Las historias de parejas de artistas inspiran doblemente: por el amor y por el talento y la creatividad que las anima. En los más legendarios de estos romances hay muchos desequilibrios, las mujeres suelen quedar a la sombra y el sentimiento tiene una delgada línea que lo separa de la locura. ¿Es esto amor? No se podría asegurar, pero sí que ciertos artistas han expandido su talento y creatividad en el encuentro con el otro. También, algunos han sido felices.
El arte argentino cuenta con unas cuantas parejas memorables, como la de la pintora Lía Correa Morales y el escultor Rogelio Yrurtia, que se casaron en segundas nupcias en una iglesia del barrio de Belgrano, él con 57 años y ella con 43. Yente y Juan del Prete, fundadores del arte abstracto argentino, vivieron y crearon juntos durante 52 años. Ana Weiss tiene un cuadro maravilloso, de 1938, que se llama En el estudio. Se trata de un desnudo femenino –cosa mal vista para las pintoras de entonces– en el que incluye a su marido pintor como ejecutante, Alberto María Rossi. Weiss debió relegar su vocación a las tareas de madre y esposa, además.7Ads by
Las hay, más apacibles, en el arte actual: Vinci y Dogliotti, Gómez y Peralta, Canzio y Arnaiz, Aranovich y Gualdoni, De Sagastizábal y Banchero, Bastón Díaz e Isdatne, Savio y Ieger, Pierri y De Koenigsberg, por nombrar solamente algunas. La semana pasada, en una reunión cumbre, se juntaron cuatro dúos, que además de funcionar como un solo artista, se aman: Juan Stoppani y Jean Yves Legavre, los artistas textiles Chiachio&Giannone, los performers y videoartistas Lolo y Lauti, y los artistas multiplataforma Galaxia & Mar.
No solo con ellos celebramos hoy el Día de los Enamorados. La semana próxima, la curadora Melisa Boratyn comenzará a dictar un curso sobre el tema en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA), en el que se analizará cómo los amores dejan marcas en las obras. En ese caso estudiarán a Gilbert & George, Frida Kahlo y Diego Rivera, Patti Smith y Robert Mapplethorpe, y Yoko Ono y John Lennon. “Nos gusta abordar parejas que se asumieron como establecidas, así como también aquellas que fueron platónicas o superaron las barreras de lo convencional. Son artistas que trabajaron como dúo creativo, mientras que otros marcaron su historia en las obras de manera explícita y simbólica. También reivindicamos a las artistas mujeres como creadoras independientes y contemporáneas a sus compañeros, aunque en la mayoría el reconocimiento haya sido posterior. Al amor se lo puede entender de infinitas maneras y eso es algo que nos estimula a analizar y debatir”.
KUSAMA Y CORNELL
Después de la muerte de Joseph Cornell, en 1973, la artista Yayoi Kusama decidió volver a su Japón natal, cansada de luchar contra el machismo, el clasismo y otras veleidades del mundo del arte neoyorquino. Sufría depresión y otras enfermedades de base, no lograba encauzar su carrera y, en 1977, decidió internarse en el hospital psiquiátrico Seiwa, en Tokio. Sigue ahí, casi cincuenta años después. Cornell le llevaba 26 años y tenían una rara relación platónica, sin sexo. Pasaban días juntos retratándose uno al otro en la casa que el artista compartía con su madre en Queens. Él la ayudaba a llegar a fin de mes con obras que le regalaba y ella vendía. Le costaba entonces lograr un sustento, porque sus obras performáticas y efímeras no le reportaban ganancias. Cornell le dejó una caja de materiales para hacer collages como los suyos y fue con esos papeles que la artista retomó cuando pudo su obra artística. Es hoy una de las artistas mujeres más cotizadas del mundo. No tuvo otra pareja.
TARO Y FRIEDMANN
Robert Capa, el gran fotógrafo de guerra, es una creación de un par de enamorados. Hay en el origen de ese alias una pareja de corresponsales integrada por Gerda Taro (Alemania, 1910-España, 1937), seudónimo de Gerta Pohorylle, y Endre Ernö Friedmann (Hungría,1913-Vietnam, 1954). No siempre es posible saber qué fotos son de cada uno. Ella es considerada la primera fotoperiodista mujer que cubrió un frente de guerra y la primera en fallecer en funciones. La historia está bien contada en el libro La chica de la Leica, de Helena Janeczek (Tusquets). Para tratar de aumentar la cotización de los trabajos de la pareja, que muchas veces eran rechazados, se inventaron el nombre de un supuesto fotógrafo estadounidense, Robert Capa. Este personaje ficticio era tan famoso que vendía sus fotos a través de sus representantes (que no eran otros que Friedmann y Taro), al triple del precio que un fotógrafo francés. La polémica sobre quién de los dos tomó en realidad algunas de sus fotografías más relevantes continúa, y el hallazgo de una valija de 4500 negativos ha abierto pistas. Taro murió joven, a los 27 años, cuando cubría la Guerra Civil Española. Antes, había terminado su relación con Friedmann. Él quedó devastado con su muerte y no volvió a enamorarse. Murió a los 40 años al pisar una mina terrestre mientras fotografiaba la guerra en Indochina en 1954.
