Escribir a mano es una costumbre en peligro de extinción. Sin embargo, nadie dudaría de que la letra manuscrita de una carta contiene mucho más que un mensaje de WhatsApp. De ahí la sorpresa que provocó «Paris’écrit», la propuesta de la alcaldesa de París que el 15 de mayo instaló puestos con lapiceras y postales en cafés, museos a orillas del Sena y otros puntos turísticos para que todos pudieran escribir. El tiempo dirá si fue un gesto nostálgico o una iniciativa heroica para rescatar del olvido una de las experiencias esenciales del ser humano. ¿Podrá la escritura a mano sobrevivir a la velocidad de los teclados?
Según la neurociencia es imposible reemplazar los beneficios de la escritura manuscrita por sus versiones tecnológicas. «El primer gran descubrimiento es que la escritura a mano mejora la lectura», dice el doctor en Biología y especialista en neurociencia Hernán Aldana. Y lo explica fácil: «En Estados Unidos les dieron computadoras a los niños que tenían problemas para escribir a mano, y descubrieron que quienes solo escribían mediante tecnología empezaron a tener problemas también en la lectura. Más adelante con investigaciones con resonancia magnética funcional se observó que cuando uno lee se encienden zonas motoras del cerebro. Llamativamente las regiones que se encienden cuando se escribe a mano son similares. De ahí que los niños que son buenos escribiendo son buenos leyendo».
Claro que sería ridículo pretender que en la vida diaria se abandone la tecnología para volver a escribir exclusivamente a mano. Se escribe en teclados para coordinar un encuentro, preguntar la tarea de la escuela, contar una novedad o desarrollar una tesis doctoral. Al mismo tiempo, se mantiene el encanto de la nota junto a un plato de comida casera a la vuelta de un día largo, una libreta llena sueños en el cajón de la mesa de luz o la descripción de los proyectos para el año que empieza pegada a la heladera.
Al parecer la escritura manuscrita abre un camino directo hacia el mundo interior. La escritora Inés Garland convive con las notas a mano que más adelante alimentarán sus narraciones. «Casi todas las mañanas escribo a mano apenas me despierto. Tengo un cuaderno y una lapicera en la mesa de luz. A veces me levanto en la mitad de la noche con una solución o una idea que estaba rondando, la escribo casi dormida, con la letra borracha de sueño. Tengo anotadores en la cartera, arriba de las mesas. Creo que ese es mi compost, encuentro notas a manos, ideas sobre personajes o escenas posibles escritas años antes de que una novela haya prendido con la suficiente fuerza como para sentarme a escribirla», dice la autora del reciente libro de cuentos Con la espada de mi boca.
Pero no todos necesitan el tacto para encontrar la creatividad. Claudia Piñeiro, la autora de, entre otras novelas, Las viudas de los jueves y Las maldiciones, solo recurre a la escritura manuscrita como una ayuda para la memoria. «Nunca tuve máquina de escribir, pasé directamente de la mano a la computadora. El problema es que tengo una letra horrenda, ni yo la entiendo. Me cuesta escribir a mano porque después me da mucho trabajo. Dicho esto, tengo muchísimas libretas y anotaciones. Todo lo que tengo que acordarme, temas sobre los tengo que volver o investigar, los anoto a mano en libretas. Ahora estoy escribiendo para Netflix con Marcelo Piñeiro el guión de una serie. Escribimos en un programa específico para guiones. Pero yo tengo libretas dónde anoto todo lo que vamos diciendo en las reuniones tipo brain storming. Tengo montones de anotaciones a mano, son anotaciones al margen del texto», dice la escritora.
A decir verdad los beneficios de la escritura a mano van más allá de la sensibilidad creadora. Hay capacidades como el pensamiento, por ejemplo, que necesitan la escritura manuscrita para desarrollarse. «Escribir a mano es mucho mejor que escribir en computadora», sostiene con énfasis Aldana, «¿Por qué? Se demostró que la toma de apuntes con computadora, que se hace con las dos manos, es una actividad automática. En cambio, la escritura a mano necesita la integración de la información. Una persona es diestra y su mano derecha es manejada por el hemisferio izquierdo; si es zurda, por el derecho. Imagínate cuando estás escuchando, mirando o leyendo lo hacés con los dos hemisferios del cerebro; los ojos, los oídos llegan a ambos. Lo interesante de esto es que si se toma apuntes a mano se necesita integrar la información de los dos hemisferios a uno para mover la mano. Esa integración es muy importante. Por eso tomar apuntes con computadora disminuye el pensamiento abstracto».
