La comunicación tiene un arco muy amplio. Las personas que se expresan con el cuerpo, con los pinceles, con los instrumentos musicales, transmiten mucho más a través de su arte que con la palabra. Hay excelentes actrices y actores que sin un guión son de pocas palabras. Prefieren mantenerse en silencio.
Muchas veces hemos escuchado reportajes a populares actrices y actores que, delante de un micrófono, carecen de la soltura y la facilidad de palabra a que nos tienen acostumbrados con sus interpretaciones. Obvio, cuando actúan asumen otras personalidades y conocen el libreto de memoria. En la vida real, en cambio, si opinan o responden preguntas están obligados a hacer de ellas/os y no todos tienen facilidad de palabra o les resulta sencillo salirse de un guión.
En el medio artístico la timidez es un denominador muy común. Sólo desaparece cuando la persona se mete en la piel del personaje de turno. Muchas veces, también, hemos escuchado que Fulano o Mengana se dedican a la actuación por casualidad. “Mi prima me pidió que la acompañara a una prueba de televisión y cuando le tocó el turno, como tenemos el mismo apellido, me empujó a mí que era súper vergonzosa. Quedé petrificada. Al segundo llamado no sé cómo hice, pero avancé. Me dieron un papel insignificante -se sinceró la actriz, mientras lanzaba una carcajada – y acá me tienen, treinta años después”.
Disculpen, lectores, les debo el nombre, espero no desilusionarlos. Este comentario (que se parece a tantos) estaba grabado y al cierre del programa no mencionaron a quién pertenecía. Desprolijidades que suceden a menudo. Tampoco le reconocí la voz así que llamé a la emisora. Ya funcionaba otro espacio, otro elenco, no tenían la menor idea.
En el vasto mundo del arte, cada artista se manifiesta de acuerdo con su disciplina. Me refiero a bailarines, coreógrafos, pintores, escultores, músicos… Pedir, además, que sean locuaces, es un valor agregado que algunos pudieron desarrollar o les sale más fácil y otros no. Cuando todavía bailaba, entrevistar a Julio Bocca era un parto. Nuestro enorme bailarín respondía con monosílabos y se requería de un sacacorchos para sacarle dos palabras juntas.
Julio conocía su limitación. Con los años, más cerca del retiro (a los 40), digamos que comenzó a amigarse con las palabras. Seguramente, porque antes no había necesitado de ellas. Era un prodigio contando historias fabulosas mediante piruetas increíbles y saltos magistrales, que no requerían del lenguaje verbal.
La velocidad de hoy impide el desarrollo de una conversación pausada, entretenida y audaz, a la manera de Blackie o de Hugo Guerrero Marthineitz, inolvidables, quienes dejaron su impronta. Los silencios microfónicos de HGM, tan innovadores y respetados, ahora ni siquiera pueden imaginarse. Me atrevo a asegurar que provocarían desconfianza o bromas del tipo “¿estaremos pinchados?”.
Años atrás, cuando hacía radio, participé de un informativo donde me pedían desarrollar una idea en dos minutos. Ignoro cómo le encontré la vuelta. Demoraba más tiempo en llegar hasta la emisora, que en el aire. Era trabajo y lo acepté.
Formada en la prensa escrita donde abundan los rebusques cuando la persona entrevistada no quiere hablar, está cansada, desganada o, en efecto, es de pocas palabras, siempre queda el recurso de describir su mirada, sus movimientos corporales, su humor, el modo de vestirse. También aporta fijarse si la habitación donde recibe es austera o prefiere los adornos… En fin, con la escritura es posible comenzar el reportaje por el final, cuando el clima se ha distendido y reina mayor confianza entre las partes
Ventaja que no brinda el micrófono. La radio es el medio de comunicación más democrático (llega a todas partes y, a veces, funciona con una pilita), acompaña, informa, y deschava las emociones. Por eso, no es cuestión de acercar a un artista excepcional del género y del rubro que sea, sin constatar antes si será capaz de adaptarse a un ritmo breve, veloz, sin turbarse ni distraerse con la cantidad de gestos silenciosos que conviven en un estudio de radio.
Por mejor intencionado que resulte el programa, si decide gratificar a su audiencia y -a la vez- agasajar a un/a artista de prestigio, es importante observar muy bien a la persona invitada, registrar su presencia en todo el sentido de la palabra, aceptar sus tiempos para comunicar y, en especial, no interrumpirla si, por falta de práctica y porque ignora el significado de redondear, alarga sus respuestas.
Me dirán que tantos cuidados son imposibles y no precisamente por el Covid. Algún día sanaremos, se recuperará el vivo. Para entonces sigo pensando lo mismo. Que siempre depende de la sensibilidad de quien conduce y de la influencia que ejerza la producción. Fui testigo de frustraciones por parte de profesionales que no comprendían el lenguaje de su invitado/a. Me refiero al lenguaje no verbal: el de los gestos, las miradas, la respiración o el que transmite la incomodidad de sentirse sapo de otro pozo.
De haber sido más empáticos, seguramente, habrían logrado mejores entrevistas, más agudas, graciosas, originales. Las de una exquisita bailarina, de un número uno del arte plástico o de una concertista internacional. Eso sí -por un rato- hubiera sido necesario, fundamental, arrimarse al métier, a la personalidad de esos realizadores que no se comunicaban, precisamente, con el lenguaje hablado.
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación
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