Más allá de un hipotético regreso de los shows con público, el lógico y obligado ‘boom’ de los recitales por streaming pareciera evidenciar que la extraordinaria situación originada por la Covid-19 apenas aceleró la llegada de un ineludible futuro.
Como consuelo por la cancelación de su concierto previsto para el 13 de marzo en Rosario, para presentar su último disco «La conquista del espacio», Fito Páez abrió el fuego a nivel masivo el viernes 20 de marzo, cuando en el primer día de la cuarentena regaló un intimista concierto desde su casa, en un particular momento de comunión virtual.
Inmediatamente, comenzaron a proliferar las presentaciones en las redes sociales, en un formato tan artesanal que lograba equiparar a las grandes figuras con artistas emergentes o simples amateurs, en lo que a puestas se refiere.
Las transmisiones online resultaron en un primer momento apenas una alternativa para los artistas de compartir su música con el público virtual.
De manera casi lúdica, músicos -con Pedro Aznar como uno de los abanderados de la modalidad- aprovecharon para mostrar una gran intimidad musical, rodeados de los instrumentos y en el espacio en donde suelen trabajar en soledad, improvisando o haciendo comentarios en tono confidencial.
Algunos espacios, como el caso de la cooperativa del Club Atlético Fernández Fierro, encontraron en la transmisión de shows por streaming la manera de suplir con el pedido de colaboración la falta de ingresos, y así contribuir a la economía de músicos y técnicos, con una situación mucho más comprometida que la de los artistas de gran cartel.
En Santa Fe, donde la pandemia no resultó tan voraz, desde finales de mayo se instrumentó un protocolo que habilitó la realización de recitales y piezas teatrales en diversas salas de la provincia; modalidad que tuvo su máxima expresión el sábado último de la mano de Soledad Pastorutti, quien el frente de su grupo ofreció en Arequito un show pago.
Es que la industria encontró de inmediato el espacio por donde moverse en esta nueva coyuntura, y comenzaron a proliferar las plataformas pagas que transmiten conciertos.
El pago para acceder a la transmisión obligó a que los shows tuvieran un mínimo montaje y un carácter formal del que carecían en los primeros días de la cuarentena, experiencia que probaron con buen paso artistas de géneros tan disimiles como Juan Quintero y Willy Crook.
En formatos más ambiciosos regresó el clásico Festival Quilmes, se llevaron a cabo varios encuentros musicales indie, y ahora se anuncian el Billboard y el Cosquín Rock.
La industria audiovisual, por su parte, atraviesa uno de los peores momentos de su existencia, con la paralización total de los rodajes y las proyecciones, dejando sólo en actividad las etapas de desarrollo y preproducción.
Al comienzo de la cuarentena, el Sica, sindicato que nuclea a los trabajadores de la industria, pronosticó con certeza la pérdida de miles de puestos de trabajo y de millones de pesos en salario tan solo en el primer mes de cuarentena, producto de los 47 rodajes suspendidos, entre cine y publicidad.
Ante esta situación, el Incaa brindó una ayuda económica a las obras sociales del Sica, Actores y al Sindicato de Músicos y el de Trabajadores del Espectáculo Público para hacer frente a la situación, mientras que Netflix donó 45 millones de pesos para ayudar a trabajadores de la industria.
El Instituto de Cine reemplazó los estrenos en sala por su canal Cine.ar y la plataforma Cine.ar Play, para que los directores pudieran poner sus películas y cobrar el subsidio, lo cual generó un incremento de 70.000 nuevas cuentas en el sitio y medio millón de visionados cada jueves.
Un fenómeno parecido experimentó otra plataforma pública como Cont.ar, que superó el millón de espectadores registrados, sextuplicando la cantidad de usuarios nuevos en relación con las marcas anteriores y creciendo en materia de visualizaciones un 424%.
Allí también se estrenó «Terapia en cuarentena», la primera serie web realizada íntegramente durante el aislamiento, con protagónicos de Carola Reyna, Mercedes Funes, Luciano Cáceres, Coco Sily y Violeta Urtizberea.
Las salas fueron otro de los sectores con facturación cero, lo cual generó cierto resquemor con las autoridades por algunos reclamos impositivos.
Los exhibidores, además, lidian con la decisión de algunas distribuidoras de saltearse las pantallas para ir directo a las plataformas -que experimentaron un salto del 40 por ciento de consumo-, como el caso de la última comedia protagonizada por Adrián Suar, «Corazón loco».
En materia teatral, quizá el ámbito menos amigable para dar el paso de la tradición a la virtualidad, se apreció un sorprendente auge de la modalidad del streaming con grandes convocatorias tanto en espacios alternativos como Timbre 4 como en los ciclos para adultos y niños organizados por el Paseo La Plaza.
Pero, además, hubo creadores que se atrevieron al estreno de nuevas piezas en el marco de la cuarentena, tales los casos de dos unipersonales: «Una», con Miriam Odorico, bajo dirección y dramaturgia de Giampaolo Samá; y «La tortuga», escrito y dirigido por Marcelo Allasino, con actuación de Matilde Campilongo.
Otra experiencia interesante fue la de Hernán Casciari, quien fue rápido de reflejos y el 21 de marzo pasado inauguró un sistema de cena show virtual con la ya clásica lectura de sus cuentos y delivery para más de 500 ciudades de Latinoamérica.
También se destacaron «Amor de cuarentena», del director y dramaturgo Santiago Loza, una microficción sonora que se envía durante 14 días consecutivos a través de WhatsApp pudiendo elegir entre las voces de Leonardo Sbaraglia, Dolores Fonzi, Cecilia Roth, Jorge Marrale o Camila Sosa Villada; o «Consorcio», comedia inmersiva dirigida por Santiago Legón, en la que los espectadores eligen el final y asisten a una reunión por Zoom de una disparatada reunión de copropietarios.