De ese modo, con el uso del celular y la computadora los adolescentes y los niños están perdiendo la capacidad de mantener información. Viven en el mundo de la inmediatez. De ahí que la toma de apuntes se vuelva esencial para entrenar la memoria operativa y conseguir que se puedan mantener ideas grandes en el cerebro. «Escribir a mano mejora la mente sintética, la memoria operativa, y la capacidad de atención. El abandono de la toma de apuntes y del uso de la cursiva hacen que cada vez se lea peor», sostiene Aldana.
Como si esto fuera poco para correr a buscar una lapicera, se descubrió en los últimos años que la lectura y la escritura manuscrita cambian la estructura del cerebro. EnAprender a leer, el neurocientífico francés Stanislas Dehaene desarrolla el tema y conecta el laboratorio con las aulas. Habla del «reciclaje neuronal» que se genera con la adquisición de la lectura y la escritura a mano. En pocas palabras ambos aprendizajes implican un proceso que amplía áreas del cerebro para que empiece a realizar funciones para las cuales no había evolucionado. Y también va a ser la escritura a mano, en otra etapa de la vida, la que reduzca el deterioro cognitivo relacionado con la edad.
Para la especialista en educación e investigadora del Conicet Beatriz Diuk, a la hora de hablar de lectura y escritura Dehaene es el principal referente. «Es muy claro. Dehaene dice que aprender a escribir con letra manuscrita articula sectores neuronales vinculados con el lenguaje oral, con la vista, y también se asocian patrones motores. Se produce lo que se llama redundancia, es decir, la misma información sobre esa palabra, sobre esa letra llega por muchas vías y eso facilita el aprendizaje», afirma la creadora del programa de alfabetización llamado ¡Dale!
Puede ser que los nativos digitales tengan una vivencia distinta y solo usen la escritura a mano en la escuela. Quizá la cercanía con el lápiz y el papel sea solo una cuestión de historia. «Cuando yo era adolescente no había computadoras disponibles, por lo menos no masivamente, entonces toda la escritura más personal que hice durante los primeros 25 años de mi vida fue a mano. Eso deja una huella. Uno queda conectado con este instrumento. No sé si los chicos más jóvenes tienen ese vínculo tan personal y tan amoroso con la escritura manuscrita que tuvimos nosotros», dice Diuk.
Aldana habla de un contenido emocional. «Si vos le das el cuaderno de un niño a un psicopedagogo o a un psicólogo, en su escritura él detecta un montón de cosas; si es maltratado, si está triste. ¿Por qué? Porque la letra, sobre todo la cursiva, es emoción tiene escondida prosodia. Por eso un escritor necesita primero escribir a mano, claro, yo también. La escritura a mano es movimiento, es arte, es lo que se llama lo háptico. En la escritura a mano hay tensión», dice.
Contra lo que podría esperarse, la poeta y escritora de la generación de menos de treinta años, Débora Hadges, vive la escritura a mano como una experiencia irreemplazable. «Suelo escribir a mano bastante, sobre todo cuando la forma del texto todavía no está definida. Me permite recuperar el proceso de los tachones, de las veces que el texto fue para un lado y después para otro. Es el doble sentido de la huella: la marca enojada o ansiosa de la letra en el papel y el proceso de su transformación. También elijo escribir a mano en momentos de tránsito y viaje, como esperas en trámites o transportes públicos. Tengo varios cuadernos y de vez en cuando me siento a revisar qué germinó ahí para retomarlo. Amo los colores, las lapicera con distintos trazos y las texturas diversas de los papeles».
Hadges menciona una clave de la dimensión social y práctica que adquiere la escritura a mano, un elemento esencial para Diuk: «Si dejáramos de escribir a mano, creo que se generaría una enorme dependencia respecto de un recurso que no siempre puede estar disponible. Si sabemos escribir a mano, podemos escribir casi con cualquier cosa. Si no, dependemos de tener una computadora, que funcione y que tenga electricidad. No saber escribir a mano nos hace depender de la tecnología. ¿Y si no la tenemos? Lo cual no quita que la tecnología tenga cosas maravillosas, no es dicotómico el planteo. Es un poder que no deberíamos resignar».
Abstracción, síntesis, creatividad, independencia. La experiencia de formar frases con una mano traduce un mundo que la tecnología parece dispersar. «Hay una intimidad en la escritura a mano, la sensación de que las palabras salen del cuerpo. Puedo pensar la escritura como un intento de hacer materia con algo que todavía no lo es, entonces escribir así es como meter las manos en la materia, llenarse los dedos de tinta, manar la escritura», dice Garland. Y sus palabras son un impulso para sentarse y probar, al menos jugando, la sensación de dejar brotar frases al ritmo propio y descubrir qué cuentan.