La muestra está integrada por diez largometrajes realizados en México entre 1940 y 1963, demostración de la diversidad y riqueza de la producción fílmica en su período de oro. El programa, curado por los programadores y críticos cinematográficos Olaf Möller y Roberto Turigliatto, incluye melodramas, sátiras, dramas sociales y policiales negros dirigidos por realizadores como Luis Buñuel, Roberto Gavaldón, Matilde Landeta y Emilio Fernández.
Entrada general: $ 2.600,00
Estudiantes y jubilados: $ 1.300,00
La agenda completa del ciclo es la siguiente:
Sinopsis de las películas:
El río y la muerte
(México; 1954)
Dirección: Luis Buñuel.
Con Columba Domínguez, Miguel Torruco, Joaquín Cordero.
Una larga cadena de muertes por venganza y honor entre familias enemigas provoca que el joven médico Gerardo tenga que regresar a su pueblo. Ante la frialdad de su madre, Gerardo se verá obligado a continuar el enfrentamiento.
“Después de La ilusión viaja en tranvía, rodé El río y la muerte, film que sería presentado en el Festival de Venecia. Inspirado en la facilidad con que puede uno asesinar a su prójimo, la película contenía gran número de asesinatos aparentemente fáciles e, incluso, gratuitos. Sin embargo, la mayoría de los sucesos que cuenta esta película son auténticos y pueden, de paso, permitir echar un interesante vistazo a este aspecto de las costumbres mexicanas. El uso frecuente de la pistola no es exclusivo de México. Se haya extendido por gran parte de América Latina, especialmente en Colombia. Hay países en este continente en los que la vida humana –la propia y la ajena– tiene menos importancia que en otras partes. Se puede matar por un sí, por un no, por una mala mirada o, simplemente, ‘porque tenía ganas’”. (Luis Buñuel, Mi último suspiro).
“La sucesión de escenas de duelos con revólveres en El río y la muerte tiene conexión con los westerns norteamericanos y podría ser transferida directamente a los términos del Salvaje Oeste. Y no es extraño, desde un punto de vista comercial, que el film de Buñuel armonice con el ciclo de westerns hollywoodenses denunciando el resorte de todo el sistema tradicional de la violencia, desde La ley del más fuerte (1952, Raoul Walsh) hasta Horizontes de grandeza (1958, William Wyler)”. (Raymond Durgnat, Luis Buñuel).
(México; 1940)
Dirección: Juan Bustillo Oro.
Con Fernando Soler, Joaquín Pardavé, Marina Tamayo.
En tiempos de Don Porfirio transcurre en una ciudad de provincia a finales del siglo XIX, período de la historia de México en el cual el gobierno estuvo bajo el control del militar y político Porfirio Díaz. El mismo día de su boda, Don Francisco se dedica a jugar a las cartas, por lo que se olvida de su compromiso y llega tarde a la ceremonia. Don Francisco pierde así a su novia Carlota, que se encuentra embarazada. Pero muchos años después, Carlota regresará con su hija.
“Bustillo Oro ha oscilado siempre entre dos extremos en su larga carrera cinematográfica: por un lado la tendencia expresionista estetizante e intelectual (Los dos monjes, 1934; Canaima 1945; El hombre sin rostro, 1950); por otro,
la tendencia popular del cine comercial (Huapango, 1937; Ahí está el detalle, 1940; En tiempos de Don Porfirio, 1940). En ambos casos, el cine de Bustillo Oro se ha destacado por encima de lo común en México”. (Néstor Almendros, Cinemanía. Ensayos sobre cine).
Muchachas de uniforme
(México; 1951)
Dirección: Alfredo B. Crevenna.
Con Marga López, Rosaura Revueltas, Alicia Caro.
En esta adaptación de la obra teatral de la alemana Christa Winsloe, pionera por su temática lésbica, la adolescente Manuela ingresa a un internado después de la muerte de su madre. Allí tiene problemas para ajustarse a la rígida disciplina de la directora, quien cree fervientemente que el hambre y el rigor afirman el carácter de las niñas. Manuela, sin embargo, será cuidada por Lucila, la profesora más joven del internado y a la que todas admiran.
