En esta oportunidad he viajado a la ciudad de Milano, capital de la moda, pero también lugar de obras como: “La última cena”, o llamado aquí en Italia, “Il cenacolo”. La famosa pintura de Leonardo Da Vinci.
Esta obra fue pintada por el multifacético artista Leonardo Da Vinci, entre los años 1495 y 1498. Encargada por Ludovico Sforza, en aquel entonces Duque de Milano, como parte de una restauración para el convento Dominico. Se le pidió a Da Vinci que retratara el evento citado en los evangelios que corresponde con el momento en el que Jesús, en su última cena, advierte a sus discípulos que será traicionado por uno de ellos. El mural se exhibe en una de las paredes del comedor del antiguo convento, ubicado en la iglesia Santa María Delle Grazie. Esta iglesia, se encuentra en la plaza que lleva su nombre, a unos veinte minutos del centro de Milano.
La técnica que fue utilizada para plasmar esta obra es llamada fresco al secco, pintura hecha sobre yeso seco. Esta técnica le permitió a Da Vinci tener el tiempo necesario para terminarla y corregirla. Estos trabajos suelen deteriorarse muy rápidamente, lo que llevó especialmente a que esta obra tuviera que ser restaurada en varias ocasiones, incluso en la actualidad su deterioro es notable. Podemos decir que los trazos originales de Da Vinci se han desvanecido, no obstante, la esencia y la energía que transmite esta obra.
Al entrar en el refectorio del convento, el silencio te transporta en una estela de calma directamente al final de la pared. Mientras tu vista quiere entretenerse en el resto del lugar, las ansias y tus ojos impacientes, solo buscan chocarse con aquel muro en el que se luce el lienzo. Caminás lentamente, tus pasos junto a las pocas personas que se encuentran allí se vuelven imperceptibles. Luego te parás frente a la pintura. Comenzás a imaginarte qué habrá pasado por la mente de Da Vinci en aquel momento. Ves todos esos detalles y podés hasta sentir el intenso trabajo del artista para lograr su cometido. Primero tu mente es atrapada por el misticismo, la geometría, lo oculto, aquellos ángulos que hacen a “La última cena” una obra fascinante. Luego, todo eso se borra y empezás a ver algo más humano. Pinceladas de magia afloran en la profundidad de la pared, buscando contarte su historia.
En tu mente brotan las ideas, en tu cuerpo las emociones, vas notando los pequeños detalles, que, aunque se encuentren sobre aquella piel delgada de la pintura, sentís que los apreciás con el alma. Más allá de las técnicas, que seguro deben impresionar a los más entendidos. Cuando alguien como yo, que solo ve, está parado allí, nota el dramatismo de la escena, la curiosidad de los que están en la mesa, la ira. El miedo al ser descubierto, o la culpa de quien sabía que sobre él caería aquella acusación. El aislamiento de quien sabe que será traicionado, pero a la vez el enojo también, porque es parte intrínseca de la humanidad.
Más allá del símbolo, encontramos las debilidades del ser, las incomodidades en las que vivimos a diario, aquellas que sabemos reprimir muy bien, pero que con algún pequeño gesto siempre se delatan. Vas pasando la vista sobre cada uno de los protagonistas de aquella escena y sentís la pena en sus ojos, pero a la vez notás cómo están actuando a la perfección su rol. Deja de ser la obra en sí la que te atrapa, porque ya quizá de la mano original no queden rastros, pero se apodera de vos el concepto; primero el de la traición, luego el de aceptar el destino. En un momento todo aquello que invadía mi mente era borrado por la duda, y es ahí donde me di cuenta que ya no eran mis ojos los que veían la pintura, era mi pasado, que sumergido en lo que el arte me estaba sugiriendo, se sentía amenazado, no quería ser descubierto.
Puede que el detalle de aquella magnifica obra se esté perdiendo con los años, pero su esencia sigue intacta, Da Vinci a logrado trascender a través de una simple pared y mostrarte, o por lo menos conmigo lo hizo, aquel pedazo de tu ser que aún sigue escondido. El relato diario que tenemos en este escenario que es la vida.
Te invito, si es que en algún momento viajás por Milano, a que conozcas este maravilloso lugar. La última cena está reservada para un cierto grupo de personas a diario, para poder mantener la integridad de la pintura. Podés sacar tus entradas on-line, por la página oficial, que tienen un valor de 15 euros, aproximadamente. Las visitas pueden hacerse por tu cuenta o con guía y duran unos 15 minutos. Recomiendan estar unos minutos antes del horario de tu entrada. Está abierto al publico de martes a viernes, de 9:45 a 19:00 horas.
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JAVIER ENRIQUE ARINGOLI: Escritor- Profesor de Yoga- Coach ontológico y mindfulness. Actualmente reside en la ciudad de Biella, Piemonte, Italia.
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