En estos días, recordaremos un nuevo aniversario de la muerte de don Domingo Faustino Sarmiento, acaecida el 11 de septiembre en 1888 en Asunción del Paraguay, en la mayor austeridad rayana en la pobreza, lo cual resulta altamente significativo, ya que había desempeñado los más altos cargos de la nación.
También, ese día, no habrá clase en honor a los maestros. Como educadora que soy desde hace muchísimo tiempo, puedo atestiguar la generosa entrega diaria que los docentes tienen para con los niños y los jóvenes.
Creo que nuestro país arrastra una deuda desde tiempo inmemorial para con los docentes, la cual no pasa solamente por lo económico, sino que, en verdad, está relacionada con algo muy superior y esencial que no tiene nada que ver con lo salarial; me estoy refiriendo a la falta de consideración y de reconocimiento del rol esencial y determinante que tiene el educador en la sociedad.
La labor docente se ha venido degradando con el correr del tiempo y ha ido perdiendo el respeto que se les debe a las personas, cuya misión consiste en educar en valores a los futuros ciudadanos que desempeñarán los roles vitales para moldear una sociedad honesta, justa y equitativa.
No puedo dejar de mencionar a un país como Japón, el cual es modelo en la materia.
Al inicio del término lectivo, el gobierno nipón se encarga de inscribir a los alumnos en un trato directo con las distintas escuelas para que los padres no pierdan el tiempo haciendo colas innecesarias.
Antes de comenzar las clases, manda a los hogares de los alumnos el calendario escolar con las actividades correspondientes para que, cuando algún docente falte, los alumnos puedan seguir trabajando en el aula con las actividades programadas para ese día.
Japón basa su educación en este lema: “Moral antes que conocimiento” y lo traduce en el respeto a sus mayores, porque los considera llenos de sabiduría, en la conservación de las tradiciones, en el amor a la familia y en el respeto a los educadores.
En Japón, el maestro es el único que tiene derecho a no bajar la cabeza delante del emperador, porque consideran que si no hay educadores no habrá un buen emperador.
Además, como hemos podido comprobar durante el último campeonato mundial de fútbol, al terminar el partido, los japoneses limpiaron la tribuna, donde habían estado sentados y esto es muy normal ya que, todos los días, tanto maestros como alumnos deben asear el salón y los baños una vez concluida la jornada escolar; de este modo aprenden la humildad, el cuidado de las instalaciones y el respeto por el esfuerzo del otro.
Japón tiene el índice más bajo de delincuencia al punto tal que los niños de 6 años van solos a la escuela en grupos con otros niños un poco mayores que ellos y esto les enseña a tener responsabilidad y solidaridad para con los demás.
El gran Borges afirmaba que el único país civilizado de la tierra era Japón por el respeto con que trataba a sus ancianos.
¡Cuánto nos falta por aprender de este país que le ha dado a la Educación el lugar preferencial que se merece!
Si no entendemos que la honestidad, el respeto por los valores éticos, la solidaridad y el espíritu de colaboración son las bases sobre las cuales debemos asentar los pilares de nuestra sociedad, no tendremos futuro como país.
Para terminar, incluyo este pensamiento genial de Sarmiento:
“Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo, todo comienza en los humildes bancos de una escuela”.
¡Que tengan un feliz día, queridos maestros de mi patria!
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Patricia Giuffré es Profesora y Licenciada en Letras. Ya editó varios libros, y conduce un programa en el canal Santa María llamado “Protagonistas por Siempre” que destaca los valores de distintas personalidades de la literatura, la historia, la religión y otras disciplinas,|