Sin lugar a dudas este binomio constituye un verdadero logro de la comunicación. Flexible como la palmera o el junco, la firmeza sabe adaptarse a las circunstancias. Y cuando se une a la amabilidad, este dúo se potencia al punto de convertirse en un afortunado recurso que abre puertas, genera buenos climas, facilita el diálogo.
Con todo, pese a tantas ventajas, todavía perdura la vieja escuela que defiende la dureza, es decir las ideas rígidas aunque atrasen. Mantener las cosas como están, no innovar ni instalar pensamientos creativos. Miedo al cambio. Aferrarse a lo conocido.
Modelo arcaico, ya le queda poco. La experiencia demuestra que los trabajos para toda la vida están en franca decadencia. En menos de diez años el mercado laboral incorporará empleos que hoy ni siquiera imaginamos.
Por lo tanto, consideremos a la flexibilidad como una gran aliada que colabora para aceptar los avances y adaptarse al progreso
En mi taller Modo y Tono cuando hacemos foco en la diferencia que existe entre firmeza y dureza, surgen dudas. Mucha gente le teme al cambio.
La firmeza requiere la flexibilidad de la palmera o de la caña. En vez, con la dureza pasa lo contrario. Equivale a rigidez, postura equivocada que impide adoptar esa ductilidad tan necesaria en este tiempo.
Las ideas rígidas atrasan. Son opuestas al cambio y la vida es un cambio constante. Por ejemplo, quienes tienen personal a su cargo suelen sorprenderse cuando les propongo entrenarse en ser firmes y amables, rubro que se potencia y así beneficia la relación entre jefes/as y subordinados/as.
Todavía perdura la vieja escuela sustentada en el rigor, la dureza y el entrecejo fruncido. El dúo firmeza y amabilidad, muy eficaz, permite ser absolutamente responsable de conducir a un grupo con reglas claras, coherencia y modo educado. Estas conductas cotidianas colaboran para ganar el respeto que necesita quien desempeña una tarea jerárquica.
“Si yo me muestro flexible y, además, amable, se me suben a la cabeza”, podría resultar una de las típicas respuestas que inspira esta fórmula. Piensan así los herederos de la vieja escuela cuyo enquistado concepto cuesta mucho erradicar. Siguen manteniendo el prejuicio de que por las buenas, con empatía, sin alzar la voz ni amenazar con sanciones, resulta francamente imposible disciplinar al personal.
Modelo arcaico, ya le queda poco: los empleos para siempre están en franca extinción. El trabajo con fecha de vencimiento aumenta más de lo que la gente quisiera, por eso conviene practicar la aceptación y la suficiente elasticidad para adaptarse a lo nuevo.
Dos o tres generaciones atrás, nuestros antepasados golpeaban con sus manos las sólidas mesas de roble, mientras se jactaban de que sus palabras, ideas, opiniones, tenían la contundencia de esa dura madera.
Aun sabiéndose equivocados, jamás se permitían modificar lo que hacían o pensaban. Eran rígidos. En materia de dureza competían con el roble. Mezcla de falso orgullo y de tozudez, nunca daban el brazo a torcer. Cuántos vínculos se rompieron para siempre por este modo inquebrantable de vivir.
Por su liviandad ahora las relaciones parecen de papel. Tampoco es común comprometer la palabra. Vamos de un extremo a otro. La búsqueda consiste en hallar un delicado equilibrio, ese importante término medio.
Como la firmeza requiere convicción cuando esta conducta se manifiesta, lo demás fluye. Por eso sale natural ser firme y amable, firme y simpático/a, firme y comprensivo/a.
Se trata, nomás, de una fórmula imbatible, magnífica. Sugiero ponerla en práctica.
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación
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