Comencé la primera parte de esta crónica de viaje afirmando que “descubrir Catamarca es enamorarse a primera vista”. Ojalá con mis palabras puedan acercarte a esa emoción de poder descubrirla, experimentarla y amarla. (Para leer la primera parte entrá en este link: https://bit.ly/3hgpjMF)
En el primer capítulo visitamos los atractivos de su capital: San Fernando del Valle de Catamarca.
Ahora, seguimos por los alrededores y el primer destino es nada menos que la bellísima Cuesta del Portezuelo, esa que se hiciera tan conocida gracias a la zamba de Polo Giménez, “Paisajes de Catamarca”:
“Desde la cuesta del Portezuelo
Mirando abajo, parece un sueño
Un pueblito aquí, otro más allá
Y un camino largo que baja y se pierde…”
La letra de la canción, que tan poéticamente describe ese escenario infinito, está estampada en un monumento sobre el mirador principal de la cuesta. Allí a casi 1700 metros sobre el nivel del mar llegamos serpenteando entre las sierras de Ancasti a 20 kilómetros de la capital. Tomate unos minutos para llenar los ojos unas panorámicas inolvidables del valle y sus alrededores mientras el aire puro y liviano te acaricia el rostro.
La ruta está toda asfaltada y en muy buen estado. Requiere cierta destreza por lo sinuoso del camino y mucha prudencia en el manejo por supuesto, pero bien vale la pena porque te permite disfrutar de una paleta variadísima de tonalidades de verdes de la tierra cubierta por pastizales y los rojizos intensos por momentos de la montaña.
Si están con tiempo, además de detenerse en los puntos de observación señalados, sigan todo el recorrido y bajen hasta Anquincila a unos 75 kilómetros del punto de partida. ¿Qué hay para ver? Nada, y todo. Al entrar uno se encuentra con una ciudad pequeña y un puente que atraviesa un río angosto que discurre transparente entre las piedras. Hacia los lados, sobre una costa verde hay fogones y asientos donde las únicas que decían presente eran unas vacas que pastaban libres y nos miraban con curiosidad. Es cierto, poco para ver: apenas algunas casas, muchas de veraneo, una plaza con un puesto artesanal y muy poca gente. La tranquilidad de poder estar solos en medio de la naturaleza, escuchando el río y los mugidos que se intercalaban con el arrullo de las hojas de los sauces llorones, fue el escenario irresistible para una parada matera temprano en la mañana.
Catamarca se enciende en enero y se apaga rápidamente promediando febrero. Si uno la visita fuera de la temporada alta, muchos sitios turísticos ya están cerrados y se hace difícil encontrar comedores abiertos o sanitarios públicos y en condiciones, lo cual resuelta muy incómodo y bastante frustrante verdaderamente. Es un detalle no menos a tener en cuenta y ser precavidos.
No hay opción, debemos volver sobre nuestros pasos haciendo todo el camino otra vez, pero en sentido contrario. Aprovechamos la oportunidad de ver la cuesta desde otra óptica mientras nos dirigíamos a conocer la casa natal de Fray Mamerto Esquiú en San José de Piedra Blanca, en cuya iglesia ubicada frente a la plaza principal se encuentra el púlpito desde donde Esquiú proclamó su famoso discurso sobre la Constitución el 9 de julio de 1853, hecho que se recuerda con una placa de bronce.
A pocos pasos está la vivienda en la que el beato catamarqueño llegó al mundo. Es de adobe, tiene tres habitaciones, con techo de caña a dos aguas y piso de ladrillo. Protegida por un templete, fue declarada Monumento Histórico Nacional y conserva muebles y objetos del ilustre franciscano y su familia. Todo tan simple, tan sencillo. Frente a ella está la oficina de turismo que ofrece una visita guiada, que, si bien es breve, sirve para rescatar y destacar la figura del gran orador.