“Alfredo B. Crevenna es un director de origen alemán que llegó a México, al igual que otros, con la resaca de la Segunda Guerra Mundial. De entre sus películas, Muchachas de uniforme es quizás la más interesante. Es un film que ha obtenido sin embargo críticas adversas, por aquel prejuicio hacia las segundas versiones. Pero esta Muchachas de uniforme no es una remake de la famosa película alemana dirigida por Leontine Sagan en 1931, no solamente porque el antimilitarismo de la primera se transforma aquí en un furioso anticlericalismo, sino, sobre todo, por la descripción psicológica de los personajes. Aquí hubo un desplazamiento decisivo: en la versión alemana el personaje principal era la maestra; en la mexicana, la alumna”. (Néstor Almendros, Cinemanía. Ensayos sobre cine).
Amok
(México; 1944)
Dirección: Antonio Momplet.
Con María Félix, Julián Soler, Stella Inda.
El doctor Martell malversa los fondos de su clínica parisina, con el fin de complacer los caprichos de su manipuladora amante, la señora Travis. Obligado a huir a una región subdesarrollada de la India, allí intentará combatir una enfermedad que los nativos denominan Amok. Pero los errores del pasado todavía atormentan al doctor Martell, sobre todo cuando una misteriosa mujer, la señora Belmont, se presenta en su consultorio para que le realice un aborto. El sorprendente parecido físico de la mujer con su anterior amante comenzará a enloquecer a Martell. Adaptación de una novela de Stefan Zweig, Amok es uno de los melodramas más interesantes del cineasta español Antonio Momplet, un exiliado de la guerra civil que tuvo una extensa carrera profesional en su país, en Argentina y en México. Amok es igualmente notable por la doble interpretación de María Félix, siendo la única película en donde la superestrella apareció rubia.
“Es en la década de 1940 que el star system mexicano vive sus años de apogeo. Al lado de Cantinflas como principal ariete continental en la taquilla, las dos figuras femeninas van a ser María Félix y Dolores del Río, mientras que Pedro Armendáriz y Arturo de Córdova afianzan el frente masculino (…) María Félix se consolida, en la parte central de su carrera, como la representante de una modernidad ascendente, no tanto por los personajes interpretados, sino especialmente por el talante afirmativo de la actriz, cuya poderosa personalidad fílmica (y extra fílmica también) pone en jaque la idea del machismo mexicano, evidenciando entre otras cosas las tensiones y desgarros de una sociedad patriarcal en la que el estatuto de superioridad del hombre no era lo rígido e inamovible que se pensaba. María Félix lo demostró con creces”. (Isaac León Frías, Más allá de las lágrimas: Espacios habitables en el cine clásico de México y Argentina).
(México; 1952)
Dirección: Roberto Gavaldón.
Con Pedro Armendáriz, Anita Blanch, Rebeca Iturbide.
El arrogante Arizmendi, campeón de pelota vasca, vive intoxicado por sus triunfos y desdeña a las mujeres que lo aman. Un chantaje compromete a Arizmendi a perder un partido. Convencido de poder salirse con la suya, Arizmendi no cumple el pacto y deberá enfrentar la venganza de un siniestro villano.
“En México, el cine negro (y también los géneros paralelos de las cabareteras o melodramas de burdel o cabaré) se ha asociado con el período de modernización industrial que se produjo bajo la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952) y se ha interpretado como un reflejo de las políticas económicas corruptas del gobierno, que estaban ‘prostituyendo’ al país. El cine negro de Roberto Gavaldón refleja este enorme cambio sociocultural y recrea México, de manera metafórica, como un mundo nocturno corrupto. En las películas de Gavaldón, la ciudad de México se ve retratada como un oscuro paisaje de clubes nocturnos de lujo (La noche avanza, 1952), pisos y mansiones art decó (La otra,1946; La diosa arrodillada, 1947), calles mojadas por la lluvia (…) Las películas de Gavaldón se inspiran en la estilística de Hollywood (sombras lineales, ángulos oblicuos, puesta en escena sombría y exteriores nocturnos) y en los patrones narrativos del film noir para cuestionar y criticar el status quo contemporáneo. Pero también contienen elementos específicamente mexicanos vinculados con la política y la sociedad mexicanas”. (Dolores Tierney, Líneas subversivas: El género en el cine negro melodramático de Roberto Gavaldón).
