La llegada de la monarquía al territorio brasileño fue promovida por los miembros de la corona portuguesa que se vieron acorralados por el ejército francés comandado por Napoleón Bonaparte. Don João VI, solo encontró como salida el huir hacia Brasil ante la inminente invasión de las tropas napoleónicas, transfiriendo toda la corte lusa en 1807.
- Embarque de la Corte de Portugal en el puerto de Lisboa el 29 de noviembre de 1807
Fue un lluvioso 29 de noviembre, en el que unas 15 mil personas, entre la familia real y otros miembros de la nobleza esperaron, masivamente, aglomerándose en el puerto de Belem para embarcar.
La flota naval de los lusos se componía de 19 navíos, que estaban acompañados por 13 embarcaciones inglesas que la escoltarían hasta el país sudamericano.
Los 32 barcos de guerra y más de 30 escuadras mercantes se prepararon para este acontecimiento histórico ya que, por primera vez, un soberano portugués abandonaría su tierra para instalarse en una colonia.
La inesperada decisión de Don João VI -bien sobre la hora-, hizo que los preparativos se tornaran caóticos. Cientos de baúles con ropas, valijas y cajones con tesoros de la corte, obras de arte, objetos de museos, unos 60 mil libros pertenecientes a la Biblioteca Real, más todo el dinero del tesoro portugués, compartieron espacio con las personas en el puerto mientras todo era acomodado en las bodegas de las naves, que también incluía a animales y toneladas de alimentos.
- Don João VI
El inicio de la jornada real en dirección a Río de Janeiro fue las 15 hs, cuando el comandante de la Armada Británica, “Sidney Smith”, ordenó que 21 tiros de cañón fuesen disparados para iniciar la travesía.
- Sidney Smith
Mientras tanto, en el puerto de Lisboa, la población se sintió desamparada por el príncipe regente y su séquito, asistiendo desconcertada y en profundo estado de incertidumbre. Los ciudadanos fueron abandonados a su propia suerte, expuestos a la voluntad del implacable ejército de Napoleón.
La travesía hacia Brasil duro 54 días en barcos rudimentarios lanzados al océano y susceptibles a cualquier tipo de daño o ataque. De todas maneras, fue el precio a pagar por la cobardía de la realeza de dejar Portugal en un momento tan crítico, tanto político, como social.
La condición de sobrevivencia dentro de los navíos fue en extremo precaria, ya que, el agua era sucia y escasa, al igual que los alimentos que variaban entre carne salada y biscochos. La falta de preservación adecuada de los víveres fue la causa de una rápida contaminación, ya que la bodega era compartida por los animales y los comestibles.
La superpoblación en los barcos, no permitía viajar cómodamente, la falta de higiene fue el factor principal para la procreación de piojos de manera alarmante que hasta la princesa Carlota Joaquina tubo que raparse la cabeza, a esto le agregamos las ratas que se adueñaron, también, de los espacios, infectando todo y a todos, siendo una cauda más de enfermedades.
- Princesa Carlota Joaquina
El trayecto fue desalentador y la situación se empeoró el 8 de diciembre, de ese mismo año, cuando la escuadra portuguesa fue víctima de una tempestad en cercanías de “Ilha da Madeira” (Isla de Madera). El fenómeno natural fue de tal magnitud que quebró mástiles y destruyó velas, la calma llegó cuando alcanzaron la línea del Ecuador, donde el saldo negativo solo se vio en casos graves de deshidratación e insolación.
Esa tormenta, dejó secuelas importantes y hubo que prorrogar el viaje, debido a la cantidad de rocas en la ruta marítima, lo que dividió la flota. Fue allí, que D. João decidió que anclasen en el puerto más próximo, arribando a Salvador de Bahía, un 22 de enero de 1808.
Los miembros de la corte fueron recibidos por el barco “Três Corações” (Tres Corazones), un bergantín enviado por “Caetano Pinto de Miranda”, por entonces gobernador del estado de Pernambuco, que sirvió un banquete de deliciosas comidas. Los portugueses llegaron en un estado deplorable, sucios, con las ropas rasgadas y con olores poco agradables pero, al tratarse de miembros de la monarquía, se obvió el aspecto de los recién llegados. Pese a su estado calamitoso, los visitantes comieron hasta hartarse.
- Caetano Pinto de Miranda
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