¿Cómo digo lo que digo?: Sin palabras

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La calle expone historias cotidianas que no necesitan ser explicadas. Están a la vista de todos. Mientras los economistas nos taladran con las ominosas cifras de la pobreza, la gente de a pie advierte que los sin techo se multiplican de manera alarmante.

Siempre hubo personas que eligieron habitar en la calle. Últimamente el espectro ha empeorado. Se trata de compatriotas que perdieron su trabajo porque la empresa cerró o quebró. O bien, que los alquileres exceden el sueldo y es imposible pagarlos.

Existen humillaciones de todo tipo, una de las peores debe ser no volver a casa porque no hay casa. Ni piecita de chapa. Nada. Sólo permanecer a la intemperie.

Ante estas situaciones que estrujan el corazón y las tripas, las palabras sobran. El lenguaje no verbal -imágenes, gestos, conductas- lo demuestra con creces. La decadencia se siente, se ve, se sufre.

Conviene enfatizar que el lenguaje no verbal ejerce mucho poder en la comunicación, porque deschava todo: muecas, sonrisas falsas, hipocresía, ninguneo, desprecio…

Con todo, como el tiempo no para, conviven a la vez muchas realidades. Sospecho que los especialistas en analizar expresiones faciales y corporales, habrán recibido una clase magistral, días atrás, durante la inauguración del gasoducto, al que asistieron las máximas autoridades del gobierno.

Fue muy promocionado, abundaron fotos y videos. El viento no daba tregua y, se sabe, el viento incomoda tanto como la tensión que podía cortarse con tijera. Allí, junto a la comitiva, se encontraron el Presidente y la Vicepresidenta. No les quedó otra. Había que aparentar. A Cristina se le ocurrió llevar un vistoso abanico, en pleno julio, que movía con gracia y, de paso, le permitía cubrirse el rostro.

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Día tras día se multiplican. Ochavas y locales cerrados hacen las veces de refugios. Allí instalan sus pertenencias: un colchón desvencijado, mantas raídas, el termo, muchos diarios que aíslan del frío.

Me refiero a las personas en condición de calle, metáfora para que no suene tan brutal referirse a los sin techo. Estoy informada del índice de pobreza, por supuesto. Nos lo recuerdan todo el tiempo. Sin embargo, la gente de a pie no necesita apelar a las cifras.

Esos números no tienen cara, son anónimos. El asunto es cuando nos topamos con las personas acurrucadas al anochecer del mes más invernal.

En la vida se producen muchas clases de humillaciones, una de ellas, seguramente, es no volver a casa porque no hay casa. Ni piecita de chapa. Nada. Sólo permanecer a la intemperie. Abunda la gente que no pudo mantener el alquiler, en muchos casos más elevado que su sueldo. Y están los que perdieron el trabajo, los que quebraron, los que ganan sueldos de hambre.

Encontrarse cotidianamente con tamaña desigualdad, además de angustia inspira vergüenza. Entonces miramos para otro lado no por indiferencia, para no sentirnos responsables de disponer de una cama abrigada, de un baño decente, de comida.

Como pueden advertir, en estas historias las palabras están demás. El lenguaje no verbal – imágenes, gestos, conductas- lo demuestra con creces. La decadencia se siente, se ve, se sufre.

El tiempo no para, así que siempre conviven a la vez muchas realidades. Siguen las bodas, los nacimientos, las fiestas de quince, los viajes…En las películas inglesas sobre la Segunda Guerra Mundial, mostraban que mientras bombardeaban Londres, el público seguía asistiendo a las funciones de teatro. Un modo de vencer el miedo, de resistir.

A propósito del lenguaje no verbal conviene enfatizar que ejerce tanto poder en la comunicación, porque pone todo en evidencia. En efecto: deschava los estados de ánimo fáciles de “leer” en los movimientos del rostro, en los ademanes, en la manera de pararse, en la postura de los brazos.

Tenemos un ejemplo reciente que obtuvo mucha prensa. Me refiero a la inauguración del gasoducto, evento al que asistieron las máximas autoridades del gobierno. Como es de público conocimiento, el Presidente y la Vicepresidenta se ignoran. Las circunstancias obligaron a disimular la tensión e incomodidad que embargaba a ambos y a la comitiva. Algunos ensayaron sonrisas de compromiso y el entusiasmo brilló por su ausencia.

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Cristina nos tenía reservada una sorpresa. Se presentó con un vistoso abanico que desplegaba graciosamente. Bueno, lo que el fuerte viento permitía. ¿Le habrán avisado que acá no estamos en el verano boreal? Lo utilizó, entre otras cosas, para evitar que leyeran sus labios mientras conversaba con el gobernador Kicillof.

Por momentos, el abanico le permitía esconder la mirada y evitar así encontrarse con la del hombre que desprecia.

Imagino el festín que se hubiera hecho el entrañable Enrique Pinti. Con su humor punzante habría parodiado, como nadie, esas escenas propias de un sainete. La realidad supera a la ficción.

Se conoció un importante dato sobre el testamento de Enrique Pinti

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación
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