Trotacalles
(México; 1951)
Dirección: Matilde Landeta.
Con Miroslava Stern, Ernesto Alonso, Isabela Corona.
“Trotacalles resulta un caso insólito, centrado en un grupo de solidarias prostitutas que hacen frente a clientes abusadores y explotadores sin escrúpulos, o afrontan la enfermedad mortal de una de ellas (…) Se trata de un film cuya visión femenina fue de alguna manera contaminado por el enfoque de los productores varones que trastocaron en parte una trama de corte realista, en un asunto melodramático, para insistir en ese mal necesario que representaba la trabajadora sexual en el cine nacional de aquellos años. La realizadora Matilde Landeta representa sin duda el espíritu pionero de la presencia femenina en nuestro cine, dejando muy claro el camino que buscaba trazar desde que empezó como script girl y asistente de dirección en una época de bonanza para el cine mexicano, más no para las mujeres. De hecho, fue la única script mexicana en ese medio cerrado y machista, como lo era la industria fílmica nacional. Ahí, aprendió la labor de cineasta viendo trabajar a los hombres quienes dirigían las películas y, quizá por ello, evitó en sus trabajos repetir las fórmulas genéricas y sobre todo, el arquetipo femenino de las heroínas. (…) Landeta probó que podía dirigir una película como lo habían hecho antes otras mujeres, desde Adela Sequeyro y Eva Limiñana a las estadounidenses Dorothy Arzner e Ida Lupino”. (Rafael Aviña, Trotacalles y el caso de una cineasta pionera).
Pueblerina
(México; 1948)
Dirección: Emilio Fernández.
Con Columba Domínguez, Roberto Cañedo, Arturo Soto Rangel.
Tras cumplir una condena por vengar la violación de su novia, Aurelio vuelve a su pueblo. Al llegar se entera de que su madre ha muerto y que su novia vive exiliada del pueblo con su hijo, fruto de la violación. Aurelio decide casarse con ella y olvidar el pasado, pero el violador y su hermano no están dispuestos a dejarlos en paz.
“No se puede desligar la concepción cinematográfica que se ofrece en las películas de Emilio ‘Indio’ Fernández de la participación del director de fotografía Gabriel Figueroa. (…) Lejos del hieratismo inerte, lo que se descubre en las imágenes de Figueroa es más bien una suerte de ‘fiebre visual’ que potencia la fuerza del encuadre y de los elementos, humanos y escenográficos, en él contenidos. Gabriel Figueroa se encargó de la fotografía en veintitrés films de Emilio Fernández, incluyendo, es verdad, los más enjundiosos, pero la filmografía de Figueroa supera las 200 películas, en una enorme diversidad de géneros y con diversos directores, entre ellos Roberto Gavaldón, para quien trabajó en once ocasiones, y Luis Buñuel en siete de sus películas más importantes. En ninguna de ellas aplicó el diseño visual propio del estilo de Indio Fernández, ni recurrió a la belleza de las nubes que se prodigaron en muchos de los films (no todos) del Indio”. (Isaac León Frías, Más allá de las lágrimas: Espacios habitables en el cine clásico de México y Argentina).
“Pueblerina es probablemente la mejor película de Fernández, a pesar de ser una de las menos conocidas fuera de América Latina. En Pueblerina los defectos principales de la dupla Fernández-Figueroa, que son la lentitud, el estatismo, el movimiento casi coreográfico de los actores y un virtuosismo plástico exagerado, llegan a convertirse en efectos, lográndose un barroquismo de la narración pocas veces visto en el cine”. (Néstor Almendros, Cinemanía. Ensayos sobre cine).
El suavecito
(México; 1951)
Dirección: Fernando Méndez.
Con Víctor Parra, Aurora Segura, Jacqueline Evans.
El vividor Roberto ‘El suavecito’ lleva muy a gusto su relación con la trabajadora Lupita, a pesar de sus constantes infidelidades. Una noche en un salón de baile, Roberto se pelea con el taxista Carlos. Más tarde, en el salón de apuestas de un peligroso gánster, se cometerá un crimen, y el taxista será injustamente acusado.