KRASNER Y POLLOCK
Sucede mucho: en parejas de artistas, la mujer queda detrás de un gran hombre, no importa cuán genial sea ella. Lee Krasner fue una figura clave en la transición del arte figurativo a la abstracción en el Estados Unidos de posguerra. Pero se enamoró de Jackson Pollock, el más celebrado artista del expresionismo abstracto, y puso a su servicio su capacidad y conocimientos para sostenerlo a él y a su obra. Ya afincados en los Hamptons, Pollock fue un hombre atormentado, alcohólico e infiel, y murió en un accidente de tránsito. Su vida juntos, apasionada por el arte pero caótica, está reflejada en la película Pollock, de Ed Harris (2000). Recién con el feminismo en los años 70, la obra de Krasner fue redescubierta y, hasta su muerte en 1984, tuvo su merecido reconocimiento. El libro Ninth Street Women, de la crítica Mary Gabriel, cuenta la historia de cinco pintoras que lucharon contra el statu quo, a la sombra de poderosos señores del arte: Lee Krasner, Elaine de Kooning, Grace Hartigan, Joan Mitchell y Helen Frankenthaler. Entre los abstractos locales hay casos similares: Del Prete y Yente, Tomás Maldonado y Lidy Prati, y tantas otras artistas que tuvieron que esperar décadas para que su trabajo sea valorado.
CLAUDEL Y RODIN
Si hay en la historia del arte un amor tortuoso (aunque si es tortuoso, ¿es amor?) es el de Camille Claudel y Auguste Rodin. El retrato que hace de ella la actriz Juliette Binoche en la película Camille Claudel 1915 es tristísimo y maravilloso. Ella ya era una escultora promisoria, formada en la Academia y con buenas críticas en el Salón de Artistas Franceses, cuando conoció a Rodin, en 1883, y la invitó a sumarse al equipo de ayudantes. Fue Camille quien modeló los pies y manos de todas las figuras de Las puertas del infierno. Pronto, Camille pasó a ser su musa, modelo y amante. Él tenía 43 años y ella, 19. La relación duró unos quince años. Él tenía ya esposa y una amante oficial. Camille quedó embarazada, abortó, se separaron, y al tiempo la internaron por la fuerza en un manicomio, incomunicada. El diagnóstico no puede ser más cruel: incluye, entre otras cosas, “delirios de grandeza”. Camille culpaba a Rodin de su desgracia, y lo acusaba de tener miedo de ser superado por su alumna. No pudo salir de aquel infierno hasta su muerte, treinta años después. Hoy, quince de sus esculturas se exponen en el Museo Rodin por deseo expreso del escultor. Se supone que hay que separar la obra del artista (El beso es la más romántica de las esculturas), pero en este caso cuesta no mandarlo al demonio.
CHRISTO Y JEANNE-CLAUDE
Christo y Jeanne-Claude se conocieron en París en noviembre de 1958, cuando él fue el encargado de pintar un retrato de su madre. Al principio, se sintió atraído por Joyce, la media hermana, ya que Jeanne-Claude estaba comprometida y se casó. Pero Jeanne-Claude abandonó a su marido después de la luna de miel, embarazada de Christo. Cyril nació en 1960 y dos años más tarde los artistas se casaron. Durante más de medio siglo dedicaron su vida al arte, en proyectos monumentales conjuntos como un tubo de 5600 metros cúbicos suspendido por grúas y visible a una distancia de 25 kilómetros para la Documenta 4 en Kassel, Alemania, en 1968. En su serie Wrapped, envolvieron con 92.900 metros cuadrados de tela sintética la costa de Little Bay en Sídney, con 14.000 m² de paño un valle en las Montañas Rocosas, envolvieron once islas en la Bahía Vizcaína de Miami con 603.850 m² de polipropileno rosado y el Puente Nuevo de París con 40.000 m² de tela color arena. Ella murió en 2009 y él en 2020, a los 84 años. Seguía viviendo en el estudio que compartieron toda la vida en 48 Howard Street, en el Soho de Nueva York. El próximo miércoles, Sotheby’s sacará a subasta la colección de arte que atesoraron juntos: unas 400 piezas que incluyen firmas como Andy Warhol, Lucio Fontana e Yves Klein (el catálogo se puede consultar en la web https://www.sothebys.com). El nombre de la subasta: Unwrapped (desenvuelto), el mundo oculto de Christo y Jeanne-Claude.
CARRINGTON Y ERNST (Y varios más)
Nacida en Inglaterra, Leonora Carrington conoció a Marx Ernst a los 20 años, en 1937, y huyó con él a París. Él era 26 años mayor que ella. Después de un tiempo de frecuentar el núcleo duro del surrealismo (Pablo Picasso, Salvador Dalí, André Breton), se instalaron en una granja del siglo XVII en el poblado de Saint-Martin-d’Ardèche, en Francia. En la fachada hay todavía un relieve de Loplop, el alter ego de Max Ernst, un animal fantástico, mezcla de pájaro y estrella de mar y su Desposada del Viento. Con cal y arena él modela sirenas y minotauros, y ella le agrega pájaros-lagartija. Pintan, juegan, escriben, beben, crían gatitos, se aman y pintan otra vez. El idilio duró poco, tal como temía Carrington y se lee en el libro Leonora, de Elena Poniatowska: “Soy tan dichosa que creo que algo horrible va a suceder”. En 1939 él fue detenido e internado en un campo de concentración. Ella huyó en 1940 a España, donde sufrió una crisis nerviosa y fue ingresada en un psiquiátrico de Santander. Carrington se cuenta a sí misma en sus Memorias de abajo. Después, cada uno siguió su vida por separado. Se reencontraron en Nueva York. Ella se había casado con el escritor y diplomático Renato Leduc; él, con la mecenas y coleccionista Peggy Guggenheim, primero, y con la pintora Dorothea Tanning, más tarde. Nunca olvidó a Leonora, que se estableció en México y, más tarde, se casó con Emérico Weisz, un fotógrafo húngaro (que trabajó con Friedmann), con el que tuvo dos hijos. Estuvieron juntos hasta su muerte, en 2007, a los 95 años. Ella tenía entonces 90 y lo sobrevivió cuatro más. La casa que compartieron en la calle de Chihuahua 194, colonia Roma, fue adquirida por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México, en 2017, para hacerla museo.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación