Las pasadas semanas el Himno Nacional Argentino, en su versión completa, fue protagonista de esta columna. La Canción Patria. La representación nacional del homenaje y unión entre una Nación y sus habitantes. Estrenada, como se narró, el 11 de mayo de 1811, debió ser muy diferente aquella primera vez del contenido total, pues Vicente López y Planes, seguro, habrá aportado estrofas que el andar temporal presentaban. Es obvio, que muchas de las referencias históricas, antes de aquella tertulia en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, no habían sucedido.
Este fin de semana también está el canto pero con otra perspectiva: canciones que surgieron para relatar hechos y maneras de vida, alegría, penurias, sufrimientos e injusticias, en la letra y música que les otorgó un artista impar de expresión de la cultura y devenir del sentimiento popular.
Héctor Roberto Chavero nació en el Campo de la Cruz, a 2 kilómetros del entonces pueblo Juan A. de la Peña, lindante con la ruta nacional 188, en el Partido de Pergamino (Provincia de Buenos Aires) el 31 de enero de 1908. Allí se desarrolló su primera infancia en una casa frente a la estación ferroviaria. Su padre, santiagueño con raíces quechuas, José Demetrio, trabajaba en ella, su madre, también argentina, Higinia Carmen Haran. Una década más tarde se mudaron a la localidad juninense de Agustín Roca y, pocos años después, a Tucumán.
En la niñez estudió violín con el cura del lugar, el padre Rosáenz. Posteriormente, ya en Junín, el aprendizaje de la guitarra y quien sería su único maestro, el concertista Bautista Almirón, con él le llegó la música de Sor, Albéniz, Granados y Tárrega y, asimismo, partituras para ese instrumento de piezas de Schubert, Liszt, Beethoven, Bach y Schumann.
Se está contando de quien tomó el nombre artístico de Atahualpa Yupanqui (cuya traducción sería Ata -venir- Hu -de lejos- Alipa -tierra- y Yupanqui -por el emperador inca homónimo-), cantante (tenor), guitarrista, autor, compositor, poeta y escritor, en los géneros de la Payada y la Música Tradicional. Se lo reconoce como el músico argentino más importante de la historia del folklore.
Fue por sus casi 20 años, en Tucumán, cuando le “apareció” un nuevo paisaje y “otra” música, con instrumentos propios y distintos (el bombo, el arpa india) y ritmos, uno de ellos: la zamba.
Temprano responsable de la familia, por la muerte de su padre, tuvo que ser maestro de escuela, tipógrafo, cronista y músico, jugaba tenis, boxeaba y empezó a ejercer el periodismo. Por esa época compuso “Camino del indio”, pronto conoció las valles calchaquíes, el sur boliviano, “saltó” a Urdinarrain en Entre Ríos y dio acompañado de su instrumento con un escenario para cifras y milongas: “La Amarilla”, en que trabajó como peón.
Su lenguaje creó un sendero particular e íntimo que le permitió ser transitado atrapando más caminos, lugares, las vivencias cotidianas con asombro y de revelación en revelación. En 1931 contrajo matrimonio con su prima María Alicia Martínez, quien tenía un hijo de una pareja anterior. Estuvieron en Buenos Aires pero volvieron a Entre Ríos, allí nació su primera hija, Alma Alicia. Por el mes de enero del 32 fue parte en una fallida intentona revolucionaria Yrigoyenista en La Paz. En ella estuvieron involucrados el coronel Gregorio Pomar y el escritor Arturo Jauretche. Por este hecho, se exilió, un tiempo en Montevideo (República Oriental del Uruguay) y en el interior y sur brasileño. Su esposa regresó a Junín donde dio a luz el segundo hijo, Atahualpa Roberto Chavero y tres años después, en Rosario nació Lila Amancay. Poco tiempo más tarde se separó y su exmujer con los hijos volvieron a tierras juninenses.
Reingresó al país, por el litoral y permaneció un tiempo en Rosario. Más tarde, se trasladó a Raco, un caserío tucumano cercano a Tafí Viejo. Tuvo un corto paso por la capital, ya que sus canciones ya escuchaban en otras voces, para presentarse en radio. Recorrió luego Santiago del Estero, para retornar por unos meses a Raco en 1936. Viajó por Catamarca, Salta y Jujuy, otra vez se “acercó” al altiplano para encontrar los testimonios de las viejas culturas originarias. Pasó por los valles y en mula anduvo por las sendas y cañadas jujeñas. A su vez, residió un período en Cochangasta (muy próxima a la ciudad de La Rioja).
Fue afiliado de la Unión Cívica Radical y a continuación del comunismo, por esta última causa sufrió censura, detención y lesiones físicas durante el gobierno peronista. En 1949 partió hacia Francia y ya era Atahualpa Yupanqui. La cantante Edith Piaf lo invitó a actuar en París el 7 de julio de 1950. Enseguida selló contrato con Chant du Monde, compañía discográfica que publicó su primer Larga Duración (LP) en Europa, “Minero soy” que le valió el primer premio de mejor disco de la academia Charles Cros, entre 350 participantes folklóricos del mundo. En siguientes años viajó intensa y extensamente por Europa.
