¿Cómo digo lo que digo? Las conductas son adquiridas

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar

En efecto, las conductas son adquiridas porque las imitamos, las

copiamos, se nos pegan. No nacimos con ellas. Entonces, así como las

aprendimos podemos desaprenderlas. Lo importante: tomar conciencia,

darse cuenta de que este magnífico trabajo personal siempre es

beneficioso.

“Yo soy leche hervida, exploto en seguida. Qué voy a hacer, me viene de familia”. Como este ejemplo, hay mucha gente resignada a cargar con un modo de ser que supone definitivo. No se le ocurre pensar que puede cambiarlo o se justifica diciendo que es muy difícil.

Aunque la herencia influye y algunos temperamentos (la materia prima) traen condiciones innatas, el carácter se modela en el ambiente donde crecemos, con lo que vemos y escuchamos, con la educación doméstica y la escolar, con las experiencias personales.

Por lo tanto, así como aprendimos podemos desaprender. Nadie es de una manera determinada para siempre. Las personas evolucionan, se superan, cambian. En efecto, vamos siendo con el transcurso del tiempo, con nuestras elecciones y decisiones. Al compás de la vida que es prueba y error.

Nadie nace prepotente. Seguramente adoptó esta conducta por una carencia. Porque se siente insegura/o. Porque tiene miedo. Porque no confía en su capacidad. Entonces, para disimular sus debilidades, adquiere la conducta prepotente. En vez de esconderse bajo ese disfraz antipático, sería preferible que pudiera hacer foco en sus puntos flojos para analizarlos y robustecerlos.

Se sabe, cualquier cambio ocasiona esfuerzo. En especial, si lo que se pretende modificar está muy arraigado. Con todo, siempre conviene moverse de la zona de comodidad. Los cambios son necesarios para una/o y, si se introducen mejoras, también alivian a quienes rodean o conviven con la persona dispuesta a trabajar a fondo conductas que no la benefician.

A gritonas y gritones se les hizo costumbre alzar la voz. Les cuesta suprimir ese tono desproporcionado, pese a que irritan a los demás y son mal vistos. Cuando el grito se torna permanente, pierde efecto. A veces, no queda otra que pegar un grito. Es una descarga emocional y señala un límite.

El problema es cuando se apela a él por impotencia, porque no se sabe argumentar. Entonces conviene buscar una salida drástica cosa de agotar el tema o dar por finalizada la discusión. Pierde quien grita para demostrar autoridad. Se desahoga, sí, aunque no modifica la realidad que le disgusta.

Interrumpir es otra de las conductas que perjudican la comunicación. Además de los que tienen la pulsión de interrumpir (maleducados crónicos), el arco es amplio. Propongo observar las características de personas que interrumpen con frecuencia, al punto de arruinar una conversación simple o que ellos mismos propusieron.

¿Por qué interrumpen? ¿Por impaciencia? ¿Para competir? ¿Por envidia? ¿Por protagonismo? Resulta evidente, se dejan llevar por emociones que no pueden controlar. Observarlos mientras interactúan permite comprender cuáles son las posibles causas que motivan a esa persona a meter un bocado tras otro, sin el menor respeto.

Nadie nace imprudente, otra conducta adoptada o copiada, vaya a saber. Algunas personas traen en sus genes un plus de sensibilidad que ya se advierte en la primera infancia. La virtud de la prudencia les sale fácil. Reconocen el momento oportuno, captan de inmediato el humor ajeno, nunca se precipitan, tampoco invaden.

Los imprudentes, en cambio, hablan de más, meten la pata, tampoco registran si el horno no está para bollos, son indiscretos. Pese a que tienen fama de torpes, de atropellados, ni se les cruza la idea de que pueden graduar su lenguaje verbal, prestar atención a lo que pasa alrededor y regular su ansiedad.

Resumiendo: las conductas incómodas, las que resultan una pesada mochila, tienen cura. Creemos, equivocadamente, que no podemos liberarnos de ellas. Sí, podemos. Con entrenamiento y disciplina.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres Online y por Videollamada

Propongo encuentros individuales aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo eficaz y no violento.

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