Realidad o sueño, certeza o ilusión, convencimiento o duda, vivencia o rumor… ¿Dimes y diretes?
Circula en la mitología teatral del mundo un “precepto”, no escrito, que asegura que “un teatro sin fantasmas es un teatro sin historia”. En Buenos Aires la definición se convirtió en tradición, tanto que son muchas las salas que guardan historias de esas criaturas ¿inanimadas? y la capacidad de los “creyentes” acostumbrados a ellos, seguros de su manifestación, de describirlos: amigables, sin violencia ni destrozos, notorios o corporizados a través de tocar o provocar ruidos a través de elementos cotidianos, ausentes ante los dueños, presentes para cualquier otra persona, siempre la “aparición” ante una sola persona. Salvo excepciones, María Guerrero y Lola Membrives son de las pocas mujeres, son masculinos, una afinidad los une a la avenida Corrientes, donde se asegura, el ensanche provocó una proliferación al respecto.
Se agregan relatos sobre sectores específicos e incluso alguna tragedia enlazada. La mayoría de los teatros, los más antiguos, tienen ámbitos “adecuados”: pasadizos, paredes secretas, rincones, laberintos de circulación y un gran tiempo de oscuridad según la actividad planificada. Ocurre algo similar en Inglaterra, los espacios poseen intrigas tenebrosas y paranormales, sin que nadie dude que empleados o actores de hoy, mañana, pasen a ser un espectro más.
En Royal Drury Lane, pionero de Londres inaugurado en 1663, aseguran los “testigos”, a través de las épocas, es habitado por varios: el del clown Joseph Grimaldi, el bailarín y comediante Dan Leno y, más célebre de todos: el “Hombre de gris”, que surge solo entre las diez de la noche y las cuatro de la madrugada, con la costumbre de empujar a los actores, sentarse en la fila 4 para observar ensayos y montajes y, a su vez, coquetear con alguna actriz. Pero hay más figuras londinenses con catadura de duendes: en el Lyceum, ronda el actor William Terris, apuñalado en su interior por 1897 y, en el Palladium, una mujer vestida de amarillo pasea por las dependencias.
También en L’Opéra de París se fantasea (o no) con la existencia de “Yup”, habitante de un secreto departamento en los sótanos del Palais Garnier, descubierto en el inicio del siglo XX. En España se volvió popular el caso del Teatro Lara, en Madrid, la narración indica que “está” el de Lola Membrives, muchos años vinculada con él.
No podía faltar Broadway, la avenida neoyorquina del espectáculo, en el Palace Theatre, casi pleno Times Square, “reside” el de Judy Garland, que emerge acompañada de un centenar de “similares”, desde una puerta creada en el foso para entrada y salida del escenario de la actriz.
El porteño Teatro Maipo tiene sus fantasmas institucionalizados, con lugar en el sitio oficial. Se cuenta del “titular”, de apellido Cáceres y el “suplente”, Radrizzani. En los 30, Efraín Cáceres, chileno, comenzó a como ayudante de maquinista, años más tarde culminó ahorcado. El actor Ambrosio Radrizzani murió en un incendio al intentar rescatar pertenencias de su camarín.
Norma Aleandro habló de ellos y su destino, asegurando que “hay funciones a las que vienen, y son las que mejor salen”. Hace poco más de una década, el gran Alfredo Alcón me contaba, entre ensayos finales y expectativa del estreno de su nueva versión de un clásico de su carrera: “Rey Lear”, que estaba en el comienzo de la “relación” con los del Teatro Apolo.
A un clic de distancia, retornando al Maipo, un breve documental “La leyenda de los Fantasmas del Teatro Maipo de Buenos Aires”, realizado por “Rincón de Miedo” (Twitter: @RincóndeMiedo) y publicado en su canal de YouTube.
Cuídense. Más allá de cifras y silencios, la Pandemia no terminó.
Norberto Tallón.