¿Cómo digo lo que digo? Mi compañero favorito

Por Dionisia Fontán – Especial para DiariodeCultura.com.ar.

“Estoy recontenta, mi prepaga me hizo 2X1, a mí me extirparon el apéndice y a mi hija le extirparon el celular”. Nik, Revista La Nación, 10/11/19.

En la historieta del popular humorista se observa a una mujer escuchando el relato de otra, quien lleva dos curitas cruzadas en la panza. Más atrás, hay una chica con la mano derecha vendada hasta la muñeca. Obvio, no es lo mismo describir una ilustración que mirarla. Así y todo no puedo resistirme, me parece graciosísima y, a la vez, cruel. Típico humor ácido que apela al grotesco para retratar a la sociedad.

La semana pasada unos amigos me invitaron a comer en familia. Luego de la exquisita entrada, que devoramos gustosos en no más de veinticinco minutos, todos se lanzaron sobre sus celulares. Todavía la anfitriona no había servido el primer plato.

Habrá transcurrido una década, calculo, cuando en mis talleres de comunicación solía preguntar qué gesto del lenguaje no verbal inspiraba desconfianza. La respuesta era inmediata: no mirar a los ojos. Opinión nada novedosa con la cual todo el mundo coincidía. En vez, ahora, resulta imposible que la mirada se aparte del telefonito, casi, casi, la prolongación de la mano, como imaginó Nik. Por lo tanto, excepto los  enamorados, esperar que un par de ojos coincida con otro par, como un rasgo que inspira franqueza, confianza, quedó absolutamente perimido. Ya nadie puede (ni quiere) alzar su vista de ese poderoso objeto del deseo que atrae con una fuerza irresistible.

Permanecer en familia parece, más bien, un eufemismo de compartir techo. El techo del living, del dormitorio, del patio, de la cocina, del balcón… donde cada habitante, por separado, atiende su juego. Se trata, nomás, de los nuevos paradigmas. Curiosamente, son muy pocos quienes utilizan el celular para hablar. La comunicación pasa por el omnipresente whatsapp, por los videos, las selfies y el festival de emoticones que reemplazan a palabras o estados de ánimo.

Con este modo de comunicarnos (sinónimo de inmediatez) se prescinde del cara a cara. Los diálogos van y vienen por mensajes de texto o de voz. Darse cuenta de la información que transmite el rostro o los movimientos corporales del interlocutor/a, que dicen tanto, resulta una utopía. Aclaro –por las dudas- que no es mi intención atacar la existencia del celular. Nada más lejos de mí. Lo considero súper práctico, muy necesario y agradezco sus bondades. Sobretodo, en una ciudad insegura que requiere mantenerse en contacto, o cuando familiares y amigos andan de viaje y es tan sencillo saber de ellos, disfrutar al instante de sus experiencias, de las fotos que acaban de tomar. Magia pura. Gran invento gran.

¿Cómo resistirse a los cambios?  En mi caso, que me ocupo de compartir habilidades para optimizar la comunicación cotidiana, reconozco que algunas costumbres me afectan. Que el despido llegue por whatsapp (antes era por mail) y otras me asombran: que me pidan dar talleres individuales a través de esta aplicación.

Genera impaciencia que la respuesta demore más de lo que nuestra ansiedad es capaz de soportar. Sin embargo, entre los atributos de nuestro compañero favorito, conviene reconocer que la adicción al celu ha desplazado esas conversaciones reiteradas, aburridas, como quejarse de los achaques, del tiempo y de lo caro que está todo. Los lamentos actuales pasan por comentarios de este tenor: “Sólo me clavó un visto”. “Mi hijo me prohibió que los mensajes de voz duren más de un minuto y medio”. “Recién se digna en contestarme con dos palabritas de mala muerte. Le escribí a mediodía y está oscureciendo”. “ Uff, hace años que pago cuotas de celulares: me robaron tres”. “Yo no soporto los videos anónimos con noticias catastróficas. Los borro apenas llegan.

La lista, de nunca acabar, revela que se ha instalado una necesidad definitiva de vivir contactados y, al mismo tiempo, de poner en marcha un lenguaje propio, nuevo, poblado de abreviaturas que reemplazan a la palabras.

Como se ha dicho tantas veces, las cosas deben estar al servicio de las personas y no al revés. Por lo tanto, depende de nosotros si somos capaces de graduar ese monto de ansiedad que nos inspira el celular. Conocemos todas sus ventajas. Y a las desventajas preferimos ignorarlas. Acá va la peor: el ensimismamiento. Porque provoca en el otro, la otra, los demás, una profunda sensación de soledad, de rechazo, de indiferencia. De desamor.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres On Line

Propongo encuentros grupales en individuales, aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.