El château de Fontainebleau fue la casa de familia de los reyes de Francia, durante 7 siglos. Además de las salas abiertas al público, hay una larga serie de habitaciones secretas que, todavía hoy, llevan las huellas de la efervescencia reinante en el château.
Con su plafond encajonado, sus esculturas y sus frescos firmados por Rosso Giovanni Battista di Iacopo, (1494-1540), conocido como Rosso Fiorentino, la galería François 1ero. es la mas emblemática del château.
Cabe destacar que, si bien los visitantes pueden pasear por las 300 piezas habilitadas, existen otras, alrededor de 1.200, que son por ahora, inaccesibles.
El château de Fontainebleau, actualmente en plena renovación, se impone en el corazón de la ciudad de Seine y Marne, aun sin estar abierta su escalera de fausta grandeza, concebida en forma de herradura.
Un edificio a altura de Versalles. Desde su fundación, en la Edad media, 34 reyes y 2 emperadores, lo habitaron. Allí, nació Louis XIII, contrajo matrimonio Louis XV y abdicó Napoleón I. La Gioconda, la obra maestra de Leonardo de Vinci, también residió allí antes de encontrar «domicilio» de manera definitiva en el Louvre.
Cuando el visitante cruza la reja que da al vasto patio de honor empedrado, solo puede ver una parte de la fortaleza. Si tiene la suerte de deambular por algunas de las 300 habitaciones abiertas a la visita -como a la fastuosa sala de las columnas- alrededor de otras 1.200 están prohibidas al acceso.
Y en estos escenarios, imaginarse ser recibido por la propia Emperatriz Eugenie.
Una verdadera ciudad en la ciudad, el château de Fontainebleau sirvió de residencia de soberanos hasta la 3ra. República (1875) que hizo de él un palacio nacional que, en 1927, se convirtió en museo.
Dependiendo de la época puede recibir mas de 2.000 personas. Son muchos los testimonios de invitados, incapaces de encontrar su camino, en ese laberinto de pasillos. Con sus 45.000 metros cuadrados de superficie, de suelo repartido en varias alas, no es fácil orientarse a la sola luz de una lampara de aceite o con apenas una vela.
Para orientarse, los huéspedes descifraban las indicaciones escritas en los muros: números de puerta, de corredor o de placard, nombre de sala. Para recibir tanta gente y hacer que semejante mansión fuese accesible, era necesaria una verdadera organización.
Imaginemos que estaba invitado a una estadía, en el verano de 1854, durante el Segundo Imperio, los baúles llenos eran recibidos al pie de las escaleras por personal del château, ya que eran necesarios varios tipos de vestimenta por día.
Cruzaban la galería François Iero, y, tal como cuenta la leyenda, solo el monarca poseía las llaves, que guardaba celosamente alrededor del cuello.
Al final de esa sala de 60 metros de largo lo esperaba el «marechal des logis» (responsable general de la vivienda), acompañado, a lo mejor, por la propia emperatriz Eugénie -esposa de Napoleón III- a la cual le gustaba ocuparse de la distribución de los departamentos. Y allí le entregaban el numero del alojamiento.
Hoy, cerrado al publico, el departamento de invitados 49 es un hermoso ejemplo. Situado en el segundo piso del ala François Iero, está compuesto de tres piezas, a imagen de las suites que proponen los actuales «palaces» (palacios), con un salón que actúa como antecámara.
Los semanarios Le Moniteur de la flotte y Le Sport están colocados sobre el escritorio. En la habitación reina una cama en una alcoba. Los sillones están acondicionados a la tapicería constelada de flores. Charmant! Justo al lado, el cuarto de aseo. Idealmente situado arriba de los apartamentos imperiales; con una bella vista al jardín de Diane; ese alojamiento inicialmente destinado a las damas de compañía de la emperatriz Eugénie, son el testimonio de un cierto estatus, sin beneficiarlas, sin embargo, del lujo reservado a los soberanos.
Sobre la tapicería hay marcas que dejan adivinar la existencia de puertas escondidas.
La visita reserva una bella sorpresa. Al final de un pasillo, que parece ser un callejón sin salida, un falso fondo de placard disimula una escalera mal iluminada que va al apartamento «interior» de Napoleón I, mas intimo que los «grandes», que le permitía al personal circular con total discreción.
En ese antiguo gabinete de trabajo, transformado en habitación, se ven marcas que se distinguen sobre la tapicería verde, a ambos lados de la cama. De hecho son puertas disimuladas por las cuales el emperador se escapaba discretamente para llegar, por una escalera en espiral a su biblioteca y apartamentos mas privados, situados en la planta baja, donde se alojaban, disponibles a cualquier hora, uno de sus mas cercanos colaboradores, Claude-François de Méneval, y un sirviente.
Ya en la biblioteca a Napoleón le gustaba instalarse para leer, en su sillón «pommier» (especie de sillón y/o canapé con respaldo redondeado de madera recubierto con la misma tela), creando una especie de alcoba o recamara cerca de la chimenea. Si la lectura no le gustaba tiraba a las llamas el libro o el diario.
En los desvanes se encuentran papeles pintados y descoloridos con antiguas inscripciones.
Existen en el château de Fontainebleau diferentes categorías y clases de escaleras. Entre las de mas valor (hay una buena decena) están la Louis XV y la Saint Louis, o la del Rey, majestuosa. Las que pueden ser denominadas «secundarias» pueden ser alrededor de 40.
Algunas van de un subsuelo a otro, en tanto que otras van a los desvanes. Allí, los tiempos parecen fijos. Piezas mínimas, sin chimeneas e inscripciones que no pueden ser fechadas, los números medio borrados sobre las puertas, o los restos de papel pintado ajado que deja volar la imaginación.
Bajo los 20.000 metros cuadrados de techo, las numerosas habitaciones abandonadas forman, una vez más, un verdadero laberinto. Al igual que el de Versalles, el de Fontainebleau, fue restaurado por Louis Philippe en la mitad del siglo XIX y conserva pocas trazas de las modernas comodidades existentes, practicas, tales como las cocinas o lugares de esparcimiento que hasta ese momento lo equipaban.
Todos los espacios considerados como triviales fueron destruidos o desmontados para poner habitaciones mas lujosas, así como también, galerías. Las que quedaron fueron destruidas por el fuego. Es una lastima ya que hoy esas salas harían la felicidad de los turistas.
A la inversa, nuevas habitaciones fueron creadas con el correr de la historia del château, ampliado sin cesar y restaurado por los nuevos dueños. Pasillos que van por la fachada del patio oval que le permitía al personal del servicio doméstico ir a las cocinas sin cruzarse con nadie; la oficina del telégrafo, instalada en plena revolución industrial y de la que solo queda el nombre escrito en una puerta.
Cada piedra y cada puerta revelan los secretos de un château que jamás, con el correr de los siglos, descansó.
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*Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 fue corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no más de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 00 336 0683 7915.
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