“Fernando Méndez comienza su carrera alrededor de 1940 como director de westerns mexicanos de la serie de ‘Los tres hombres malos’. Son películas muy modestas pero con valores narrativos notables, en las que Méndez demuestra, quizá más que ninguno de sus colegas mexicanos, una gran aptitud. En 1955 Méndez realiza un western de más alcance, Fugitivos, que recuerda al célebre El proscripto (1943) de Howard Hughes. Pero a partir de 1956 abandona este género y se dedica de lleno al cine de terror. Es entonces cuando Méndez, desdeñado por los críticos de su país, es descubierto por algunos críticos franceses y anglosajones, y su nombre y sus films alcanzan imprevistamente cierta popularidad en un plano internacional de especialistas del género. Elliott Stein, en la revista británica Sight and Sound, encuentra que Méndez es ‘un director de estilo muy personal, que merece figurar en las antologías’”. (Néstor Almendros, Cinemanía. Ensayos sobre cine).
Días de otoño
(México; 1963)
Dirección: Roberto Gavaldón.
Con Pina Pellicer, Ignacio López Tarso, Evangelina Elizondo.
Adaptación de un relato corto de B. Traven (misterioso autor que se haría célebre por su novela El tesoro de la sierra madre, llevada al cine por John Huston), Días de otoño es un thriller psicológico que cuenta la historia de Luisa, una joven provinciana que emigra a la ciudad en busca de trabajo. Tras sufrir una desilusión amorosa, Luisa comenzará a desapegarse de la realidad y a sumirse progresivamente en un mundo de fantasía inventado por sí misma. Roberto Gavaldón ya había incursionado en el universo literario de B. Traven en dos films anteriores: Macario (1960) y Rosa blanca (1961).
“Días de otoño, inspirado en el denso relato Frustración, texto insólito en la obra de B. Traven, resultó un brillante drama intimista, rescatable por su rigurosa precisión en la puesta de cámara y la tan intensa como sublime actuación de Pina Pellicer (…) El cada vez más refinado estilo de Gavaldón se adecuó de forma espléndida a lo que en manos de otro realizador hubiera sido un melodrama más. Pletórica en detalles sofisticados en los que la fotografía en rotundo blanco y negro de Gabriel Figueroa expresa los estados de ánimo de la protagonista, interpretados por otros como simples desórdenes mentales, la película ha ganado mucho con el paso del tiempo. Vista en retrospectiva, lo mejor que puede decirse de estos emotivos Días de otoño es que parecen haber sido filmados no por un cineasta ya por entonces veterano, sino por un integrante de las no pocas Nuevas Olas que para entonces despuntaban principalmente en Europa”. (Eduardo de la Vega Alfaro, Notas sobre la dupla artística Roberto Gavaldón-Ignacio López Tarso).
La mente y el crimen
(México; 1961)
Dirección: Alejandro Galindo.
Con Palmira Azurbide, Alfredo Wally Barrón, Richard B. Cain.
La mente y el crimen es una extraña y fascinante combinación de documental, reportaje y ficción que parte de un hecho verídico: el descubrimiento de un torso humano arrojado en un canal en la Ciudad de México. El film de Alejandro Galindo rastrea en la mentalidad psicópata y en la realidad de la investigación policial, aproximando su relato al cine negro más brutal y realista.
“Si gramaticalmente Alejandro Galindo se asemeja, guardando las distancias, a directores como William Wyler u Otto Preminger, y gracias a eso varias de sus películas perduran y alcanzan válido clasicismo, el espíritu del realizador mexicano poco tiene que ver con aquellos directores hollywoodenses. Ante todo, Galindo busca la mejor expresión de la verba popular. Por el reconocimiento de las fronteras de lo verdaderamente popular, por la autenticidad del drama cotidiano, por la reproducción fiel del lenguaje vernáculo, por el gusto del mundo social estrecho, por el llamado a la generosidad del espectador. Por todas estas cualidades, el único director mexicano al que puede dársele crédito de neorrealista es a Alejando Galindo”. (Jorge Ayala Blanco, La aventura del cine mexicano).