En San Miguel de Tucumán, en 1942, había conocido a la compositora, pianista y letrista de origen francés Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, “Nenette”, nacida en Saint-Pierre-et-Miquelon (archipiélago frente a las costas canadienses de Terranova). Con el nombre de Pablo (por su Paule) del Cerro (por el lugar) firmó muchas composiciones tales cómo, por simple ejemplo, “Chacarera de las piedras”, “El alazán, “El arriero va”, “Eleuterio Galván”, “Indiecito dormido”, “Payo Solá”. Se habían casado vía Montevideo y tuvo su último hijo Roberto, el único que mostró como tal, tal vez influido por ella, quien llevaba las riendas en la pareja. Estuvieron juntos hasta 1990 cuando ella falleció.
1952 lo encontró en la ciudad de Buenos Aires, rompió relaciones con el Partido Comunista, lo que facilitó su actuación en emisoras radiales. En tanto, “Nenette” construía su casa en la región cordobesa de Cerro Colorado, él realizaba giras por las provincias. Musicalizó las películas “Horizontes de piedra” (1956) y “Zafra” (1959). La primera basada en su libro “Cerro Bayo”. Actuó en ambas.
En el comienzo de la década del ’60 Mercedes Sosa, Alberto Cortez y Jorge Cafrune, grabaron sus temas y acentuaron el reconocimiento del trabajo sobre quienes “hacían” diariamente cada lugar de la república. Además, los transmitieron hasta los intérpretes más jóvenes que comenzaron a llamarlo “Don Ata”. También lo “cantaron” Carlos Di Fulvio, Suma Paz, Los Chalchaleros, Daniel Viglietti, Los Fronterizos, Los Tucu Tucu, Horacio Guarany, Facundo Cabral, Alfredo Zitarrosa, José Larralde, Víctor Jara, Inti-Illimani, Juan Carlos Baglietto, Pedro Aznar, Elis Regina, Liliana Herrero, Jairo, Soledad, Divididos, Marie Laforêt, Violeta Parra, Chavela Vargas, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y Zamba Quipildor, entre tantos más.
Según los compromisos residía en su casa porteña y en la del Colorado. En 63 y 64 giró por Colombia, Japón, Marruecos, Egipto, Israel e Italia, sumando a España en 1967. Es cuando decidió radicarse en París, con “vueltas” periódicas a La Argentina, menos frecuentes durante las dictaduras militares. En ese mencionado año 67, obtuvo el primer premio del Festival Nacional del Folklore en Cosquín. Pasado un lustro de aquel momento (1972) en la Plaza Nacional del género, la Próspero Molina, se consagró al Escenario Mayor del Folklore con su nombre. La justicia de una ofrenda en plena actividad para un Grande.
Con la democracia, a mitad de los ochenta, presentó varias obras en famosos lugares de esa época. En 1985 obtuvo el premio Konex de brillante como mayor figura de la Historia de la música popular argentina. El Gobierno francés lo condecoró como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras (1986). En 1987 retornó, una vez más, por un homenaje de la Universidad Nacional de Tucumán. En el ’89 fue internado por un problema cardíaco. Igualmente, participó de Cosquín y enseguida viajó a París para cumplir un contrato.
Para actuar en Nîmes, ciudad del sur de Francia -capital del departamento de Gard-, volvió a suelo galo (en 1992). Allí se descompuso y murió el 23 de mayo. El próximo jueves habrán pasado 32 años de la partida en gira definitiva. Por su expreso deseo, sus restos fueron repatriados y descansan en la que eligió como “su casa”, en Cerro Colorado, en los jardines bajo un roble europeo.
325 son las canciones registradas, solo por citar algunas: “Basta ya”, “Cachilo dormido”, “Camino del indio”, “Canción del arpa dormida”, “Coplas del payador perseguido”, “El arriero va”, “Indiecito dormido”, “La añera”, “La milonga perdida”, “La pobrecita”, “Los ejes de mi carreta”, “Los hermanos”, “Luna tucumana”, “Piedra y camino” y “Zamba del grillo”.
Lanzó 68 discos simples. El primero (sin sello) en 1936 con “Caminito del indio” (Lado A). El último en Odeón (1961) con “Agua escondida” y “Mi caballo perdido”. Editó 62 álbumes. En 1953 “Una voz y una guitarra (volumen 1)” (Odeón) y en 2004 “Concierto Instrumental” (Pläne). Publicó 11 libros. En el cine a lo indicado anteriormente hay que sumar su participación en películas, básicamente, realizadas como material promocional de las compañías de discos.
A un clic de distancia, un video en su homenaje con distintas imágenes incluso con el guitarra y frente al micrófono: “Atahualpa Yupanqui-Los Hermanos”, con ese obra como leiv motiv. Del sitio “Memorias de la Tierra” en YouTube. Sus versos y su voz nos hablan, en profundidad, de ese “Tengo tantos hermanos que no los puedo contar…” del subtítulo de esta columna.
Cuídense, en todo y por todo. Muchísimo más que nunca…
Norberto Tallón