino bosta de caballo remojada junto a la ropa a la vera del río.
En los barcos hubo quienes conocieron a sus futuras parejas. Ninguna se casó con argentinos, aunque ese era el ideal de Sarmiento, quien pretendía fundar una Argentina de colonias mixtas. “Una angloargentina con los estadounidenses a los que admiraba tanto”, dice Ramos.
Sin embargo, “estamos promoviendo una agencia de matrimonios”, comentó Sarmiento, con ironía y resentimiento, al enterarse de que algunas maestras habían renunciado a sus puestos para casarse con extranjeros. Pero nada le causó más resentimiento que la negativa de algunas docentes para ir a enseñar a su querida San Juan.
“Sarmiento me pareció un personaje formidable. Entré a su mundo pensándolo como el asesino del Chacho Peñaloza y salí admitiendo que era un personaje más complejo”, dice Ramos.
Y también: “Sarmiento era un hombre interesante, culto, de una cultura desordenada. Fue autodidacta por una cuestión de clase. Se había postulado para ir al Colegio Nacional de Ciencias Morales (hoy el Nacional Buenos Aires), pero no le dieron la beca a él si no a un compañero, Juan Bautista Alberdi, que la consiguió por un contacto. Al no poder acceder a esa educación, reescribió su historia de niño pobre. Sarmiento quería conquistar el mundo, no sólo Buenos Aires. En ese sentido, era como un Bolívar”.
Terminar esta historia sin contar más de aquellas maestras podría ser una injusticia que Laura Ramos salda en Las señoritas. Por eso, vamos con una última. La de Fanny Haslam, la abuela de Jorge Luis Borges, el escritor de mayor reconocimiento de nuestro país. Inglesa, se casó con el coronel Francisco Borges, diez años mayor que ella y amigo de Sarmiento. A su muerte trágica en batalla, quedó viuda con dos hijos, Francisco Eduardo y Jorge Guillermo, el menor y padre del futuro escritor.
En 1890, Fanny se mudó a Buenos Aires y abrió su pensionado para señoritas inglesas. Primero en la zona del centro y después en Palermo, en la calle Serrano al 2100. Acá es donde Fanny encuentra su lugar en el relato. Porque fue ella quien dio cobijo a varias de aquellas maestras contratadas por Sarmiento.
Cuando su hijo Jorge Guillermo contrajo matrimonio, compró el terreno de al lado y construyó la mítica casa con patio y aljibe en la que se criaron Jorge Luis Borges y su hermana Norah.
Hoy, Serrano se llama Borges. Borges se convirtió en ícono de la literatura y aquella casa es un edificio moderno que borró parte de nuestro pasado cultural. Ese pasado que tan bien nos cuenta Laura Ramos en Las señoritas.
Fuente: Clarín