Rumbo norte, nuestra próxima parada es el dique Las Pirquitas, un lugar muy elegido para el descanso por los catamarqueños por su cercanía con la ciudad. Rodeado de sierras las aguas embalsadas del rio Del Valle se prestan para actividades como la pesca, kayaks y motos de agua. La enorme muralla de contención mide 85 metros y se construyó con el método de pircas, de allí su nombre, es decir, apilando piedra sobre piedra sin amalgama. Para llegar hasta ella se recorre un camino de ripio y el pueblo que se gestó a su alrededor es pequeño pero encantador a la vez.
Nuevamente en ruta, pasando por El Rodeo, nos dirigimos a Las Juntas, una villa veraniega a poco más de 50 kilómetros de San Fernando que te invita a entrar y, sobre todo, a quedarte. Allí se unen los ríos Las Trancas y La Salvia, por eso el nombre, y se forman pozos de agua que los turistas disfrutan arrojándose desde las piedras. Hay buena oferta gastronómica y de alojamientos para disfrutar de este remanso verde que da un respiro al duro verano catamarqueño. También existen agencias a las que se le pueden contratar cabalgatas, trekking, bicicletas, y excursiones de pesca de truchas y zafaris fotográficos. Y cuenta con paseos y rincones a la vera de los ríos donde la mejor propuesta es sentarse y simplemente ver y escuchar las aguas que bajan con bastante apuro y total limpidez.
Ya en plan de regreso, volvemos hacia otro de los sitios más elegidos para sofocar el estío: El Rodeo. Su microclima, su aire rural, su vegetación, sus ríos, todo se conjuga para conformar una atmósfera natural que es el deleite de los catamarqueños y de los que llegamos hasta allí. Se realizan paseos en bicicleta y cuatriciclos. Se puede visitar el Cristo Redentor, una imagen de 7 metros emplazada en la cumbre del Cerro Huayco. Los más aventureros pueden escalar el Cerro El Manchao, un desafío que implica unos tres días de caminata. Quienes no quieran hacerlo a pie pueden hacerlo a caballo.
El itinerario de hoy fue meramente paisajístico, naturaleza total. Pero ya de regreso al hotel, le vamos a poner un broche con un poco de turismo cultural. A 4 kilómetros apenas de la capital catamarqueña, se puede conocer gratuitamente el Pueblo Perdido de la Quebrada. Es un área arqueológica de un pueblo preincaico de la cultura Aguada que habitó la zona hace unos 1500 años. Está señalizado en la ruta y además se ve el pequeño edificio del museo que sirve como centro de visitas e interpretación.
El sendero, que asciende unos 30 metros en las sierras de Ambato hasta las ruinas, es de piedras y está demarcado muy rústicamente. Por la información exhibida en el museo uno más o menos adivina de qué se trata lo que se ve en el lugar, pero lamentablemente la señalética es escasa y no ayuda a entender qué es o qué función cumple cada uno de los recintos enmarcados con piedras que apenas asoman unos pocos centímetros del suelo y que lo cubre, en gran parte, con la vegetación autóctona.
Falta desarrollar mucho este atractivo y es una pena que la visita se haga sin guías. Los profesionales del turismo siempre aportan información necesaria para que el visitante tenga a través de los datos la posibilidad de recrear en su mente como eran esas construcciones cuando la vida latía a pleno entre nuestros ancestros. Escuchar esos relatos, es una manera de aprender que queda anclada en nuestro conocimiento. Y el conocimiento, es la llave para lograr una mayor valoración de nuestro patrimonio…
Comienza a caer el sol, el día se hizo largo, lo exprimimos realmente para poder tachar cada sitio que habíamos marcado como imperdible. A todos le dedicamos su tiempo. A veces es preferible dejar algo pendiente para un regreso y no que el apuro nos lleve a perdernos esos detalles que se revelan sólo cuando realmente nos dedicamos a mirarlos sin prisa, a contemplar con la avidez de querer captar ese atractivo con todos los sentidos para crear esas imágenes plenas en la memoria que ninguna cámara puede reproducir. Y Catamarca te da esa oportunidad a cada paso.
Hay mucho más para compartir. Los espero pronto para seguir recorriéndola.
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Verónica Vasallo es Locutora, Periodista y Licenciada en Turismo.
Instagram: @Verovasallo